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ELECCIONES 25M

Las últimas de Aznar, las primeras de Zapatero

Las elecciones de hoy en ayuntamientos y 13 comunidades tienen también repercusión nacional

Soledad Gallego-Díaz

Las elecciones autonómicas y municipales que se celebran hoy tienen dos vertientes: una local, en la que compiten candidatos concretos de diferentes partidos, y otra nacional, en la que van a ser más importantes que nunca las alianzas poselectorales. Del pacto PSOE-PP en Álava puede depender el control de la Diputación y, en la práctica, nada menos que cerrar el paso al plan soberanista defendido por el PNV y el lehendakari, Juan José Ibarretxe. Del éxito en Madrid de una alianza PSOE-IU, que les permita quizás controlar la comunidad y/o el Ayuntamiento de la capital, puede depender la impresión de que se ha producido un cambio de tendencia y que se ha abierto la puerta, incluso, a un eventual cambio de ciclo en 2004. Por encima de todo, éstas son las últimas elecciones de José María Aznar y las primeras de José Luis Rodríguez Zapatero y en cuanto tales, los resultados tendrán importantes lecturas en clave interna.

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Estas son, quizás, unas elecciones decisivas para el futuro del País Vasco, porque marcarán la expulsión de los abertzales violentos y de Herri Batasuna (o de su equivalente) de la vida institucional de Euskadi. La campaña electoral en esa comunidad ha sido muy diferente a la del resto de España, con la atención centrada, sobre todo, en el número de papeletas de AuB que puedan aparecer esta noche en las urnas municipales y en la reacción del día después.

El PNV ha pedido sin descanso a los seguidores de HB que no sigan las consignas de ETA y que no voten nulo, pero hasta el recuento de hoy no se podrá saber hasta qué punto la organización terrorista es capaz de condicionar el voto que desde hace más de 20 años ha ido a parar a HB o hasta qué punto el PNV satisface ya las expectativas de ese electorado.

Al margen del País Vasco, las maquinarias de los partidos contarán también escrupulosamente el número de votos que han conseguido y olerán si se está produciendo el famoso "cambio de tendencia" que predicen algunos. En 1999, el PP ganó al PSOE por una pequeña diferencia: 34,44% de los votos frente al 34,26%, unas 42.000 papeletas más. IU obtuvo el peor resultado de su historia (6,52%) y el PNV y CiU, sus peores datos en diez años: 1,28% para los nacionalistas vascos y 3,63% para los catalanes. El PSOE confía en poder decir que ha ganado sus primeras elecciones desde 1993, pero desde luego no será lo mismo hacerlo por un puñado de votos que por medio millón.

Mensaje conservador

El Partido Popular, que arranca como la primera fuerza política, tiene en teoría que revalidar esa condición y, además, mantener su cuota de poder territorial. Eso solo se puede lograr si alcanza mayorías absolutas, porque los populares se han cerrado en los últimos tiempos la posibilidad de negociar coaliciones en muchos rincones de España. Prácticamente solo conserva esa posibilidad en Baleares y, sobre todo, en el País Vasco, en ese caso gracias paradójicamente al PSOE.

Si algo ha caracterizado esta campaña electoral ha sido la voluntad del PP de presentar estos comicios como "las últimas elecciones de Aznar". El presidente del Gobierno ha tenido una presencia extraordinaria, no sólo en mítines sino también en los medios de comunicación de alcance nacional. Su protagonismo ha sido total y casi excluyente, en el sentido de que no ha dejado espacio a ninguna otra personalidad de su partido, incluidos los vicesecretarios Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja. Sea quien sea su sucesor al frente del PP dentro de cuatro meses, será alguien que en esta campaña habrá quedado casi completamente difuminado por la aplastante fuerza interna de Aznar.

Si los resultados populares son razonablemente buenos, se habrá producido, además, otra importante lectura interna. El aparato electoral del PP, una maquinaria muy poderosa y eficaz, se consolidará frente al futuro candidato. El sucesor de Aznar en el PP estará muy comprometido por el equipo de su antecesor, totalmente al mando en 2004. Si los resultados fueran malos, por el contrario, el candidato elegido en septiembre encontraría un escenario mucho menos definido y una organización más debilitada, pero también más abierta a su propia influencia.

Aznar ha demostrado en esta campaña, una vez más, que es un político muy experimentado y se ha comportado en todos y cada uno de sus 20 mítines con una gran seguridad. La novedad, sin embargo, es que, quizás porque éstas son realmente sus últimas elecciones, no ha parecido interesado en marcar el carácter centrista de su proyecto, como hizo en convocatorias anteriores. En esta ocasión, Aznar ha parecido dar un giro definitivamente conservador a su pensamiento, un mensaje de derecha clásica que se ha reflejado incluso en la recuperación de un lenguaje también clásico: en sus mítines ha sido frecuente oírle hablar de "coalición socio-comunista", "peligro socialista de ruptura de la unidad de España"o del "peligro marxista".

Al mismo tiempo, José María Aznar ha anunciado medidas económicas más propias también de un programa radical conservador que de uno centrista, como la supresión del impuesto de sucesión, algo que afecta no solo a los padres que quieren dejar un piso a sus hijos. De hecho, una propuesta semejante de George Bush fue rechazada en una carta pública hace menos de dos años por un poderoso grupo de empresarios norteamericanos, entre ellos Bill Gates, partidarios de un sistema en el que los hijos no puedan heredar toda la fortuna de sus padres sin pagar un porcentaje de impuestos. De momento, la idea solo ha seguido adelante en Italia, con Silvio Berlusconi.

Las interpretaciones en clave interna no serán solo importantes para el PP. También tendrán una enorme relevancia para el PSOE, porque los socialistas necesitan que estas elecciones sirvan, de una forma o de otra, para demostrar que el partido y su principal dirigente, José Luis Rodríguez Zapatero, son capaces de convertir el malestar de los ciudadanos disconformes con Aznar y con el PP, en un voto político propio. Se tiene que "visualizar" que el estilo moderado de Rodríguez Zapatero conecta con aquellos ciudadanos que estén enfadados por el decretazo, la actuación del Gobierno en el Prestige o en la guerra de Irak. Hasta ahora ha sido evidente que el dirigente socialista era capaz de amplificar ese enfado, pero estas elecciones se han convertido en la ocasión perfecta para comprobar si ese modo de hacer oposición resulta realmente efectivo. Nadie pone en duda en el PSOE el liderazgo de Zapatero en 2004, pero si los resultados no fueran buenos es probable que se pidiera un cambio de rumbo, no solo a él sino también a su ejecutiva.

La maquinaria del PSOE quizás no sea en estos momentos tan poderosa como la del PP, pero es seguro que estas elecciones han servido para recomponer la organización y para imprimirle más velocidad. Además, han sido útiles para que el propio Zapatero adquiriera fuerza y experiencia cara a la campaña de 2004. Pase lo que pase en estas elecciones, las municipales de hoy habrán servido para demostrar que el PSOE de 2003 no tiene mucho que ver con el de hace tres años, que está más vivo y que atrae a más gente, especialmente jóvenes. Pero todos en ese partido necesitan ver que ese trabajo se traduce en hechos concretos, es decir, en una mejora electoral sustancial. Si no, podría volver la frustración.

Las papeletas de los partidos que concurren a las elecciones, junto a las urnas de un colegio electoral.
Las papeletas de los partidos que concurren a las elecciones, junto a las urnas de un colegio electoral.EFE

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