Entre Cobi y el 'pop art'
Faltan 75 minutos para que la campaña electoral, que empezó hace semanas, comience. En el vestíbulo del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) el candidato de CiU, Xavier Trias, no para de estrechar manos. Por las salas del museo conspicuos convergentes y amigos de Trias en general aprovechan para seguir explicaciones de las guías sobre la exposición de Richard Hamilton. "El pop art quiere ser arte popular, la vuelta al icono, la reacción frente al expresionismo abstracto", desgrana la guía. Un Sunset en Cadaqués dibuja la costa recortada por un atardecer. En primer plano, una enorme defecación ataca los ojos de los amigos de Trias. "¿Por qué en un paisaje tan bonito ha puesto una caca?", pregunta una señora del grupo. "La II Guerra Mundial, el holocausto... son algunos de las explicaciones", aduce la guía, pero no convence demasiado. Una de las personas que ha seguido el recorrido tiende simpáticamente dos invitaciones al periodista y a la guía. "Pilar Segura. Galería Óleos". Una enorme pintura preimpresionista titulada La caída de hojas impacta con su amarillo desde la portada del díptico. La exposición se inaugurará el 5 de junio. "Allí no tendrán que explicarle los cuadros", dice con mirada cómplice.
A 20 minutos del Macba se celebra otra fiesta que tampoco precisa de explicaciones. En las Drassanes los socialistas de Joan Clos festejan el inicio de campaña, aunque si fuera por el catering de la cena habría poco que celebrar. Mucho congelado y un vino rosado cuya ingestión amenaza con irreparables daños colaterales. Pero hay ambiente de fiesta con Los Manolos y unas simpáticas presentadoras que hacen subir al escenario, con recursos imaginativos, a los 10 primeros de la lista por Barcelona. "Y ahora porque ha hecho buena carrera, ¡Núria Carrera!", atronan los altavoces. Con eslóganes de este tenor suben al enorme entarimado José Cuervo, Xavier Casas y Marina Subirats. Maravillas Rojo, en comunión con la moda socialista de esta temporada, luce cuero en cinturón, cazadora y botas. La fiesta se desata cuando sube el jefe. Un Clos exultante descubre, ya es medianoche, el cartel electoral. Ernest Maragall baila rumbas con sus compañeras de lista Carrera y Rojo. Un alto dirigente del PSC dice entre dientes: "¡Pagaría por saber qué está pensando ahora mismo Ferran Mascarell!". El aludido concejal de Cultura esboza, ajeno al comentario, una sonrisa -más jesuítica que beatífica- y observa desde un extremo del entarimado el cuadro escénico. La rumba de los Manolos con Bojos per Barcelona da el sabor Cobi a la fiesta. El realismo izquierdista lo ponen las cartulinas rojas con las que los comensales hacen ordenadamente la ola. Clos prolonga, inmisericorde, su intervención. Espera la conexión televisiva. Inventa sobre la Barcelona cosmopolita y pacifista. Hay bostezos y prisa en la sala. ¡Por fin! Militancia y dirigencia socialistas vuelven a casa. La mayoría lo hace en vehículo privado. Los más afortunados, en coche oficial. Nada de transporte público suburbano: en la cosmopolita Barcelona de 2003, el metro cierra sus puertas a medianoche. A 20 minutos de allí, en la fiesta convergente, hay quien tampoco lo pasa muy bien. En el mismo escenario en el que Artur Mas ha dicho que Barcelona no ha tenido nunca un alcalde catalanista, alguien ha descubierto que sirven Zumosol, del grupo Leche Pascual: ¿Reconciliación o despiste? Nadie es perfecto. Ni siquiera en campaña.
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