Credo de candidato
Ganan los agnósticos. De los cinco candidatos a la alcaldía de Barcelona, tres aseguran que no tienen argumentos racionales para saber si Dios existe o no. Son los candidatos de la izquierda: Joan Clos, Jordi Portabella e Imma Mayol. El agnosticismo que se ha instalado en el equipo de gobierno de la ciudad; sin embargo, no va en la línea de aquel combativo que, descrito por la letra de La Internacional, metía a Dios en el chapapote de los opresores. El agnosticismo municipal es posmoderno. Equidistante entre la duda y la asistencia a la misa de la Mercè. Es tan flexible que soporta sin rechistar la reprimenda anual del arzobispo Ricard Maria Carles, un cardenal que saca pecho y se hace oír cuando -con motivo de la fiesta mayor- las autoridades municipales se le ponen a tiro. El agnosticismo posmoderno incluso permite que su feligresía participe en calidad de costalero en la romería de la Virgen de las Angustias en Nou Barris. Así sucedió el pasado domingo con Imma Mayol, en un gesto que la religiosidad popular aplaude, pero que la razón se resiste a comprender. Y no es electoralismo, aseguran quienes conocen bien a Mayol. La ahora candidata de ICV va todos los años a esa romería que, en ejercicio de flexible sincretismo, sale con virgen incluida de la plaza Roja de Ciutat Meridiana. A Mayol le gusta arrancarse con canciones rocieras en esa procesión que suscita más fervor mariano entre agnósticos que entre esos cristianos viejos conocidos de la candidata, que fue presidenta del Moviment Universitari d'Estudiants Cristians y militante del Partido Comunista. Y es que Mayol estudió en el Sagrat Cor de Palma, hija de un país en el que se confundían obispos y generales, cultura y catecismo.
Al igual que Mayol, también han pasado por escuelas de congregaciones religiosas los otros dos socios de gobierno. Joan Clos estuvo interno en los salesianos de Sarrià y Jordi Portabella estudió en los jesuitas de la calle de Casp. La regla de que la mejor vacuna para ser agnóstico es haber pasado por un colegio religioso tiene su excepción: Xavier Trias fue alumno de los jesuitas de Sarrià y todos los domingos va a misa en esa iglesia redonda que obtura la calzada central de la calle de Ganduxer, la de San Gregorio Taumaturgo. Los problemas de Trias con el credo son distintos. Él debe luchar por mantener su fe en la Conferencia Episcopal después de las cenas a las que le invita el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio Rouco Varela. Monseñor es de los que piensan que la Iglesia -católica, claro- y el Estado no deben ser lo mismo, pero sí ir en conjunto. Y claro, en ese claroscuro añorante queda poco espacio no ya para las nacionalidades, sino para las mismísimas autonomías, y no hablemos ya sobre ciertas herejías librepensadoras.
Pero de todos los candidatos, el que más está en comunión con los obispos -menos cuando de la guerra de Irak se trata- es Alberto Fernández. Quizá el ser de derechas está bonificado: incluye desde hace muchos años un plus de sintonía con la jerarquía eclesial. Alberto Fernández, que fue a ver al Papa a Madrid, es asiduo de la parroquia de Santa Gemma, en la zona de Capitán Arenas. Ahora, no obstante, la campaña no le permite observar la preceptiva asistencia a la misa dominical.
Es que estas elecciones incitan a los candidatos, agnósticos y creyentes, cuando menos al pecado.
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