Parábola insuficiente
Lo tiene todo para interesar: una novela consagrada, del Nobel José Saramago, y una de las más ambiciosas de entre las suyas; un elenco espléndido, y hasta la posibilidad, no por irónica menos evidente, de establecer a partir de su materia narrativa una perfecta parábola de nuestra (ibérica: Portugal también anda en estas tonterías, y no hay más que recordar que el trío de las Azores tenía un anfitrión) actual situación geopolítica respecto a la "vieja Europa". Ahí es nada lo que Saramago imaginó: la península Ibérica, separada del continente y viviendo una especie de deriva hacia el centro del Atlántico...
¿Qué le falta a esta versión cinematográfica para llegar a satisfacer tanto al público que conoce el referente literario como al espectador común y silvestre? Sencillamente, fuerza, creencia en las virtudes de su trama. E imaginación. Porque si algo es La balsa de piedra, el libro, es un despliegue de voluntad, de discurso, ante todo: se podrá objetar lo que se quiera al escritor, pero nadie podrá jamás echarle en cara ni su coherencia ni su compromiso con su materia narrativa o con su tiempo.
LA BALSA DE PIEDRA
Dirección: George Sluizer. Intérpretes: Federico Luppi, Icíar Bollaín, Gabino Diego, Ana Padrão. Género: drama, España-Holanda-Portugal, 2002. Duración: 92 minutos.
Todo esto falta en esta deslavazada peripecia cinematográfica. Ni discurso futurista -podría serlo, y de hecho lo es en su primera mitad, preñada de premoniciones y extraños sucesos inexplicables-, ni ambiciosa narración en clave parabólica -su extremada frialdad y la espartana sencillez de su puesta en escena tienen mucho que ver con ello-, La balsa de piedra es la enésima víctima de uno de los más habituales males de la adaptación literaria a la pantalla: el no haber entendido que el lenguaje que emplea el literato poco o nada tiene que ver con la palmaria iconicidad de la imagen cinematográfica con respecto a lo real.
Con lo cual la película, privada de fascinación, de misterio y de profundidad crítica, se queda en un puro ejercicio de mecanicismo y un buen rendimiento actoral (no puede ser de otra manera con profesionales como Luppi o Bollaín, por poner sólo dos nombres que podrían ser los cinco protagonistas)... un pasatiempo, demasiado superficial como para ser merecedor de tan prestigioso antecedente.
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