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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La herencia antigua

La dedicatoria de estos seis cuartetos a Haydn, absolutamente lógica por el papel que éste había jugado en la estructuración y consolidación del género, no debe hacer olvidar que Mozart se encontraba, desde la primavera de 1782, bajo el impacto que le produjo el conocimiento de las obras de Haendel, Bach y otros maestros antiguos. El redescubrimiento del contrapunto por parte de Mozart se integró -eso sí- en parámetros estilísticos muy diferentes a los del Barroco, y llegó a constituirse en uno de los pilares básicos del nuevo clasicismo, contribuyendo a diferenciarlo con nitidez de la ligera atmósfera en la que se movía la música rococó.

Los cuartetos cuyo número va del 15 al 19 fueron escritos precisamente en ese momento (entre 1782 y 1785) y muestran con claridad la asunción de esa herencia y la inteligente metamorfosis que Mozart (al igual que Haydn) realiza en ella. El último movimiento del K. 387 (obra que inicia el ciclo), nos sitúa ya ante una fuga de gran aliento que indica bien el objetivo hacia el que se dirige la atención del salzburgués. El Andante cantabile de ese mismo cuarteto aporta, por otra parte, el aire de seriedad y nobleza que Mozart y Haydn supieron combinar con la delicadeza y la elegancia dieciochescas.

Ciclo de Cámara y Solistas

Cuarteto Mosaïques. Integral de los Cuartetos de Mozart dedicados a Haydn. Palau de la Música. Valencia, 29 y 30 de abril de 2003

Este ciclo de cuartetos permite escuchar, de alguna manera, la gestación del estilo clásico. Ahí están, por otra parte, los logros del K. 421 y los del K. 465 (¡qué Adagio introductorio!) para ejemplificarla. Los miembros del Mosaïques, cuya ejecución primaba la claridad de la textura por encima de otras consideraciones, dejaron al desnudo todos los hilos con los que se trenza el contrapunto, todos los resortes que configuran la forma de sonata, toda la gracia melódica de Mozart y -también- toda su angustia. La utilización de instrumentos antiguos dio un color especial a estas partituras: a destacar la sonoridad encantadoramente áspera de la viola y, sobre todo, el violonchelo de ese gran músico que es Christophe Coin. Cuesta describir la tensión y la profundidad que emanan de su instrumento, incluso en los fragmentos donde realiza un acompañamiento sencillo. Ambos -violonchelo y viola- hicieron una buena exhibición de saber decir cuando abordaron el sombrío Cuarteto en re menor, con magníficas aportaciones, también, de los dos violines. En esta obra se alcanzó el más alto nivel interpretativo de la primera sesión. También fue la última de la segunda (el Cuarteto en Do mayor) la que obtuvo resultados más conmovedores. Difícilmente podrá olvidarse ese Menuetto tan intranquilo, tan distante de la idea que se suele tener de esta danza. O el solo del primer violín sobre el pizzicato de las otras cuerdas en el tercer movimiento del K. 421. Por no hablar de la serenidad con que tradujeron el Andante del Cuarteto en Mi bemol y de tantos otros momentos maravillosos: fueron, en general, dos sesiones para el recuerdo.

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