Un bello capricho literario
Camino de campo es un capricho rural de Heidegger, en el que éste recuerda su niñez en Messkirch como hijo del tonelero y sacristán de la iglesia de San Martín del pueblo. Un librito bilingüe, con fotos de época (los años noventa del siglo XIX), que hace esfuerzos por estirarse tipográficamente con páginas en blanco y otras más que medio vacías, puesto que sólo recoge una página de periódico: la número cinco de la hoja dominical (Sonntagsblatt) de Hamburgo, del 23 de octubre de 1949, donde se publicó originalmente.
Una edición sosa (no mala) ya desde el título, que no determina el camino aunque presente fotos suyas. Ni precisa nada más que el texto. No hay por qué saber, por ejemplo, quién es el "doctor" a quien Heidegger escribe la carta del primer apéndice para explicarle lo kuinzige, ni siquiera quién es el Hermann Heidegger del segundo, que habla del estado del camino en un "hoy día" impreciso, ni qué es el Ehnried... Sosa la traducción también, aunque tampoco mala. La versión de un texto casi poético exige más cuidado. Y más precisión, en cualquier caso: el camino tuerce en el crucero y saluda a un alto roble, y aunque los cruceros suelen tener "crucifijos" y los robles altos ser "viejos", no es eso exactamente lo que dice el texto; tampoco es la "segadora" la que se "contonea" por el camino de regreso a casa, como parece, sino el carro de la cosecha, que se tambalea entre las rodadas del camino.
CAMINO DE CAMPO
Martin Heidegger. Traducción de Carlota Rubies. Herder. Barcelona, 2003. 55 páginas. 8,90 euros
Un texto así bien hubiera merecido contextualizarlo en una época, 1949, importante: la de ese periodo crucial (últimos años cuarenta y principios de los cincuenta del siglo XX) de los primeros resultados provisionales del famoso giro de Heidegger, del que esta obrita parece un remedo (camino de ida y vuelta del pensamiento: del ser al tiempo y del tiempo al ser, o del ser al ente y del ente al ser; del jardín del castillo al Ehnried y vuelta; andado de madrugada y desandado a la luz de las estrellas; camino vecinal y asfaltado hoy). Son los años de las reediciones de La doctrina de Platón sobre la verdad, de De la esencia de la verdad, de Comentarios a la poesía de Hölderlin, de la publicación de la Carta sobre el humanismo, Caminos del bosque, Introducción a la metafísica, La pregunta sobre la técnica... De la experiencia del pensar, al que Heidegger mismo remite como complemento de esta evocación rural.
Hubiera sido, además, una
labor editorial agradecida, el comentario de esta obrita poética, en la que aparecen buena parte de los conceptos obsesivos del último Heidegger: cielo, mundo, tierra, silencio, sencillez, permanencia, aparatos técnicos que casi se toman por la voz de Dios, Dios, evocaciones rurales. La imagen del padre que sale a recoger al bosque su medida de madera para los toneles, en los ratos que le deja el cuidado de las campanas y del reloj del campanario. El ojo y la mano de la madre que delimita el mundo, el ámbito de juego, del niño. La lentitud y constancia con que crece el árbol: el roble dice que crecer es abrirse a la amplitud del cielo y arraigarse a la vez en la oscuridad de la tierra. El camino que dispensa mundo congregando todo lo que crece a su alrededor. Susurrando algo a lo que los hombres de hoy permanecen sordos. Callando algo en lo que -según el viejo maestro de lectura y vida, Eckhart- sólo Dios es Dios. Lo sencillo que cobija y protege el enigma de lo permanente y de lo grande, que entra de improviso en el ser humano pero requiere una larga maduración para enfrentarse con ironía a lo fútil de las cosas y para renunciar a todo lo que no es siempre lo mismo. Una última serenidad como modo de superar la aflicción en un último contento: el de abrirse a lo eterno. Al aire libre, cuyo goce despierta el susurro del camino heideggeriano.
A la luz de las estrellas, con el último toque de la vieja campana, cuando el silencio se hace más silencio, el susurro del camino del campo es del todo nítido. Pero ¿quién habla en verdad? "¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios?". Y ¿qué dice? Sea quien sea o lo que sea, "el susurro del camino del campo hace morar en un largo origen", concluye Martin Heidegger.
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