Subsistir en Cuba
A las puertas de la Diplotienda de Quinta Avenida y 42, en el barrio residencial de Miramar, un habanero de piel aceitunada y bigotón susurra cuando paso: "Camarones, queso blanco, la cola de langosta a dólar". A su lado, apoyado en una pared, hay otro bisnero [vendedor] especializado en electrodomésticos y juegos de cuarto. Se soba descaradamente los machos: "Ventiladores, camas de matrimonio, grabadoras. Todo igual que en la shopping, pero más barato".
En la bolsa negra, en La Habana, también se puede encontrar leche en polvo, azulejos, televisores, latas de atún, cigarrillos Marlboro, ollas arroceras, pollo, piezas de repuesto de automóviles Lada y otros artículos sustraídos de los almacenes estatales. Incluso hay un mercado clandestino de carne de vaca. "En Cuba, lo de la carne siempre fue un problema", cuenta Rosa, un ama de casa que tenía 20 años cuando triunfó la revolución. Comenta esta buena mujer que desde hace cuatro décadas la carne de res sólo puede adquirirse por la libreta de racionamiento, y que en la cartilla la cuota ha ido encogiéndose más y más hasta casi desaparecer de la realidad. "En todo el año pasado vino dos veces", dice.
La cartilla de racionamiento es una verdadera institución. Con lo que dan no alcanza ni para comer 15 días. Más de la mitad de la población ha vivido toda su vida con ella
Como ejemplo de prácticas ilegales, un joven pone de ejemplo a su madre, que se dedica al mercado negro al por mayor, aunque pertenece al Comité de Defensa de la Revolución
La necesidad y la picaresca han convertido el mercado negro de carne en un verdadero problema para las autoridades. En 1990, el "hurto y sacrificio ilegal de ganado mayor" representó el 19% de los delitos cometidos en la isla. Entonces se penaba con sanciones de hasta cinco años de privación de libertad. Pero ante el incremento sensible de este tipo de delito, en 1999 una reforma del Código Penal aumentó hasta 10 años de cárcel el castigo para quien mate una vaca.
Desde entonces, en el campo cubano se han dado varios casos de guajiros y cuatreros que amarran reses a la vía del tren para que sean arrolladas. Si son capturados, no hay sacrificio ilegal, y la sanción por descuartizar el animal, comérselo o vender la carne es mucho menor, incluso una simple multa. La prensa oficial ha denunciado que en ocasiones los delincuentes provocaron el descarrilamiento de trenes y la pérdida de vidas humanas.
"¿Cómo viven los cubanos? ¿Cómo se las arregla la gente para sobrevivir? Eso, eso es lo que tenéis que contar los periodistas", me reprocha un turista español al enterarse en qué trabajo. Dice, no sin razón, que la prensa ha gastado páginas y páginas en informar sobre el reciente encarcelamiento de 75 disidentes y el fusilamiento de tres secuestradores de una lancha de pasajeros, pero que no cuenta otras cosas que quizá servirían mejor para entender fuera lo que está ocurriendo en Cuba.
"Ya sabemos qué pasa con las jineteras y con los balseros. Pero, ¿qué sucede con los científicos y los abogados, con los cubanos que hacen que el país marche? Y ¿por qué tanta gente quiere marcharse a EE UU?".
"En el socialismo cubano no hay robo, sino desvío
o faltante, bromea un joven funcionario. Pero tiene más razón que un santo: en las planillas oficiales de control económico, la merma y el faltante tienen personalidad propia. Hace algún tiempo, el periódico Juventud Rebelde informó de que en un semestre, en la provincia Ciego de Ávila, "el faltante en la distribuidora CUPET [la empresa estatal Cuba Petróleo] ascendió a 25.330 litros". Cada vez que la locomotora partía de Morón, las cisternas iban cargadas con 4.000 litros de combustible. Pero cuando el tren llegaba al puerto de Nuevitas se habían evaporado 400 litros, que -denunciaba el artículo- eran comercializados en el mercado negro por los empleados.
Tampoco es un secreto el caso de las depredaciones eléctricas -hurto de cables eléctricos, angulares de torres de alta tensión y aceite de los transformadores-, ni la frecuente adulteración del ron: el licor se mezcla con agua y en vez de tener 40 grados tiene 24; es cuando se dice que el ron esta bautizado.
