Chirac y su fusible
Un año después de ser reelegido con una mayoría sin precedentes (82%) para frenar a Le Pen, Jacques Chirac sigue cabalgando sobre unas cotas de popularidad envidiables. Su primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, también en su primer aniversario en el cargo, se mantiene igual de bien en las encuestas. Pero, una vez pasado el momento de comunión social con la calle, francesa y europea, por la actitud de Chirac contraria a la guerra de Irak, las miradas vuelven a la política interna, donde los problemas comienzan a amontonarse.
Francia está al borde de la recesión. El Gobierno ha tenido que recortar su previsión de crecimiento para este año del 2,3% al 1,3%, y con una tasa de paro del 9,3%, que no se había visto desde principios de los noventa. La presión fiscal ha bajado, pero los impuestos no se podrán recortar más si Francia ha de cumplir con el tope del 3% de déficit presupuestario que impone el euro. Los sindicatos están encrespados, con amenazas de huelga general, por la marcha atrás parcial en la semana laboral de 35 horas y el recorte de las pensiones. El Gobierno quiere que para cobrar la pensión plena los jubilados hayan cotizado durante 41 años a partir de 2012. Francia avanza hacia lo que será un sistema mixto, público y privado, de pensiones.
Por su parte, con mano dura, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, está reduciendo los índices de delincuencia a costa de llenar las prisiones y llevar cientos de nuevos policías a la calle (13.500 suplementarios hasta 2005). Y cierra el grifo de la inmigración, devolviendo a centenares de ilegales a sus países de origen. Ahora, en la agenda inmediata de este Gobierno hiperactivo, queda la asignatura siempre pendiente de la descentralización, de la clarificación de la laicidad (para regular la cuestión del velo en las escuelas) y las drogas.
La agenda está, pues, cargada. El Gobierno ha desplegado un activismo que no ha dejado lugar ni respiro para que se recupere la izquierda, especialmente el Partido Socialista, traumatizado por lo que le ocurrió un año atrás, dividido y con pocas propuestas. Por el contrario, la extrema derecha, si no más fuerte, se muestra vociferante y envalentonada, y el peligro es que, como otras veces, acaba contaminando con sus temas favoritos la política de un Gobierno que está bien asentado. Chirac no ha salido desgastado de su primer año de gracia de su segundo mandato. Y si llegaran los malos tiempos que presagian los datos económicos, siempre tiene a Raffarin como fusible que hacer saltar.
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