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Reportaje:LA VISITA DEL PAPA | Las relaciones del Vaticano con La Moncloa

Juan Pablo II y España

La quinta visita del Papa coincide con su mejor momento de popularidad y relaciones tensas con el Gobierno del PP

Será una visita breve. El Papa pasará sólo 31 horas en Madrid, pero para el presidente de la Conferencia Episcopal español, el cardenal Antonio María Rouco Varela, la venida de Juan Pablo II a España, por quinta vez, representa un considerable éxito. Exhibirse al lado del Pontífice, en uno de los momentos de máxima popularidad de Karol Wojtyla, después de su firme oposición a la II Guerra del Golfo, reforzará, seguramente, al cardenal de Madrid, dentro y fuera de la Iglesia española. Otra cosa es el efecto "político" de este viaje, el primero del Papa después de la invasión de Irak, un conflicto que le ha visto enfrentado al Gobierno de José María Aznar.

Un día y medio en Madrid era lo más que podía obtenerse, a la vista de la salud del Papa, prácticamente inmovilizado, obligado a repasar una y otra vez los discursos antes de leerlos en público. Como el propio Rouco ha reconocido, Juan Pablo II no está para correr un maratón.

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El Papa no podría afrontar hoy un viaje como el primero que le trajo a España, el 31de octubre de 1982, cuando recorrió en nueve días 5.800 kilómetros, y pronunció 48 discursos ante audiencias oceánicas en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Granada, Santiago, Toledo, Ávila, Salamanca, Segovia, además de Alba de Tormes, Loyola, Javier y Montserrat. Aquel fue un baño de masas y una inmersión profunda en la realidad de un país que se disponía a iniciar la larga era socialista. Las relaciones entre España y la Santa Sede estaban reguladas desde 1979 por unos acuerdos que modificaban el Concordato de 1953, a la luz de la nueva Constitución española, aunque dejando prácticamente intacta la posición preponderante de la Iglesia católica en nuestro país.

Cuando Karol Wojtyla es elegido Papa, el 16 de octubre de 1978, la situación española es todavía considerablemente convulsa. Pero si Pablo VI, cuyo pontificado coincidió con la última etapa del franquismo y con una fase tormentosa en Latinoamérica, no se planteó siquiera visitar España o aquel continente, en ninguno de sus nueve viajes apostólicos, Wojtyla dedicó a la República Dominicana, México y las Bahamas su primera salida al extranjero, en enero de 1979. Inmediatamente después, le tocó el turno a su patria, Polonia, donde el régimen pro-soviético comenzaba a desmoronarse, y a EE UU, ya por entonces la única superpotencia digna de este nombre. El Papa, obsesionado con darle un rostro multiétnico a la Iglesia católica, monopolizada hasta entonces por el poder europeo, recorrió media África, antes de visitar Francia y Alemania, y entre ambos viajes puso pie en Brasil, uno de los grandes "viveros" católicos amenazados por el avance de otras religiones y ritos.

La España que acababa de conquistar la democracia no era una prioridad en la agenda del nuevo Papa viajero, que aprendió el castellano en los años cuarenta leyendo a San Juan de la Cruz -Wojtyla dedicó su tesis a la obra del místico español- y había visitado fugazmente nuestro país en 1964, cuando, entonces recién nombrado arzobispo de Cracovia, se equivocó de vuelo y aterrizó en Barajas en lugar de en París. Su pasaporte polaco no le abrió precisamente las puertas, y tuvo que permanecer en el aeropuerto varias horas antes de embarcar en el siguiente vuelo a la capital francesa.

Ya convertido en Papa, acabaría por dedicar a España el decimosexto viaje de su Pontificado, tras un paréntesis obligado por el brutal atentado de Ali Agca, el 13 de mayo de 1981. Consciente de este cierto retraso en su visita a uno de los puntales históricos del catolicismo, Wojtyla se excusó casi en su discurso de saludo. "Quiero ahora manifestaros que desde los primeros meses de mi elección a la cátedra de San Pedro pensé con ilusión en un viaje a España", dijo a los fieles que llenaban el aeropuerto de Barajas. Para cuando el avión del Papa polaco aterrizaba en Madrid, el 31 de octubre de 1982, Felipe González era ya el nuevo presidente electo (aún no había tomado posesión). Un cambio que el Vaticano intuía a la vista de los 48 discursos que el Pontífice pronunció en su largo periplo, todos cuidadosamente redactados, evitando la más mínima sombra de hostilidad al nuevo poder socialista. Wojtyla dejó claro, nada más poner un pie en Madrid, que su viaje no debía ser politizado en ninguna medida, y en ese espíritu de no crear conflictos -tampoco con las recientes autonomías- se inscribió su moderado llamamiento contra el terrorismo, en el discurso que pronunció en Loyola.

