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Columna
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Después de la batalla

Ironías y guiños de la historia. Ayer la Junta de Andalucía celebraba sus bodas de plata en Cádiz, la cuna del constitucionalismo español. Este país no ha conocido un periodo más largo de democracia. Algo querrán decir la ocasión, el día y el lugar, y mucho hay de que alegrarse. Pero la sorda y sucia disputa que en estos momentos puede arrebatar al PSOE la Diputación de Cádiz, sumaba un punto de inquietud al confuso panorama que ha quedado después de la batalla. Humeantes todavía los despojos de la cruel contienda, exhaustos los guerreros, nadie sabe cómo hacer el recuento. Ni adónde fueron los ecos de la guerra de Irak, las manchas del Prestige o la ira por el decretazo. Ni si es resaca de amarga victoria o de agridulce derrota lo que sentimos.

Pocas cosas quedan claras: a los andalucistas no les sirvió taparse con la enseña blanquiverde, pues una ráfaga de viento por babor dejó al descubierto sus desnudeces poco estéticas. IU, salvo en Córdoba, salió a duras penas del desierto y clama por un poco de agua, aunque alardea de frescura, por exigencias del guión. El PP se enroca en las grandes ciudades, de las que saca el 56% de los votos (frente al 37,3 el PSOE), y ya supera a esta formación en 13 de las 24 urbes de más de 50.000 habitantes, donde vive casi la mitad de la población. Ojo con estos datos. El PSOE, en consecuencia, y si no fuera por Sevilla, sería en estos momentos el partido de los pueblos. Mala cosa para Chaves. Desde luego no podrá decir que no sea fruto de una siembra largamente cuidada, y desde luego legítima. Como se vive hoy en los pueblos andaluces probablemente no se viva en ningún lugar de Europa. Una política que ha servido para frenar la erosión demográfica y robustecer el nervio de la ciudadanía andaluza, pero que no ha sabido evitar consecuencias colaterales que empiezan a pintar un panorama incierto. Si el PP continúa creciendo en las ciudades grandes, acabará por dominar el paisaje.

Esa es la cuestión. El PSOE ha confiado demasiado en la seguridad del voto rural y ha construido fortalezas burocráticas en las ciudades, que sirven para controlar el partido, pero no para ganar elecciones. El caso más claro es el de Córdoba, que ya roza el desastre que se veía venir desde hace tiempo. Pero no se quedan muy atrás Málaga, Granada, Huelva, Almería..., donde siguen políticamente huérfanas las clases medias ilustradas y los demagogos y los populistas se ceban en las indefensas clases populares. Esto no puede seguir así, o lo lamentaremos cuando sea demasiado tarde. La discreta pero tenaz política de Monteseirín en los barrios de Sevilla, además de una apuesta inequívoca contra los depredadores del suelo, podría servir de ejemplo. Y no es que el partido en Sevilla sea precisamente débil; al revés, es el más fuerte de toda Andalucía. Lo que demuestra que no es incompatible una buena organización con una buena política. Chaves tiene materia para pensar, y para tomar decisiones. Sin duda es poco tiempo lo que queda hasta la próxima cita con las urnas para hacer algo significativo. Pero es mucho para no hacer nada.

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