La campaña particular de Mas y Maragall
El candidato socialista a la presidencia de la Generalitat ignora a su rival, mientras éste se dedica a desprestigiarle
El candidato socialista a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall, ha ninguneado durante toda la campaña a su rival nacionalista, Artur Mas. Éste no ha cesado de buscar el cuerpo a cuerpo, al igual que ha sucedido en el último curso parlamentario, pero la respuesta del líder socialista ha sido siempre la misma, el silencio e incluso la indiferencia. Los nacionalistas, y Mas en primera línea, han incrementado durante estas dos semanas su campaña para deteriorar la imagen personal y política de Maragall, a quien presentan poco menos que como un demente y un anciano que chochea.
Ni siquiera reaccionó Maragall cuando Mas pidió a los socialistas que pusieran a su líder un bozal para hacerle callar. El bozal se coloca a los perros rabiosos, lo que da una idea de la imagen que los nacionalistas se hacen de Pasqual Maragall. Y la que difunden, acompañada de sus reiteradas protestas de ser un partido que nunca practica el "mal estilo" de hacer política que atribuye a los demás.
"Yo no he insultado a nadie y contestar no merece la pena; es normal que pierdan los nervios", se limitó a afirmar el líder del PSC. En toda la campaña Maragall sólo ha mentado directamente a Mas en una ocasión, y lo ha hecho para subrayar su supuesta subordinación a Jordi Pujol y responsabilizarle de algo que sucedió hace 10 años: haber bloqueado en 1993 la Carta Municipal de Barcelona. En cambio, la figura de Maragall aparece en todas las intervenciones de Mas. Y en las de todos los dirigentes nacionalistas, que no han ocultado en sus mitines que estas elecciones municipales son la primera vuelta de las "decisivas" autonómicas de otoño. Maragall es un "peligro" para Cataluña, se ha hartado de explicar Mas, pero no sólo por sus ideas políticas, que también, por supuesto.
Y no sólo porque puede apear a CiU del Gobierno catalán, algo que por vez primera en 23 años los nacionalistas admiten públicamente como verosímil. El ex alcalde de Barcelona es también un peligro por sus "incoherencias", sus "despropósitos", sus "desvaríos". Por su continuo "desbarrar". Por su tendencia a las "contradicciones", incontrolable incluso para él mismo.
Mas ha insistido una y otra vez en que Maragall está "incapacitado" para gobernar Cataluña. Ha basado esta afirmación en argumentos de dos tipos. Los primeros se refieren, indirectamente, a su salud mental. Aunque el secretario general convergente se ha guardado de extraer la conclusión, ha dejado claro ante sus auditorios que tanto "desbarrar" y "desvariar" no es propio de personas cuerdas. Los otros argumentos se refieren a la edad, y pretenden contraponer la retirada de Pujol, a sus 72 años, con la permanencia de Maragall en la liza política con 62 años.
Maragall es, según explica Mas en sus mitines, un personaje "cansado", que lleva "demasiados" años en la primera línea. Que ya chochea, en suma. Para defender esta afirmación recuerda una entrevista realizada a Maragall hace un mes por la televisión catalana, a medianoche, en la que se le vio muy cansado, hasta el punto que él mismo explicó a la entrevistadora que había tenido una jornada muy larga y ajetreada y estaba agotado.
En esa misma línea, Mas se regodeó el jueves en Lleida, ante el millar de asistentes a un mitin, a propósito de una fotografía publicada por la prensa local en la que aparecen Maragall y el alcalde de la ciudad, Antoni Siurana, un socialista que aspira a la reelección, completamente dormidos, con la boca muy abierta, durante una convención de la plataforma maragallista Ciutadans pel Canvi.
La pretensión de deteriorar la imagen de Maragall es consecuencia directa del temor de CiU a que una parte de su electorado sea sensible al encantamiento del ex alcalde barcelonés. Pujol lo explicó, indignado, en un almuerzo ante simpatizantes en Tarragona. "Cuando habla de mí con gentes próximas a nosotros, me elogia. Y cuando habla ante los que no simpatizan con nosotros, me machaca".
Todo esto acompaña una batería de calificaciones políticas que son lo peor de lo peor para los oídos de los nacionalistas. Maragall es un político "más preocupado por España que por Cataluña". Si quiere ganar la presidencia de la Generalitat no es para defender a Cataluña, algo que según Mas sólo hace CiU, ni siquiera para dar un impulso al modelo autonómico español, sino para "llevar a Rodríguez Zapatero a La Moncloa".
Maragall ha ignorado sistemáticamente a Mas, pero sus alusiones a CiU han sido tan constantes como ambivalentes. De un lado, ha destinado feroces críticas a su gestión. Del otro, ha realizado continuos guiños a su electorado, dejando la puerta abierta a un difuso pacto para dentro de tres años, tendidendo la mano a la gente de CiU desencantada por la "alianza popular-convergente".
Indirectamente, Maragall ha augurado que el liderazgo de Mas será efímero -"el mando tendrá que dejarlo y CiU saldrá ganando con ello", ha afirmado-, y ha dibujado un lúgubre panorama de los 23 años del Gobierno nacionalista: le ha acusado de "caciquismo", de fijarse en "la pureza de sangre y de estirpe" de los ciudadanos, de pésimo gestor -el líder del PSC dijo que en noviembre no habrá dinero en la Generalitat para pagar a los funcionarios-, de clientelismo, de utilizar "el nombre de Cataluña en vano" y de "gobernar en beneficio propio".
Según el diseño de Maragall, el conseller en cap no es más que el último coletazo de un "régimen" que arrancó en 1980 y que tiene los días contados.
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