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Argelia da por terminada la búsqueda de supervivientes

El seísmo deja más de 2.000 muertos y un millar de desaparecidos

Juan Carlos Sanz

Los 66 bomberos, socorristas y policías enviados por la cooperación española para auxiliar a las víctimas del terremoto de Argelia preparaban al mediodía de ayer su viaje de regreso en el cuartel central de bomberos de Bumerdés (45 kilómetros al este de Argel), una de las ciudades más castigadas por el seísmo. "Hemos cumplido nuestra misión. Pudimos salvar a una niña y ayudamos a localizar decenas de cuerpos", aseguraba Juan Padilla, oficial del cuerpo de bomberos del Ayuntamiento de Madrid.

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El Gobierno argelino, que elevaba entonces a 2.047 la cifra de muertos y a 8.626 la de heridos, había comunicado la víspera a los equipos internacionales la suspensión de las tareas de rescate de supervivientes. Cuatro días después, las réplicas del violento temblor de tierra aún seguían sembrando el pánico entre los habitantes de la región costera central de Argelia.

El saldo final de víctimas mortales del terremoto será sin duda más elevado, ya que las autoridades dan por desaparecidas a más de un millar de personas. Tras las elevadas temperaturas del sábado, que superaron los 30º C, un temporal de viento y lluvia vino a agravar ayer la situación de los damnificados, que se cuentan por decenas de miles en las provincias de Argel y Bumerdés, y que apenas tienen unas pocas tiendas de campaña. Las estimaciones oficiales apuntan a que más de 15.000 familias han perdido sus casas por el seísmo.

Mientras los socorristas italianos buscaban por segundo día consecutivo a una niña de 11 años llamada Sabrina entre los escombros de Buduau, en la costa mediterránea, los bomberos argelinos mantenían todavía ayer viva la esperanza de hallar supervivientes entre las ruinas de una de las urbanizaciones de bloques de pisos que rodean Bumerdés. Sus vecinos habían abucheado el día anterior al presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, que visitaba las localidades golpeadas por la catástrofe. En una protesta sin precedentes desde la independencia de Argelia, en 1962, el pueblo insultó al jefe del Estado y apedreó su comitiva oficial.

La prensa argelina destacaba ayer en sus primeras páginas la "cólera" ciudadana ante la pasividad del Gobierno en la catástrofe. Medios como Le Matin ("Dimita, señor Buteflika") pedían directamente la cabeza del presidente. Pero los periódicos también resaltaban la formidable movilización de la sociedad civil. "La solidaridad ciudadana llena el vacío dejado por el Estado", decía La Tribune.

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Los argelinos parecen haberse reconciliado con los jóvenes de las barriadas populares, vistos hasta ahora como temibles pandilleros. Frente a la incompetencia de la Administración, los raperos se han echado a la calle con eficacia para rescatar heridos, organizar el tráfico o transportar ayuda humanitaria. En cualquier casa desplomada se les podía ver ayer escarbando con las manos, siempre vestidos con la camiseta de un equipo de fútbol extranjero y el ala de la gorra de béisbol vuelta hacia atrás.

La cooperación internacional, desde China hasta Luxemburgo, se ha volcado con Argelia, con el envío de más de 1.300 especialistas. Socorristas de la Junta de Andalucía, del Ayuntamiento de Madrid, del Cuerpo Nacional de Policía, de Parets del Vallès... conversaban animadamente ayer en el patio del cuartel de bomberos.

El Gobierno español ha organizado al menos tres vuelos de Hércules para el regreso de los equipos de rescate. Pero mientras la mayoría se dedicaba a empacar en Bumerdés el material de salvamento, un grupo de la ONG Bomberos Sin Fronteras trabajaba aún en la cercana ciudad de Corso (18.000 habitantes), donde el 70% de las casas han quedado inservibles.

Los bomberos españoles buscaron, con sus perros adiestrados, hasta el final en lo que fueron casas de ferroviarios de la estación de Corso, donde tal vez han quedado aplastadas bajo los escombros más de 50 personas. Después entraron en acción las grúas y las excavadoras. Tras la marcha de los equipos de salvamento, a los vivos ya sólo les quedan las lágrimas. Junto a las ruinas de la estación, Adyal Beljeir, de 58 años, lloraba desconsolada sostenida por dos vecinas. "Lleva casi cinco días sin moverse de aquí", explicaba una de las mujeres, "ha perdido a su hija, de 34 años, y a sus nietos: un niño de cinco años y una niña de cuatro".

Un socorrista sueco, con su perro, buscando entre las ruinas en Bumerdés.
Un socorrista sueco, con su perro, buscando entre las ruinas en Bumerdés.AP

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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