Si uno tuviera que hacer un inventario de los negocios y actuaciones ilegales que la mayoría de los cubanos se ven obligados a hacer cada día para resolver, no acabaría nunca. O llegaría a la conclusión de que, más que una palabra, resolver es un concepto clave para entender qué pasa hoy en Cuba; a ello dedican los habitantes de la isla buena parte de sus energías y esfuerzos físicos y mentales.
Según un estudio del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), con sede en La Habana, más del 90% de las familias cubanas recurren a algún tipo de actividad ilícita para llegar a final de mes.
La investigación, realizada en 2001 por el Departamento de Estudios sobre Familia del CIPS, señala que en la actual coyuntura de crisis, con salarios que no alcanzan para casi nada, "la ilegalidad como norma" se ha extendido en la sociedad provocando una grave pérdida de valores. Así, robar en el centro laboral, ejercer el trabajo por cuenta propia sin licencia o comprar y revender productos en el mercado negro son acciones asumidas por la población como algo natural, que no tiene connotaciones negativas. Vaya, robar no es robar: es luchar, inventar y, sobre todo, resolver.
La libreta que no alcanza
El negro Agramonte es un viejo revolucionario que ya no se espanta de nada. Como muchos cubanos, se jugó el pellejo al final de la dictadura de Batista conspirando y vendiendo bonos del Movimiento 26 de Julio, con los que se financiaba la guerrilla de Fidel Castro. A los 66 años recuerda claramente aquel día de enero de 1959 en que entró a un hotel de La Habana y, en compañía de un grupo de jóvenes embravecidos, arrojó a la calle ruletas y mesas del black jack.
En su hogar conserva una foto en la que aparece vestido de miliciano, mascando un cabo de tabaco y con las botas encima de un buró. "Fue tomada en una empresa norteamericana que acabábamos de intervenir", dice todavía con orgullo.
En aquel entonces, el futuro era de los jóvenes como él. "Decenas de miles de hijos de campesinos vinieron a estudiar a La Habana, la gente se llenó de esperanzas", recuerda en la sala de su hogar, en el barrio de La Víbora, donde convive en dos cuartos con su esposa, su hijo, su nuera y su nieta, además de su madre, que tiene 87 años.
Para toda la familia hay un solo baño. El espejo está oxidado y en vez de papel sanitario hay trozos de periódico Granma. Agramonte lleva años intentando ampliarse, es decir, construir un servicio de más y un cuartito para que su hijo pueda independizarse. "El problema de la vivienda es muy grave", se lamenta. "Los jóvenes no tienen para dónde coger y tienen que vivir con sus padres o sus suegros, y, claro, luego vienen los divorcios". El negro Agramonte sigue siendo fidelista, pese a todo lo que ha llovido en estos 44 años.
Hace poco dejó de trabajar como custodio en un almacén estatal y ahora se dedica a cuidar coches de extranjeros frente a las puertas de una paladar [restaurante particular]. Su salario mensual como vigilante nocturno no llegaba a 200 pesos (ocho euros, al cambio oficial), y en su nueva actividad puede sacar entre dos y cuatro euros en un día flojo.
"Soy fidelista, pero no comemierda" -aclara, con humor cubano-. Me enseña la libreta de racionamiento. Es de papel de estraza reciclado y sólo mide 13 centímetros de largo por ocho de ancho, pero en Cuba es una verdadera institución y acaba de cumplir 43 años. Si se considera que seis millones de cubanos -de una población de 11 millones- nacieron después de 1959, se entiende su importancia: el 50% de los habitantes de la isla ha vivido siempre con ella. "Con lo que dan no alcanza ni para quince días, pero aun así garantiza un mínimo básico", explica Agramonte.
Por persona, mensualmente, a cada cubano le corresponde: 2,7 kilos de arroz, 2,2 kilos de azúcar, medio kilo de frijoles (u otros granos), 450 gramos de pollo (o, en su defecto, 250 gramos de pescado o 250 gramos de picadillo texturizado
-40% de carne, y el resto, soja y otros productos-), un cuarto de litro de aceite, una pastilla de jabón de baño o de lavar, 58 gramos de café, un tubo de pasta de dientes y poco más.
Estos productos -además del litro de leche diario a que tienen derecho todos los niños hasta los siete años- son subvencionados. Con menos de 26 pesos cubanos (equivalentes a un dólar o un euro) se compran todos los mandados de la cartilla.
Agramonte es realista. Afirma que en Cuba la electricidad, el gas, el servicio de agua y los alquileres son baratos, que la salud y la educación no cuestan nada; pero, admite, hoy día una familia no puede subsistir si no se mueve al margen de la ley.
