Un guiño público
Como se esperaba que la escultura pública de bronce de Andrés Nagel (San Sebastián, 1947) plantada en el centro neurálgico de Amorebieta iba a causar asombro, sorpresa y perplejidad entre la ciudadanía, el Ayuntamiento de la localidad organizó una exposición individual del artista. De esa manera se conocería quién era Nagel como artista. Efectivamente, se mostraron obras suyas, de acreditada calidad, sobre diversos materiales: fibra de vidrio, poliéster, zinc, plomo, óleo. En un breve escrito para la ocasión se daba cuenta de que Andrés Nagel es arquitecto, además de dibujante, grabador, fotógrafo, pintor y, naturalmente, escultor.
Pero es verdad que esa grímpola causal respecto a la escultura no ha impedido la proliferación nombres caprichosos a su costa. Los vecinos la han bautizado como la gran patata, el ovni, el monstruo comeniños, el diablo con tres patas y hasta el elefante sin cabeza. Incluso alguien con ínfulas teatrales ha mentado al mismísimo Ubú Rey.
La escultura como tal tiene cualidades notables. En primer lugar destaca el acierto conseguido por las proporciones. Ni se queda pequeña ni se excede en lo grande. Se diría que estuvo ahí desde siempre. La creación del objeto está construido por un núcleo central, que es una masa grande, sinuosa e informal, y tres elementos que surgen de esa masa. Estos son, primero, tres patas donde se asienta esa masa; por todo el perímetro de la masa surgen siete brazos o pinchos con sus puntas erizadas hacia arriba y hacia abajo, o bien hacia los lados; y como remate coronado sale de ese cuerpo central hacia el cielo una especie de largo cuerno o periscopio del que penden unos hilos blancuzcos, cuya imagen referente se puede equiparar tanto a luenga cabellera o como a cola de caballo en reposo.
El resultado es esplendoroso. Posee un encanto lúdico excepcional. Es una curiosa y misteriosa antiforma que atrae por el juego de inestabilidades, que el autor va equilibrando según las posiciones compensatorias de esos tres elementos aludidos. Inscritas en la propia escultura, unas letras grandes -que "muerden", hendidas la masa- dan el nombre del lugar público en que está emplazada, aunque resulta chocante a primera vista, puesto que es imposible ver la palabra medianamente completa desde una posición única.
Hay que destacar para terminar el excelente tratamiento del material, de una escultura que, si bien se ha instalado en Amorebieta, podía estar en cualquier lugar del mundo, lo mismo en Düsseldorf como en Osaka, Los Ángeles o en París. Su calidad se alza sobre las miradas más exigentes, con el mismo fértil poder que produce el agua de las altas montañas.
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