Trío de jetas

Sólo tiene sentido en esta agradable y vacía pequeñez de Jet lag -que ocupó sitio inmerecidamente en el Festival de San Sebastián- el tú a tú entre los magníficos Juliette Binoche y Jean Reno, que se inyectan una sobredosis de autoindulgencia y, de paso, aceptan algo tan inaceptable como arrugar sus talentos, que se cuentan entre los más solventes y vivos del cine francés, para asumir y hacer suyo algo completamente ajeno en lo que no creen.

Circula por entre quienes viven del cine sin amarlo -y en ellos se entiende, no en quienes hacen Jet lag, que aman lo que hacen- que la ley de la comedia acepta la ley del usar y tirar y está en su esencia generar filmes nulos y efímeros pero rentables. Jet lag parece fabricado por un vendedor al que le es indiferente el destino de lo que vende, lo que no casa con los nombres que lo avalan. Es una comedieta hecha a la medida del ordeño de los rostros que usa como mascarones de proa. La sostienen un baño de brillantina y el choque sin chispas de dos extraordinarios intérpretes, terciados por un tercero de su talla, Sergi López, un trío que malgasta su ingenio y su esplendor en hacernos tragable y digerible algo que ellos se intuye que no tragan ni digieren.