_
_
_
_
Tribuna:LA JUSTIFICACIÓN DE UNA GUERRA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El americano impasible

El americano impasible es el título de una película basada en una novela de Graham Greene, ambientada en el actual Vietnam, entonces Indochina. Relata el comienzo de la intervención americana en el inicio de los años cincuenta, cuando los franceses planeaban retirarse de un conflicto que era ya demasiado sangriento y en el que los americanos habían decidido tomar el relevo, arrogándose la labor de frenar el avance del comunismo amenazante. Con todo lo que siguió, los desastres de aquella guerra que, en la narración fílmica, se refieren escueta y dramáticamente.

La película, rodada antes de que ocurrieran los acontecimientos que llevaron a la invasión de Irak, es ahora más que oportuna para hablar de las razones y los rechazos que provocan las guerras. Me dirán ustedes que la guerra del Vietnam no es comparable con la actual invasión de Irak. Y es cierto. No cometeré la torpeza de hacer comparaciones fáciles, del estilo de las que hemos oído de boca de nuestros políticos para justificar esta guerra. La Historia es algo más serio que las tonterías que dicen los que la usan con poco fundamento. Lo que me interesa aquí son situaciones y personajes que, siendo ficticios, nos remiten a otros personajes, de carne y hueso, cuyos valores y sentimientos se han exhibido en el debate suscitado por la guerra de Bush.

A Aznar le va más el lado americano, de los liberales en economía e intervencionistas en el orden privado

En la película, el americano impasible es un joven lleno de ideales, que esgrime un discurso político sobre la debilidad de los franceses para ganar la guerra al comunismo y la necesidad de que los americanos se hagan cargo de la tarea, para lo cual han comenzado ya a desplegar a la agencia de inteligencia, a la que, como sabremos después, pertenece nuestro protagonista. Su oponente, y en principio amigo, es un periodista descreído, un inglés que parece haber recalado en Saigón huyendo no sabemos bien de qué. Lo que sí sabemos es que en Vietnam vive enamorado de una joven, que parece feliz con él.

Pero ocurre que el joven americano se ha enamorado también de la vietnamita y en su buena fe ha concebido la idea de pedirle al viejo periodista -un soberbio Michael Caine- que le ceda a la muchacha, por el bien de ella. Pues, como sabemos entonces, Frasser -Caine- no puede casarse con ella porque su mujer católica no le concede el divorcio, lo cual en los años cincuenta debía de ser aún un requisito necesario, que el católico y progresista Greene seguramente quiso denunciar en su novela. La joven, que en un principio se niega, terminará por ceder ante las presiones familiares que le recuerdan la honorabilidad de un matrimonio legítimo, que ella misma desea, como desean otras mujeres, amantes de los muchos europeos que viven allí sin mujeres y que, según dice a su amigo, normalmente son engañadas y abandonadas.

Mientras todo esto sucede en el ámbito privado, en la plazaabarrotada de gente estallan las bombas terroristas que colocan no sabemos si los vietamitas o los americanos. El buen americano se horroriza ante los destrozos causados por las bombas, pero acto seguido se limpia la sangre que ha manchado sus pantalones y, sin más reflexiones, sigue haciendo su trabajo de conspirador, mientras avanza en la conquista de la joven, a la que pretende redimir, haciéndola su esposa -legítima- en América. Pero el hombre maduro y frágil que es el periodista no pensará en abandonar la relación con la mujer: engaña cuanto puede y no siente ningún remordimiento en provocar la muerte del amigo americano. Para el inglés, ciertamente, el que antes fue su amigo se desvela como un hombre bien intencionado, pero peligroso por el fervor con que defiende y actúa a favor de un proyecto letal que rechaza tanto en el orden político como en el personal.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La cuestión sentimental, lejos de ser aquí una anécdota ajena al conflicto político que se plantea, es significativa de una misma ideología, del talante conservador que aduce razones morales de índole privada para justificar los actos políticos. En la película, el joven americano critica la degradación moral de un país -Vietnam- en el que es posible la perversión de que las mujeres se vean obligadas a prostituirse o, en el mejor de los casos, a ser amantes de un hombre viejo, y no como ocurre en América, en donde son esposas. Quién osa, pues, decir que nuestros valores, salvadores de mujeres y niños, no son mejores, se pregunta convencido el joven, que en ningún momento duda de la legitimidad de sus acciones. En la película los argumentos que justifican la intervención son tantos como los males que se suponen y son intercambiables.

