Atractiva sencillez

Al igual que todos los meses el Archivo de Territorio Foral de Álava nos regala con una exposición fotográfica y su correspondiente catálogo. Así como en otras ocasiones toma el rumbo de las propuestas más innovadoras, en esta sus promotores han elegido para la ocasión una sencilla colección en blanco y negro, de formato reducido, obra de Miguel Lecuona (Irún, 1941). La construcción de las imágenes es muy parca, las composiciones no son nada rebuscadas, pero están repletas de la emoción que otorga su espontaneidad.

La llegada del autor a la fotografía es tardía. Esta marcada por la llegada del paro laboral y el final de una relación sentimental. Encuentra en ella un refugio para sus dolores de alma y a la vez una nueva forma de vida. Era muy joven cuando un amigo le regaló una cámara. Con ella hacía fotos de manera informal.Fotos sin mayor trascendencia, marcadas por la casualidad. Solo a partir de 1992 reconoce que sus tomas alcanzan la enjundia deseada. Era el momento en que perdía el trabajo, la mujer y la casa. Sin embargo encuentra la lealtad de su cámara de paso universal de la que no se desprende.

Su afición se transforma en una actividad sistemática. Le convierte en un cazador de imágenes. Toma todo aquello que le "pega al ojo". Primero en el Camino de Santiago, y luego en la actividad de unos pescadores. Las enseñanzas recibidas de Fernando Larruquert construyen dentro de si todo un desafío con el medio. Sus paseos y viajes son auténticas sesiones fotográficas. Busca mejorar su trabajo, depurar las tomas y las situaciones. La técnica la controla, pero en este camino de búsqueda también se encuentra la dispersión temática algo que debe evitarse para conformar un proyecto gráfico con pilares más sólidos del que hasta ahora ha conseguido y por lo tanto más duradero.

En la exposición se enseñan paisajes y naturaleza, parte de un viaje a Portugal, detalles de la sociedad urbana dominante y por supuesto retratos. En ellos, además del propio autor, se encuentran personajes entrañables de la vida común. Entre ellos, llama la atención el boy scout tomado de espaldas en el interior de una iglesia. Las arrugas de su sombrero, colgado por el cuello hacia atrás, están iluminadas por una curiosa luz cenital que construye con sus brillos y sombras algo que asemeja el rostro de los apóstoles que el recién fallecido Jorge Oteiza esculpió para el Santuario de Aránzazu.

¿Azar o intención? De esta índole son las sorpresas que aguardan en las carpetas de este hombre llegado a Vitoria de la mano de Begoña Muruaga, aquella brillante redactora de Emakunde.