Dos proyectos diferentes
Los argentinos sienten una insumisa fascinación por el peronismo. El primer ballottage de la historia nacional lo protagonizarán dos peronistas, Carlos Menem y Néstor Kirchner. Después del colapso del país, del default y de la hiperdevaluación, la necesidad de asegurar la gobernabilidad terminó empujando a la sociedad argentina, otra vez, hacia el partido que fundó Juan Domingo Perón en 1946.
Sin embargo, los resultados electorales del domingo son más complejos. Menem consiguió un magro primer puesto, que se parece mucho más a una derrota que a una victoria. El septuagenario ex presidente estaba seguro de ganar definitivamente en la primera vuelta, pero apenas superó por dos puntos a Kirchner, el candidato de su archienemigo, el actual presidente, Eduardo Duhalde. La inopia de votos, en una elección muy fragmentada, fue el mal de todos.
Menem y Kirchner expresan planes políticos y económicos diversos
Menem padece índices de mala imagen pública desde 1996; el porcentaje de rechazo social se clava ahora en el 70% de la sociedad. El pasado domingo necesitaba, en efecto, ganar en primera vuelta o conquistar una diferencia muy grande con respecto de su seguidor para regresar al Gobierno que entregó en 1999. No consiguió ninguna de las dos cosas y, por eso, las primeras e imperfectas encuestas ya lo están dando como seguro perdedor de la segunda ronda electoral, dentro de tres semanas. Kirchner está más cerca que Menem de convertirse en el próximo presidente argentino.
El peronismo contiene a oficialistas y opositores, a ortodoxias y heterodoxias. Haber nacido y crecido en el mismo partido no impide, por ejemplo, que Menem y Kirchner expresen dos claros y diferentes proyectos políticos y económicos. Menem es la más pura ortodoxia económica, una versión desteñida ya del Consenso de Washington aplicado en América Latina. Kirchner se define como un neokeynesiano, dispuesto a perseverar en la incipiente recuperación de Argentina de los últimos meses.
El ministro de Economía, Roberto Lavagna, fue el gran aliado de Kirchner y uno de los personajes cruciales de la elección del domingo. Lavagna seguirá ocupando su cargo actual en un eventual Gobierno de Kirchner. Tal anuncio le valió al candidato peronista un repunte en las encuestas previas, que luego se concretó en el resultado electoral. Es el primer ministro de Economía en mucho tiempo que, en lugar de saltar eyectado por la ira social, puede influir positivamente en elecciones presidenciales.
Los primeros cuatro lugares en la grilla final del domingo están ocupados por caras nuevas de la política. Sólo Menem pertenece a la era de los dinosaurios argentinos; el propio Kirchner, un gobernador del confín patagónico, no es un rostro asociado con el poder y los errores de los últimos 20 años de democracia argentina. La sociedad no ejecutó el "que se vayan todos", que proclamó a viva voz tras el derrumbe nacional, pero estuvo muy cerca de concretarlo.
Dos figuras han surgido como un bosquejo embrionario del futuro. Una de ellas expresa a la ortodoxia de centroderecha. Es Ricardo López Murphy, que, con casi el 17% de los votos, se colocó a apenas siete puntos del primero. López Murphy quedó tercero, después de Kirchner. La otra figura es Elisa Carrió, una diputada de centroizquierda, cuyo principal mérito es haber reinstalado una noción de moral en la vida pública argentina. Carrió quedó cuarta, a pocos puntos de López Murphy.
López Murphy y Carrió hicieron una campaña de pocos meses, sin estructura partidaria y sin recursos financieros durante gran parte de la contienda. No llegaron más alto porque, simplemente, la gente de a pie los miró con tanta simpatía como con suspicacia sobre sus capacidades para asegurar la gobernabilidad del país. ¿Se equivoca? El Parlamento está dominado por una mayoría peronista y los sindicatos sólo se disciplinan ante los herederos de Perón. La relación de fuerzas y la sensación colectiva son casi idénticas.
La derrota y el desastre se abatieron sobre dos ex presidentes. Adolfo Rodríguez Saá, el alucinado presidente peronista del alegre default, resultó quinto y su futuro se encerrará irremediablemente en su pequeño feudo, la provincia de San Luis, muy lejos del principal escenario de la política argentina. Raúl Alfonsín, el ex presidente radical que dio a su partido la más grande elección de su historia cuando se restauró la democracia, en 1983, cosechó, a través de su candidato Leopoldo Moreau, poco más del 2% de los votos.
La terquedad ideológica de Alfonsín, que expulsó de su partido a López Murphy y a Carrió porque no aceptaron el estrecho sendero de sus ideas, le deparó al radicalismo, el segundo partido político argentino, la peor elección en sus 110 años de historia.
Joaquín Morales Solá es periodista y columnista del diario argentino La Nación
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