La inquietud en la Santa Sede por los efectos negativos que podía tener para la Iglesia un Gobierno socialista en España, se disipó pronto. El nuevo presidente español fue recibido por Juan Pablo II en el Vaticano en 1983, en un clima de gran cordialidad y al año siguiente, González le recibió en Zaragoza, donde el Papa hizo escala, camino, nuevamente, de América Latina. Las relaciones entre los dos Estados vivieron un momento tenso en 1987, que se superó sin problemas, después de que el Gobierno de Madrid optara por retirar de su Embajada ante la Santa Sede a Gonzalo Puente Ojea, un diplomático que se declaraba agnóstico públicamente, y que tuvo la "osadía" de decidir divorciarse. Puente Ojea, hombre directo, declaró años después en una entrevista: "Dejémonos de mandangas, entre Wojtyla y Felipe me echaron de mala manera. El Vaticano aguardaba cualquier resquicio para librarse de un embajador agnóstico y con raíces marxistas. Pero fue Felipe quien se plegó al Vaticano". Puente Ojea acusó además al PSOE de haber "consolidado" todos los privilegios de la Iglesia española. "Llegó al Gobierno con una inercia laicista, pero entre 1984 y 1986 conoció los mecanismos del poder y, consciente del peso de la Iglesia, cedió. Ni siquiera en la enseñanza siguió a la II República. Y no era necesario tanto entreguismo".

Juan Pablo II fue pródigo en visitas a España entre 1982 y 1993. Al maratón de 1982 le siguieron la mencionada escala en Zaragoza en 1984, y un viaje a Santiago de Compostela y Covadonga de 1989, además de la asistencia al Congreso Eucarístico de Sevilla de junio 1993, que le retuvo cinco días en nuestro país. Desde entonces, hasta el viaje del próximo fin de semana, han pasado diez años, sin que España, pese a las reiteradas invitaciones de los Reyes, del Gobierno y de la Conferencia Episcopal, hubiera figurado en la lista de destinos de las visitas papales. Un hecho no ligado, obviamente, a la presencia de un Gobierno del PP en Madrid, pero demostrativo de que tampoco la sintonía ha sido perfecta. Al contrario, las tensiones de la Santa Sede con el Gobierno de centro-derecha, en el que figuran miembros del Opus Dei, la organización religiosa en la que más se ha apoyado el Papa durante su Pontificado, han sido mayores de las esperadas.

Es cierto que los ministros socialistas no se sometieron al ritual de asistencia a las beatificaciones y canonizaciones de españoles que ha celebrado Wojtyla, y que alguno de ellos se permitió criticar la dureza de algún discurso del Papa, como el pronunciado en 1991, lamentando los progresos del "neopaganismo" en España. Pero más duras han sido las protestas formuladas por el Gobierno de Madrid ante iniciativas del Vaticano, como la de ofrecerse veladamente para mediar en el conflicto del País Vasco, en octubre de 2000. La Santa Sede rectificó vigorosamente, consciente de los riesgos de irritar al Gobierno del Partido Popular, y consiguió disipar cualquier sombra de descontento. Aunque la paz duró poco. La carta pastoral de los obispos vascos, en junio de 2002, lamentando la ilegalización de Batasuna, provocó de nuevo las iras del Gobierno de Madrid, aunque, esta vez, la Santa Sede respondió con cortesía y se abstuvo de intervenir. Una cosa es condenar el terrorismo -algo que el Papa ha hecho en numerosas ocasiones- y otra tirarle de las orejas al nacionalismo vasco, en permanente tensión con el actual Papa.

La última brecha entre el Gobierno de la católica España y el Vaticano, la ha abierto la guerra de Irak. Esta por ver si la quinta visita del Papa a España, la primera que coincide con un Gobierno del PP, servirá o no para cerrarla.

Juan Pablo II saluda a los participantes en una ceremonia de beatificación celebrada en el Vaticano el lunes pasado.
Juan Pablo II saluda a los participantes en una ceremonia de beatificación celebrada en el Vaticano el lunes pasado.ASSOCIATED PRESS

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