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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | La vida en Bagdad

Un mes sin Sadam

A pesar de flotar en petróleo, los bagdadíes hacen largas colas en la gasolinera y se organizan como pueden para retirar la basura

Jorge Marirrodriga

Son las ocho de la mañana y Ahmad Rian Salman, de 26 años, se considera afortunado viendo la interminable triple fila de vehículos formada detrás del suyo que esperan para poder echar gasolina en el centro de Bagdad. "He tenido que levantarme a las cuatro de la mañana para poder obtener un buen puesto y calculo que todavía tendré que esperar otra hora". Esta escena se repetía ayer en todas las gasolineras de la capital, el mismo día en que se cumplía un mes desde que las tropas estadounidenses tomaran la ciudad y expulsaran a Sadam Husein y a su Gobierno.

"En este país otra cosa no tendremos, pero gasolina... y ya ni eso. Es de una calidad pésima y encima se han disparado los precios", añade Salman. Antes de la guerra se podía llenar el depósito por 500 dinares (25 céntimos de euro al cambio de ayer), ahora el litro cuesta 100 dinares (5 céntimos) y en el mercado negro 500 dinares. "Lo peor es la espera", opina resignado mientras empuja su automóvil para avanzar unos pocos metros sin encender el motor.

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Todos esperan que este tipo de situaciones termine pronto y lo cierto es que en este mes las cosas han mejorado lentamente tras la semana de saqueos incontrolados que siguió a la caída de la ciudad, aunque la falta de una autoridad, del tipo que sea, dificulta notablemente -por no decir que hace imposible-, el mantenimiento de los servicios básicos.

Algunos remedian la situación por su cuenta. Husein Alí Hadi, de 25 años, trabaja con cuatro compañeros recogiendo basuras en el barrio de Doja, de clase acomodada. Ya se dedicaba a esto con Sadam. Cuando sucedieron los saqueos se fue a la empresa donde trabajaba y robó uno de los camiones -" lo salvé de los ladrones", explica él-, reunió a otros compañeros y ahora recogen las basuras del barrio cobrando un pequeño impuesto a los vecinos que, naturalmente, se quedan ellos. "Es para la gasolina del camión y para alimentar a nuestras familias", afirma el joven, que reconoce que ni se plantean recoger basuras en una parte de la ciudad donde no les paguen. No tiene prisa porque vuelva a existir una autoridad municipal, porque ahora gana más.

Parecido es el caso de Saad Hadi Yasin, de 36 años, conductor de uno de los característicos autobuses rojos de dos pisos que forman parte del anárquico tráfico diario de la ciudad. Los vehículos están bastante mejor conservados que el parque automovilístico iraquí. La razón es que son una donación del Gobierno chino a Irak durante los noventa. Al igual que otros conductores, Yasin también se llevó el autobús a casa. "Y fue lo mejor que pude hacer ¿se ha fijado en la cantidad de autobuses sin ruedas, motor, ni asientos que quedan por las calles?".

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Él conduce y un compañero cobra unos 250 dinares por viaje. Aquí también los precios han subido. Recorre a diario las calles más concurridas recogiendo pasajeros sin seguir un trayecto fijo ni un orden de paradas. Al igual que sus compañeros del camión de basuras ni se plantea comunicar el centro con los barrios más desfavorecidos. "Perdería dinero", asegura.

"Algunas cosas funcionan aunque sea de esta manera, pero sueño con el día en que todo vuelva a ser normal", dice Rusd Abad al Satar, una pasajera de 29 años. "Estamos cansados de esta situación. Nunca sabemos si las tiendas van a abrir, cómo podremos llegar a cualquier parte o si alguna vez recuperaremos nuestros empleos", reconoce Al Satar, funcionaria que acude todos los días a la saqueada sede el Ministerio de Turismo. "Hay veces", añade, "que tengo que discutir con el conductor del autobús. Cada día sigue un camino diferente. Es como una lotería".

Dos ovejas viajan en la parte trasera de un automóvil en Bagdad.

/ ASSOCIATED PRESS
Dos ovejas viajan en la parte trasera de un automóvil en Bagdad. / ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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