A partir de tres mujeres
No es que Tres mujeres, de Robert Musil, sea un libro menor, sino que aparece simple, fatalmente empequeñecido por su vecindad con un gigante: El hombre sin atributos, la obra más importante de este autor y una de las más monumentales de la literatura del siglo XX. De la calidad de este libro reservado, silenciado, rescato hoy esta breve cita: "A veces lo infinito cae de gota en gota".
Las mujeres de esta semana podían haber sido cuatro pero se han quedado finalmente en tres. A la cuarta, Matilde Díaz, la ha asesinado su marido a machetazos. Le ha tocado a ella engrosar la estadística infamante, ser la muerta fija de la semana. Y me disculparán por lo áspero de la expresión pero ya no sé cómo decirlo, cómo incluir esta violencia, esta indignación, esta movilización en las otras.
De inclusión trata precisamente la obra de la escritora marroquí Fatima Mernissi, no de separatismo. Su compromiso consiste en ampliar las visiones y las respuestas sobre el mundo, incorporando la variable de género, la perspectiva de las mujeres -silenciada, relegada a la sombra del gigante-, a la reflexión sobre la identidad, la religión, la cultura, la violencia o el poder.
Igual que Susan Sontag que se ha pasado la vida -intelectual y estética- añadiendo visiones y voces críticas a la realidad material e ideal americana; a su tentación monolítica y monopolizadora de la verdad, la dominación y la riqueza. A ambas escritoras se les acaba de conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras más doble, cruzado y mestizo que recuerdo -Susan Sontag es americana y Fatima Mernissi, árabe-, tanto que parece una rectificación, una declaración de nuevas intenciones, un buen augurio de pluralismo y respeto. Ojalá se traduzca en más hechos y se confirme.
La tercera mujer viva de esta columna es la escritora sudafricana Nadine Gordimer que ha firmado estos días, junto con otros prestigiosos intelectuales, un manifiesto de denuncia de la situación en Euskadi. Al leerlo en lo primero que he pensado es en la confianza, en que Gordimer había confiado en la palabra de alguien; y en que no es mala noticia la confianza en un mundo que incita mayormente al temor y a la sospecha. El texto en cuestión contiene la verdad de la amenaza y del acoso terrorista de ETA contra una gran parte de la población y de la expresión vascas. Pero incluye también una versión sobre el papel del nacionalismo en esa infamia, que considero injusta y además disgregadora y que no puedo compartir.
La obra de Nadine Gordimer es una constante manifestación, ética, política y estética, en favor de la igualdad y la libertad, cuya expresión más esencial ha sido su lucha contra el apartheid. Y recojo ahora algunas de las frases finales de su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1991: "El escritor hace un servicio a la humanidad sólo cuando utiliza la palabra incluso en contra de sus propias lealtades, en cuanto se fía del estado del ser, tal como se le revela, para retener en algún lugar de su complejidad filamentos de la cuerda de la verdad, capaz de ligarse aquí y allá, en el arte; fiándose del estado del ser para producir en algún lugar frases fragmentadas de la verdad". Gordimer añade también que la verdad constituye "la última palabra de las palabras".
Por eso, porque la verdad es lo que debe prevalecer, por la misma verdad que ha suscrito y firmado Nadine Gordimer concluyo esta columna con mi adhesión a otro comunicado. El que está haciendo público Gesto por la Paz. Asumo desde aquí ese compromiso de solidaridad activa con las personas amenazadas por ETA y de apuesta por la convivencia plural y de reconstrucción de los consensos. Y de intento de desactivar la crispación. Ese gesto pacífico para una paz sumada, matiz a matiz -como en la cita de Tres mujeres- infinitamente.
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