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ELECCIONES 25M | Reforma legal en la precampaña

Primarias

Las elecciones municipales y autonómicas tienen a menudo otra significación política que la relativa a la gestión en cada una de estas áreas de competencia. En 1979 supusieron una especie de balón de oxígeno para un partido socialista que había recibido una inesperada derrota en las generales y así recuperaba la ilusión por acercarse al poder. En el País Vasco el resultado de las autonómicas de 1986 inició un ciclo de colaboración, más allá de la frontera entre identidades nacionales, que dio frutos positivos.

No parece discutible que en el año 2003 el significado político de las elecciones que se aproximan rebasará con mucho el juicio sobre una gestión o su posible alternativa. Así será porque ha habido una galaxia de circunstancias previas, pero no todas ellas van a tener tanta importancia como suele atribuírseles. De ser castigado con dureza el partido del Gobierno, es muy posible que lo sea más debido a su talante y modo de gestión de las crisis que a su posición ante la guerra de Irak. Guste o no, la política exterior influye menos de lo que parece en la opción ante unas elecciones. La mejor prueba consiste en que, tras el referéndum sobre la OTAN en que un tercio de los votantes de la derecha y algo más de los socialistas no hicieron lo recomendado por su partido preferido, los resultados no cambiaron de forma tan sustancial. Por otro lado, tampoco se juzga en exclusiva al Gobierno. En Bilbao -o, más en general, en el País Vasco- está en cuestión la capacidad de PNV-EA por succionar voto extremista, la del PSOE por aparecer como opción autónoma, y la del PP, ahora con nuevas adiciones de antinacionalistas, por conquistar el centro.

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Al partido del Gobierno se le puede atribuir mal cálculo o exceso de ideología en la posición que adoptó durante el pasado conflicto internacional, pero no ante estas elecciones. Con plena frialdad ha optado por presentarlas en un marco mucho más amplio y general, con una vehemencia desmesurada y nivel de decibelios espectacular. Quien la protagoniza, con más actos electorales que el propio dirigente de la oposición, es un Aznar en la antítesis de su supuesta divisa de las tres "pes" ("paciencia, prudencia y perseverancia"). Se trata del protagonista político enrocado en una mezcla de cabezonería y tenacidad que le hizo superar circunstancias adversas en que ni siquiera parecía ser tomado en consideración. Una campaña en extremo personalista le hace citar con impudor a su mujer y a su hijo, espectáculo inédito en la democracia española. Está, sin duda, con el dramatismo, tratando de movilizar a un electorado descontento o remiso a la participación.

En la oposición predomina un talante muy diferente, que acentúa la moderación hasta desdibujar el perfil y ofrece el consenso hasta aparecer demasiado blando. Es muy razonable proponer la reforma de un Senado que para poco sirve en la actualidad y también cambios importantes en materia de vivienda y seguridad. Pero en la campaña de los socialistas se advierten a primera vista tres inconvenientes. Uno de ellos resulta hasta cierto punto inevitable. Se refiere a la fiabilidad de los candidatos, mucho más determinable, en sentido positivo o negativo, en el caso de quienes han ejercido el poder pero en el caso de los socialistas también poco discernible dada su general actitud adoptada. Da la sensación, además, de que es la oposición quien devuelve en los medios de comunicación los sucesivos y agobiantes balones adversarios. Y el PSOE hasta el momento parece ignorar que una parte del voto puede escapársele hacia la izquierda.

La campaña, así, resulta con mas incógnitas y de mayor interés que una simple consulta administrativa. Mucho se decidirá en el curso de las semanas venideras. De cualquier modo, parece indudable que la retracción y el compromiso, el afán de castigo y la duda ante el bien por conocer o el efecto imprevisible del volumen de decibelios sobre el electorado ajeno -no el propio- jugarán un papel decisivo. Una semiderrota en las expectativas de unos y otros quizá favoreciera mayor capacidad de propuesta y una rápida decisión sobre el sucesor. Aunque se ansíe y luego se proclame, una victoria aplastante podría resultar contraproducente para unos y otros.

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