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LA PRECAMPAÑA ELECTORAL | Los problemas de la inseguridad ciudadana
Columna
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'Babyboomers'

Enrique Gil Calvo

El ciclo electoral que se inicia con los inminentes comicios municipales y autonómicos será probablemente decidido por la generación del baby boom: la cohorte más numerosa de nuestra historia formada por los nacidos entre el Plan de Estabilización de 1959 y la Constitución de 1978. Y ello aunque sólo sea por su volumen demográfico, ya que suponen un tercio del censo electoral, lo que les confiere la mayoría relativa del pueblo soberano. Pero más allá del poder que su peso les otorga, todavía parece más crucial su influencia cualitativa, dada la estratégica posición que ocupan en el centro de gravedad de nuestra pirámide de edades, pues ahora mismo están protagonizando la formación de las nuevas familias.

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Como se sabe, se trata de una generación de patitos feos nacidos con mala suerte, pues su malthusiana superpoblación les bloqueó el acceso a todas las oportunidades vitales que abordaban hasta masificarlas con su atestada saturación: primero los colegios y las escuelas; luego, los institutos y las universidades; después, los empleos, y por último las viviendas. Pero además de semejante exclusión, también fueron discriminados durante la transición a la democracia, consensuada a sus espaldas por los arreglos acordados entre las generaciones previas. Bien es verdad que, a cambio de todo esto, y aunque nada más fuera para camuflar su rampante desempleo, pudieron prolongar bastantes años su formación académica, protagonizando el gran salto adelante de la enseñanza superior española.

Todas estas características explican su desencantado escepticismo, que les llevó a retraerse de toda participación política. Y así fue como, ejerciendo su voto de protesta, los babyboomers echaron del poder a González en 1996. Y cuatro años después, quizá movidos por su elevada cualificación que les permitía hacerse ilusiones profesionales, creyeron en las promesas de la propaganda neoliberal -pues en el año 2000 el futuro global todavía parecía color de rosa-, y confirmaron su voto de confianza a Aznar -aunque lo hicieran sobre todo por omisión, dado su abstencionismo electoral-.

Bien, pues ahora los babyboomers se hallan en perfectas condiciones de pasarle factura a Aznar, haciéndole pagar el mal uso que ha dado al cheque en blanco que sus electores le confiaron. En el año 2004 ya no tendrán ocasión, porque el guerrero del antifaz se habrá retirado, pero ahora todavía pueden hacerlo, exigiéndole que rinda cuentas como gran capitán de la guerra contra Irak. Pues no hay que olvidar que las recientes movilizaciones contra la guerra han estado protagonizadas por los superpoblados babyboomers, cuyas densas redes de interacción les dotan de un elevado capital social del que han hecho emerger una poderosa efervescencia colectiva.

Se alegará que unas elecciones administrativas como éstas no permiten su agregación política, pues se dispersan en un mosaico localista imposible de integrar. Pero se olvida que las autoridades municipales y autonómicas son las responsables de aquellas competencias -infraestructuras, vivienda, servicios sociales, guarderías- de las que depende la encrucijada vital por la que hoy atraviesan los babyboomers, que es su legítimo derecho a formar familia, hoy injustamente bloqueado por la inaccesibilidad de la vivienda.

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En este momento en España tendría que estar produciéndose un pequeño baby boom, ya que que la cohorte en edad de procrear es la más numerosa de la historia. Y en lugar de eso, la fecundidad española es la más baja del mundo. Todo porque las babyboomers no pueden acceder a pisos propios ni a guarderías. Pero ya se sabe quiénes son los responsables: los gestores del partido en el poder, que se financian recalificando suelo urbano para las grandes constructoras, lo que les permite intensificar su especulación inmobiliaria en detrimento de quienes buscan su primera vivienda. Ésta es la factura electoral que los babyboomers le pueden girar a Aznar.

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