Francia y las guerras de Bush
Hace unas semanas The Washington Post publicó un alegato de William Safire, periodista norteamericano próximo a la opción del vicepresidente Cheney, en el que criticaba y se burlaba de las razones por las que Chirac y su Gobierno se oponían a la invasión de Irak. Un pequeño grupo de intelectuales mediáticos franceses del prêt-a-penser (Bruckner, Glucksman, Finkielkraut, etcétera) capitaneados por el político ultraliberal Alain Madelin y el multitránsfuga Bernard Kouchner se han constituido en especialistas de su importación y las han promovido, durante estas últimas semanas, en los continuos debates sobre la guerra que han organizado la radio y la televisión francesas, funcionando como avanzadilla de la posición proamericana, que apenas llega al 20% en este país. Su estructura argumental, aparte de reducir los argumentos franceses contra la guerra a la sola defensa de sus intereses económicos en Irak, consiste en una doble impugnación: acusar a Francia de debilitar a la ONU y atribuirle la fractura ideológica y el fin del consenso político en los países de la Unión Europea. Respecto de la primera, el Gobierno Bush se empeña en ocultar que las Naciones Unidas, en su inmensa mayoría, estaban y siguen estando contra la agresión a Irak y que Estados Unidos sólo consiguieron la adhesión de los gobiernos, no de los pueblos, del Reino Unido, España y Bulgaria, y no lograron en cambio el apoyo de ninguno de los otros miembros del Consejo de Seguridad, a pesar de los ofrecimientos y de las presiones de que fueron objeto, en especial, México, Chile, Camerún, Angola, Senegal y Guinea. Por ello, la actitud actual de Francia, en las antípodas de la posición del general De Gaulle, quien en los años sesenta calificaba a la ONU de ese "trasto viejo", no sólo no pone en peligro su existencia, sino que preserva su vocación de mediador universal, haciendo imposible que pueda servir como instrumento de legitimación de la política exterior norteamericana y reforzando su función de plataforma de debate de las grandes cuestiones mundiales y de ámbito de concertación de los conflictos entre países. Todo lo cual conforta su legitimidad y consolida su rol capital en la gobernación del mundo.
Por lo demás, la construcción europea tiene como objetivo fundamental, desde su mismo inicio, asegurar la paz mediante una asociación lo más estrecha posible entre los grandes enemigos tradicionales: Francia y Alemania. Y esa asociación, constituida en motor de Europa, ha funcionado, no sólo proporcionando casi 60 años sin contiendas bélicas en sus territorios, sino produciendo un espacio económico común, una moneda única, y un conjunto de disposiciones normativas y de prácticas institucionales en todos los sectores de la vida social y cultural, que empujan, irresistiblemente, hacia la unión política que se han propuesto. El modelo europeo de sociedad que Francia y Alemania han ido diseñando a lo largo de todo el proceso, que ambas comparten en su casi totalidad y que les sirve de guía permanente, confiere al proyecto europeo una especificidad que la diferencia netamente de otras áreas macrorregionales, y en particular de la norteamericana. El mejor soporte y garantía de su éxito ha venido siendo el perfecto entendimiento de sus líderes, en sucesivas parejas (De Gaulle-Adenauer, Schmidt-Giscard D'Estaing, Mitterrand-Kohl, hoy, Schröder-Chirac) que han dado a la Europa política, por su sola presencia, credibilidad de gran potencia y la han configurado como un componente esencial del actual concierto de naciones. Con o sin ejército europeo, con o sin política exterior conjunta, la Unión Europea es un factor mayor y decisivo de la realidad mundial actual. Que EE UU contempla con reticencia y desconfianza, cuando no intenta obstaculizar su avance y problematizar sus logros. Francia ha sido la principal barrera defensiva frente a la uniformización, el permanente valedor de lo propio de cada cultura, primero con la expresión poco afortunada de "excepción cultural", y hoy con la de la diversidad de las culturas que muchos otros países han hecho suya. Esa brega y la resistencia a la globalización salvaje que supone una economía mundial unificada son propósitos por los que vale la pena seguir luchando.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.