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Droga y sociedad

Entre el morbo de los medios de comunicación de la Corte, y el mérito propio por llegar a ser noticia, el caso es que no dejamos de estar en el candelero. Repaso un estudio sociológico: los jóvenes vascos arrojan las cotas más altas de drogodependencia del Estado.

En sus orígenes, a la altura de los emblemáticos años sesenta, el fenómeno drogodependiente fue interpretado como fruto del ansia de liberación frente a la coactiva sociedad tecnocrática. Vino a ser algo así como la alternativa del goce individual frente al colectivismo consumista; la rehabilitación de lo sensible frente al racionalismo tecnológico, y la espontaneidad frente al utilitarismo de unas organizaciones económicas diseñadas por y para la eterna minoría ostentadora del poder. Como hoy.

Pero uno sostiene que los pobres son los portadores de una nueva esperanza
Los jóvenes vascos arrojan las cotas más altas de drogodependencia del Estado

En ese contexto, la droga fue concebida como una bomba contracultural. Pero, claro, todo eso lo entendíamos así en aquel mes de aquel año de gracia de 1968, porque ahora, a los jóvenes calvitos de aquel mitificado mayo, la vida nos ha enseñado que a semejante bomba le faltaba la espoleta.

Aquellas ansias de liberación, nos muestran hoy su contrapartida: cuando una persona, joven o adulta, se aferra a un goce inmediato, es debido a una radical carencia de ilusión por el futuro; carencia inconcebible en el 68. Entonces, los jóvenes, aquí, en Euskadi "tenían futuro": podían, por ejemplo, despreciar un banco para colocarse en una cooperativa de Mondragón. Había dónde elegir.

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Eso en el plano económico, porque en el plano político el "Che" daba la cara en Hispanoamérica, sembrando la esperanza de un socialismo liberador; en el plano religioso, Juan XXIII, a diferencia del Vaticano de hoy, creía en el Evangelio. Efectivamente, en ciertos sectores -aunque no tan amplios como se ha hecho saber- existía una ilusión de cambio.

Mas nada cambió. Y esa es la razón por la que siguen en vigor las preguntas de entonces: ¿Qué tiene esta sociedad, que, lejos de fomentar la confianza, promueve el escapismo? ¿Por qué razón -si aquí cabe más la razón que el interés- se ceba de ese modo en lo jóvenes vascos, y no vascos, esta plaga? ¿Qué estímulos, para que apuesten por la vida, aportan los que gobiernan esta vida?

La realidad es que la generación siguiente a los jóvenes calvitos del 68, vive de los sueldos de sus padres; y, en términos globales sólo el 45% de los parados inscritos en el Inem cobra algún subsidio. Mientras la Macroeconomía aumenta, disminuyen las subvenciones por desempleo. Sólo uno de cada cuatro desempleados vascos (el 25,59%) cobra prestaciones contributivas.

Ellos constituyen la stock option de la vergüenza. Mientras exista esta gente sin patria, sin raza, sin derechos, sin lengua que clame en las columnas periodísticas, distraídas por El Montema Patriótico, tanto el central como el periférico, será una pura música celestial, que no alcanza a distraer los campamentos de la pobreza.

Y parece que, como si de un inevitable sino se tratara, ese Monovenido en una no menos inevitable droga. La política, es vivida como una religión sustitutoria de la enorme vaciedad de una sociedad desorientada que tiene los medios pero ignora los fines.

Los pobres (porque, guste o no, aquí hay pobres; sí: pobres) no tienen futuro, ni les pertenece el presente, y su pasado es el pasado de sus amos. Pero uno sostiene que los pobres, a pesar de ellos mismos, son los portadores de una nueva esperanza. Porque los que no tienen ni pasado, ni presente ni futuro, son los más capacitados para poder soñar. Nuestra sociedad atontada, la que traga con fruición Marca y Hola; la que arroja un índice del 77% de neurosis ansiedad y estrés, no tiene otro remedio que rescatar la importancia social del sueño, soñar con otro mundo. Porque la fantasía, representa la razón no-domesticada.

A través de la fantasía, la sociedad en general, y los oprimidos en particular, encuentran la posibilidad de entrever un mundo que trascienda la prisión que les niega repirar la vida. La democracia es pura mentira si no alcanza el ámbito de la empresa, de la fábrica y de la universidad. La fantasía es el principal patrimonio de los creadores, pero también de los enfermos, de los hambrientos y de los oprimidos por mil ataduras.

La fantasía, facilita que se convierta en sujeto histórico ese universo de dos tercios de acosados y de marginados, que sueñan la demolición de las fronteras; que sueñan la igualdad para que nos podamos llamar humanos, que sueñan la desaparición de este muro que divide el Norte del Sur, a los acosadores y a los acosados; un muro más implacable que el de Berlín.

Lo que en todo caso está claro, es que no es decente intentar poner fin al uso de los medios que apuntan a evadirse de este mundo (vg. la droga, o el botellazo) sin ponerse a trabajar por un mundo distinto que no de lugar a tales deseos.

Rafael Redondo, Profesor de la Universidad del País Vasco.

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