"Un profesional puede ganar 500 pesos al mes (20 euros). Pero en la shopping, un litro de aceite de girasol cuesta 2,40 euros, y el desodorante más barato, un euro". Eso sin contar que en los agromercados, donde los campesinos privados pueden vender sus productos, medio kilo de cerdo cuesta 25 pesos, y 20 un kilo de cebollas.
Convivir con la incertidumbre
Hace algunos años, cuando la crisis provocada por la debacle del campo socialista y la legalización del dólar pusieron fin a tres décadas de igualitarismo, se hizo muy popular en La Habana un chiste: dos cubanos se presentan de madrugada en una casa de Miramar y tocan al timbre. Llevan a hombros a un borracho, y cuando la dueña abre y reconoce a su marido, les da las gracias a los desconocidos. Ellos le contestan que de gracias nada, que suelte algunos dólares, pues el hombre antes de perder la conciencia dijo que trabajaba de maletero en el hotel Meliá Cohiba. La señora sonríe y exclama: "¡Ay, qué bobería! Mi marido sólo es académico, pero cada vez que bebe le entran delirios de grandeza".
El cuento resume con crudeza una realidad preocupante que ya es estudiada por los sociólogos cubanos: el fenómeno de la pirámide social invertida.
En Cuba, la población activa ronda los cuatro millones de personas. De ellos, más de 700.000 son graduados universitarios. 1.546.000 son técnicos o tienen nivel medio-superior. La cifra de médicos supera los 67.000 (uno por 170 habitantes), y uno de cada 50 cubanos es maestro.
"Los profesionales, los que constituiríamos en el capitalismo la clase media, somos seguramente el sector más perjudicado en la actual situación", comenta Jesús, un científico que prefiere no ser identificado. "Sólo con las propinas, el camarero de un hotel gana en 24 horas lo que yo en 15 días", dice, "y la empleada de una tienda, con lo que roba, me triplica el salario".
Jesús está casado y tiene tres hijos. Subsiste como muchos profesores universitarios y otros licenciados que tienen oportunidad de salir de la isla de vez en cuando. Si viaja en misión de trabajo, ahorra la dieta de 30 dólares (o euros) diarios que le dan y busca contratos como conferenciante al margen del programa oficial. Con suerte, de un viaje de 20 días puede regresar con 1.000 dólares (o euros), que le dan para tirar medio año. No tiene coche y dice que para él es un lujo salir con su mujer a cenar en un buen restaurante
Aymé es una conocida actriz de teatro y no tiene familia que le envíe dinero de Miami. Gana 600 pesos al mes (23 euros), un salario alto en Cuba, pero realmente vive de alquilar dos de los tres cuartos que tiene su casa, situada en el elegante y maltratado barrio del Vedado. Ella se ha mudado con su esposo a la que antes era la habitación del servicio, y cobra 25 dólares por el arrendamiento de cada cuarto. En estos momentos tiene dos huéspedes italianos. "Son mujeriegos y ruidosos, pero qué le vamos a hacer", dice resignada.
Jesús y Aymé, pese a todo, no pueden quejarse. Algunos de sus colegas viven en barrios superpoblados de la capital, como La Habana Vieja o Centro Habana, en casas en muy mal estado y sin posibilidad material de arreglarlas.
Y peor está otra gente que trabaja para el Estado -y el 80% de los cubanos labora en el sector estatal-. También es verdad, como dice el cantautor Pedro Luis Ferrer en una guaracha, que una buena parte de ellos no se desloma trabajando:
Ellos hacen como si fuera cierto, / ellos hacen como si hubiera ganas, / ellos hacen como si un gran esfuerzo, / ellos hacen como si trabajaran. / Ellos hacen como si trabajaran, / y el Estado, como si les pagara". Y continúa la canción de Ferrer: las diez de la mañana en la oficina / y se merienda y se comenta la vida, / luego a las once se discute la novela, / y a las y media, una llamada de la suegra, / las doce en punto y ¡qué apetito!, come algo, / una pausita hasta la una menos cuarto, / dos de la tarde y se comenta el noticiero, / las dos y media y "vuelva el lunes, compañero". Y otra vez el coro: Ellos hacen como si trabajaran, / y el Estado, como si les pagara.
Guarachas aparte, las autoridades son conscientes de que el salario medio mensual pagado por las entidades del Estado -221 pesos, 8,50 euros- no alcanza para casi nada. Por eso, en los últimos años han hecho esfuerzos por estimular a los trabajadores con productos o pequeñas cantidades de dólares -se calcula que un 60% de los cubanos tienen acceso a esta moneda de una u otra forma-. Pero aún no es suficiente.
