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Crítica:ESTRENO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un as escondido

Hay algo, un gesto veloz que pasa casi inadvertido, de estrategia de partida de póquer en la composición de la notable jugada cinematográfica que hay dentro de La vida mancha.

Se desvela esta estrategia, dentro de un magnífico y velocísimo hallazgo, un abrir y cerrar de ojos, el punzante instante en que finaliza la segunda de las partidas de cartas que dan vértebras duras a la -pese a una carencia relevante, a la que aludiré- magnífica y delicada materia lírica vertida en el filme, que compone un idilio, una historia de amor callada y de ojos adentro, que llena de elegancia, inteligencia y verdad las formas desplegadas por la mano maestra de Enrique Urbizu en este transparente, buen y bello relato sobre la hermandad y, sobre todo, sobre la orfandad, asunto inagotable.

LA VIDA MANCHA

Dirección: Enrique Urbizu. Guión: Michel Gaztambide. Fotografía: Carles Gusi. Intérpretes: José Coronado, Zay Nuba, Juan Sanz, Sandro Polo, Yohana Cobo, Silvia Espigado. España, 2003. Género: drama. Duración: 108 minutos.

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Urbizu narra una pasión contenida en 'La vida mancha'

Me refiero al instante en que José Coronado -que sigue pegando con rectitud, entre ojo y ojo, a la cámara, con una máscara pétrea que encubre a un hombre errante, un tipo secretamente frágil y con un agudo sentimiento de abandono- sale de la timba donde acaba de pelar a los que pelaron a su hermano y echa furtivamente en un basurero un as que lleva escondido en la bocamanga. Estamos ante la precisa y definición instantánea, con un solo trazo, de un hombre-tahúr, es decir, un sujeto que parece de una pieza, pero que esconde rincones del alma llenos de dobles barajas. Y esa súbita y veloz evidencia de su doblez fija el sentido y la lógica de su huidizo, tras muchos años de ejercer de sigiloso e impenetrable trotaeuropas, paso por la casa de su locuaz y alocado hermano y de su luminosa y hermosa mujer.

Y es esta mujer, que está construida y sostenida con intensidad y calmosa mirada oscura por una maravillosa debutante llamada Zay Nuba, es la víctima como personaje de esa aludida contradicción o carencia íntima, pues ni el guionista ni el director de la película que ella sostiene dejan cumplir lo que promete la mirada de una mujer de tan fuerte y recia identidad, ni dejan salida a la altura de la imagen a un tú a tú -y para consumarlo habría bastado un mínimo gesto, un roce o, mejor, un simple silencio, nunca la trivial réplica monjil que ponen en su boca- que, al no cerrarse sobre sí mismo, la debilita como signo, como máscara y como metáfora, es decir, como entidad dramática o escénica.

El rico personaje de la mujer se habría enriquecido hasta dispararse hacia arriba con un simple indicio de que su interioridad brota y ennoblece al personaje. Pero, al no aflorar, al amordazarse, hace que el filme se resienta y quede amputado de algo que la pantalla promete y la puesta en escena elude y finalmente le niega, creando en el espectador un sentimiento de escamoteo.

Y no se merece el filme esta falla en su mismísimo eje, pues hay riqueza y capacidad de arrastre en el relato y en el trenzado de personajes, sobre los que se mueve una secuencia altamente precisa, que discurre por magníficos ejercicios de crescendo emocional y de combinaciones perfectamente unificadas de cine lírico y cine negro, y despliegues de suave pero intensa intriga en imágenes de gran veracidad y fisicidad, admirablementes encajadas en un reparto bien trabajado y con actuaciones episódicas excelentes, como las del hermano y la niñera. Cine vivo, serio, importante.

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