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Columna
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Adiós, señor Aznar

¿Por qué desfilan los encapuchados? ¿Es por un compromiso personal, por una promesa, por una tradición? ¿Será acaso en protesta contra la guerra, contra la tortura, contra el asesinato, la explotación y la represión? ¿Será para dejar claro que ya pocos creen, que han perdido la confianza en los dirigentes, y optan por los rituales más atávicos para calmar la ira de su dios? En un mundo de decepción, en un escenario de atrocidades e injusticias grandes como casas vacías, en un túnel histórico de ejercicios políticos tan oscuro como el que estamos atravesando, cuando uno comprende que el poder es el negocio más boyante, y que la guerra no es más que una de sus sucursales, resulta un fenómeno curiosamente bipolar que queden ganas para descalzarse y ponerse el capirote.

Lo mismo ocurre a veces con las manifestaciones. Y no obstante, aunque al Gobierno le gustaría pensar lo contrario, están llenas de gente. En opinión de un lector que mandó una carta al director a una revista de tirada nacional: "El botellón está prohibido, la tele es una mierda, en el cine sólo hay películas americanísimas, el teatro es carísimo y hay poco, en los bares te cobran siete euros por una copa de matarratas, no se puede oír música que no sea OT y otras bazofias parecidas, la droga es ilegal... Las manifestaciones llenas de gente no son sólo por la puta guerra: ¡Es que no hay alternativa!".

Sería cuestión tal vez de discutir algunos puntos -y de añadir otros- a esta carta que parece frívola, pero estoy totalmente de acuerdo con la opinión de que las manifestaciones no son sólo por la guerra. Lo que está claro es que después de esta etapa, la percepción de la realidad de muchos votantes ha sufrido una convulsión desde sus cimientos, algo a tener en cuenta en una coyuntura tan penosa como la que estamos sufriendo. Se puede decir que se han puesto unas gafas de otro color. Pero, después de esto, ¿qué?

Ahora nos recuerdan que la guerra ha terminado, y piden que dejemos ya de protestar. Habrá que repetirles, una vez más, como decía el joven lector cuya carta he reproducido, que no sólo protestamos por las guerras, sino porque no queda otra alternativa. No vale marear a la perdiz para despistar. No vale que prometan una mejora económica cuando la sangre de los muertos aún está caliente. Ni engaños, ni sobornos. Las manifestaciones seguirán, precisamente porque no queda otra alternativa. Porque la actitud de los gobiernos que han participado en este conflicto ha sido como una radiografía de sus entrañas, que nos ha permitido ver las vísceras de la política. Porque la gente ya no se conforma con que todo siga igual.

Uno de los peores errores que puede cometer un político es ignorar -o subestimar- el clamor popular, así como ningunear a las nuevas generaciones, que ya van teniendo edad para votar. Pero pedir peras al olmo es un acto de fe aún mayor que caminar descalzo oculto bajo un capirote. Tal vez Aznar debería hacer penitencia, y desfilar en procesión, aunque me temo que ni siquiera eso le servirá ya para nada. Adiós, señor Aznar.

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