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Columna
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Católico

Todavía encuentro por Nerja, a 50 kilómetros de Málaga y a más de 250 de Sevilla, gente con la camiseta del Celtic de Glasgow o de la selección de Irlanda. Iba por Chaparil y descubrí en un solo balcón una bandera blanca y verde y una blanquiverde camiseta del Celtic y una bandera irlandesa. Siguen llegando a Nerja hinchas viajeros tres días después de la final de la UEFA en Sevilla, infantes de un ejército en desbandada y disolución, vencidos.

Buscan los bares irlandeses, refugio universal para exploradores sedientos. Quim Monzó contaba hace poco que es irlandés el primer bar abierto en el Afganistán reconquistado por Occidente: está en Kabul, clandestino en un callejón, sin cartel pero con nombre, The Buzz, el Zumbido. Por dentro, según Monzó, es exactamente igual que todos los bares irlandeses del mundo, así que, cuando ahora entro en el Durty Nelly, de la calle Arropiero, o en el Okey, de la calle Gloria, puedo creerme en Kabul o Chicago o Roma. Los escoceses e irlandeses que fueron al fútbol en Sevilla acamparon frente al Flaherty, al pie de la catedral, y desde allí se extendían hacia la Plaza del Salvador, por la ruta de la cerveza y las iglesias. Practicaban apostólicamente la amistad espumante de la cerveza y la amistad masiva del fútbol.

Las iglesias y las tabernas siempre han ido juntas. ¿Han abierto ya una capilla en Kabul? Mis amigos más fanáticos del fútbol se educaron en colegios católicos. El deporte es un medio excelente para aprender el uso de la fuerza con reglas, la diversión con sacrificio, la intimidación legal, la hipocresía y la trampa feliz. Confieso que mi simpatía por los 50.000 escoceses e irlandeses de Sevilla es una simpatía católica, de patio colegial, de barra, de 150.000 litros de cerveza en barril y botellín en sólo 72 horas. La exageración es un espectáculo milagroso. El Celtic es un equipo católico con rival protestante, los Rangers de Glasgow. El Celtic y los Rangers reproducen el legendario combate entre las Tierras Altas de Escocia, feudales y católicas, y las Tierras Bajas, protestantes y capitalistas. "Lord que yo fui de Escocias de otra vida": repito en voz alta un verso del portugués Mario de Sá-Carneiro. (El Oporto ganó al Celtic.)

Poco antes de matarse, Sá-Carneiro le escribió a su amigo Pessoa: "Sufro porque siento cercana la hora en que el recreo se acaba y hay que entrar forzosamente a clase". Sá-Carneiro iba a terminar sus estudios en París, iba a caer en la vida adulta. ¿Sufren el trauma del fin del recreo esos peregrinos extraviados que encuentro con los colores del Celtic o de la católica madre Irlanda? Intento imaginarme una resaca vestido de futbolista, al sol brutal o a la sombra bochornosa, quemado a 2.000 kilómetros de mi pueblo, después de perder. Medito el sermón del arzobispo de Glasgow a los fieles del Celtic: "Recordad que la moralidad no queda en suspenso durante una final". Busco la eterna adolescencia del fútbol, la eterna adolescencia del patio de colegio, católico, en un bar irlandés, insignia del internacionalismo cervecero: me dicen que la sevillana Cruzcampo, fundada en 1904, y la irlandesa Guinness, fundada en 1759, hoy son de la misma empresa.

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