"La familia debe convivir con la incertidumbre", revela el estudio del CIPS titulado Familia y cambios socioeconómicos a las puertas del nuevo milenio. La necesidad de resolver
cada día hace que en la mayoría de los núcleos familiares no parezca existir "un verdadero plan de vida, un proyecto de futuro, pues las metas están representadas por objetivos próximos en el tiempo".
De las 40 familias encuestadas, una de cada cuatro declaró recibir remesas de dinero de sus parientes en el exterior. La misma proporción expresó el deseo de emigrar a Estados Unidos como vía para resolver sus problemas económicos.
¿Qué muerto viene a velar?
Como todos los días, hoy hay cola frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Antes eran mayores. Y la gente que venía del campo y no tenía dónde pasar la noche se refugiaba en la cercana funeraria Rivero. Al darse cuenta de que el local se abarrotaba, la gerencia del establecimiento decidió poner orden. Cuando llegaba alguien con cara de campesino, los empleados le preguntaban: "¿A qué muerto viene usted a velar?". Se cuenta que llegó a darse el caso de un listo que entraba de día y se aprendía el nombre de los difuntos. Luego se los vendía a los guajiros por unos cuantos pesos.
"A la lotería de visados que la Sección de Intereses de Estados Unidos convocó en 1998 se apuntaron 500.000 cubanos", dice con una sonrisa en los labios un funcionario del Departamento de Estado norteamericano en La Habana. Según los acuerdos migratorios firmados por Estados Unidos y Cuba en 1994, Washington está obligado a conceder un mínimo de 20.000 visados anuales a ciudadanos cubanos. La mayoría son seleccionados en ese bombo.
"Mis razones para marcharme son económicas. Aquí no tengo futuro", sentencia Germán, un mulato del barrio de Cayo Hueso que tiene dos tíos en Miami y se pasa el día en la calle buscándose la vida. Vende puros y lo que se tercie, y maldice a los americanos porque le han denegado en una ocasión el visado para viajar a Florida, aunque está dispuesto a largarse como sea.
Diez en un apartamento
"En Cuba, nadie protesta porque todo el mundo vive en la ilegalidad y no quiere buscarse problemas", afirma. Pone el ejemplo de su madre, que se dedica al mercado negro al por mayor aunque pertenece al Comité de Defensa de la Revolución e integra las filas de la Federación de Mujeres Cubanas. "En un apartamento vivimos diez -mujeres, hombres, ancianos y niños-, y sólo hay seis camas".
Ángel y Adela son del mismo barrio, pero de otra generación, y no tienen nada de marginales, aunque también son pobres. "Yo me sigo considerando revolucionario", dice Ángel. "Es cierto que la situación económica ahora es grave, que los salarios no alcanzan y que los jóvenes pueden desesperarse, pero aun así, para mí, la revolución tiene cosas que compensan".
En Cayo Hueso son bastantes los jóvenes que, como Germán, están dispuestos a marcharse de Cuba aunque sea arriesgando su vida en una balsa. El Gobierno de La Habana acusa a EE UU de estimular la emigración ilegal al aplicar la Ley de Ajuste, en vigor desde 1966, que concede la residencia en territorio norteamericano a todo aquel cubano que llegue por cualquier vía, legal o ilegal.
"La mayoría de los que se van en balsa no podría entrar a EE UU si hiciesen los trámites ordinarios. Si el Gobierno norteamericano tuviese igual política con México, se le inundaba el país", argumenta un funcionario cubano. Admite que muchos de los que quieren emigrar no son delincuentes ni marginales. Pero, a su entender, la principal razón de que la gente quiera irse de Cuba es económica.
"Entre 1989 y 1993, el producto interno bruto de Cuba descendió en más de un 35%. En ese lapso de tiempo, las importaciones cayeron un 70%. De ese golpe todavía no nos hemos recuperado, y a eso hay que añadir cuatro décadas de bloqueo norteamericano, que ahora Bush quiere recrudecer prohibiendo el envío de remesas".
El futuro aparece lleno de dificultades. Pero Ángel y Adela recuerdan con nostalgia la etapa en que todo era ilusión, y el peso cubano tenía valor y podían alojarse en un buen hotel o ir a cenar a un restaurante. Para muchos jóvenes -el 41% de la población tiene menos de 30 años- no existen esos recuerdos a los que agarrarse.
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