Como Aznar dixit, hablando airadamente contra los españoles que no aceptamos sus argumentos y refiriéndose también al valor de la familia y a su oposición a las sociedades multiculturales (EL PAÍS, 21-4-03). He aquí un ideólogo que no se conforma con hacer política en el sentido que correspondería a un gobernante, forjado en la mejor tradición liberal, que debería reservarse sus opiniones sobre la moral y los valores familiares, como, por otro lado, parece costumbre en Europa. Pero a Aznar le va más el lado americano -el conservador- que el demócrata, el de los que se dicen liberales en economía y son intervencionistas en el orden privado. No sé a ustedes, pero a mi mente ilustrada le molestan enormemente los sermones morales que nuestro presidente se larga en los foros políticos.

Pero volviendo a la guerra que nos ocupa, se puede pensar que los políticos que han defendido la intervención en Irak, con Aznar a la cabeza, estaban cargados de buenas intenciones. Lo cual, sin embargo, no los ha hecho creíbles a los ojos de la opinión pública, que ha visto las cosas de otro modo. Dejando de lado las opiniones interesadas que hablan de manipulaciones y conspiraciones, me inclino a pensar que, en tantos hombres y mujeres que, sin ser contrarios a la guerra por principios pacifistas, se han opuesto a ella en este caso, ha funcionado un pensamiento diferente al de nuestros gobernantes. Menos crédulo ante las ideas grandilocuentes sobre el poder y la gloria, sabiendo que éstos cuestan caros y sólo muy pocos los disfrutan. También menos interesados en los beneficios materiales que se esgrimen ¿beneficios para quién? En cuanto a la caída de Sadam, dejémonos de confusiones, todo el mundo sabe que los demócratas, que hemos desfilado detrás de las pancartas, deseábamos tanto o más que ustedes la liberación del pueblo iraquí. Por eso ahora miramos con angustia la posibilidad de que en Irak se instaure un gobierno de oligarcas, cuando no el poder de los imanes. ¿Cómo defenderían entonces a las mujeres nos preguntamos muchas?

Al mismo tiempo, muchos españoles nos hemos visto sorprendidos por la escasa receptividad del Gobierno, y especialmente de su presidente, ante la magnitud de la protesta social. Se ha repetido hasta la saciedad que su obstinación parece deberse a un carácter autoritario que, sin duda, debería achacarse a todo el partido que si, como algunos dicen, calla sin estar de acuerdo con su jefe, merecería otros calificativos. En mi visión de las cosas no se trata sólo de eso, a esta gente le ha perdido su elitismo, el nosotros con que se definen los notables y el vosotros, que somos los otros, a los que para salvar la cara se ha querido reducir a los comunistas y otros radicales. Para mí que Aznar y los suyos creían estar gobernando un país más crédulo, más sumiso y más obediente a sus dictados.

Por otro lado, en los debates habidos se ha puesto de manifiesto que para muchos de estos políticos la democracia significa votar cada cuatro años y callar el resto del tiempo. Quisiera pensar que somos más los españoles que tenemos un concepto de democracia más profundo, que nos creemos que somos sujetos políticos que cuentan y que, votantes o no de un partido, estamos autorizados a juzgar los actos de los políticos, rechazándolos cuando éstos pierden credibilidad o se muestran desafectos con la opinión de la ciudadanía, como parece ser el caso.

Pero pudiera ocurrir, también, que las recientes protestas sociales no se resolvieran de forma política en el castigo que significaría la pérdida de votos del Partido Popular, lo cual, qué duda cabe, sería malo para la democracia, a la que conviene que, gobierne quien gobierne, funcionen los correctivos que limiten los poderes de los políticos de cortas miras, como de los que pretenden hacer ellos solos la historia. En cualquier caso, se ha abierto una brecha, que ustedes pretenden cerrar en falso, ahora que la guerra parece menos cruenta. De momento se observan los repliegues, ustedes no se atreven a decir que la guerra está ganada, por temor a las consecuencias. Nosotros, los ciudadanos, y la oposición a la cabeza, haríamos mal en consentirles olvidar que en esta guerra se han equivocado y que, en adelante, deberán prestar otra atención y otro trato a sus administrados, aun a los que no somos de los suyos.

Isabel Morant Deusa es profesora de Historia de la Universidad de Valencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_