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Columna
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Un debate necesario

El fragor del conflicto en Irak ha laminado el interés por el proceso electoral que se viene desarrollando en el Pais Valenciano con una cita con las urnas inminente y apremiante. Cierto es que los candidatos principales se aplican a su tarea y que obtienen algún eco mediático, pero da la impresión de que peroran ante un auditorio desentendido de sus discursos y absorto, en cambio, y como no podía ser de otro modo, en los partes de guerra con ese doble frente que se ha desplegado: el uno ante Bagdad, y el otro, cruento asimismo y a su modo, entre los grandes partidos estatales, el PP a la defensiva, y el PSOE cortando el dividendo de su pacifismo.

Pero el 25 de mayo está a la vuelta de la esquina y algo habrá que hacer para sacudir la atención del electorado indígena sobre el que llovizna propuestas y promesas programáticas sin que se perciba la menor temperatura política. Y ello se debe, claro está, al estrépito bélico, pero también al desdibujado perfil personal e ideológico de los aspirantes a regir la Generalitat. Nos referimos a Francisco Camps y Joan Ignasi Pla, representantes respectivamente de los partidos mayoritarios. Ninguno de los dos es nuevo en esta plaza, pero dudamos que su índice de conocimiento por parte del vecindario sea el que se corresponde con las altas aspiraciones de uno y otro.

Ante este déficit común de notoriedad, nos parece de todo punto necesario que la televisión autonómica, decimos de Canal 9, despliegue su poderío y contribuya a que nos familiaricemos con quienes van a protagonizar la próxima legislatura. Por lo pronto se han acabado las reservas y pretextos, siendo así que ambos, como han declarado, están dispuestos a fajarse en un plató y hablar acerca de todos los asuntos que nos conciernen colectivamente. Un cara a cara, en directo, aunque sea a cara de perro. En estas lides, conviene que cada uno proyecte su personalidad y temperamento, sabiendo que la ira o el insulto son la vitola del derrotado, por más que el desmadre resulte ameno para el telespectador.

Un debate de estas características puede galvanizar a la opinión pública y, además, colmar buena parte de la campaña, con sus mítines y bolos comarcales. Una hora de TV puede suplir una semana o un mes de peregrinaje, con la ventaja -para bien o para mal- de que el televidente y posible elector se hace cumplidamente cargo del talento y talante de los contendientes. El trámite no está exento de riesgos, como ya se supone, pues el ojo de la cámara es insobornable y no es fácil engañarlo. Siempre acaba revelando al histrión, al inseguro, al estulto o mediocre. Quien avisa no es traidor. Pero tal es el precio si se opta a la adhesión del pueblo soberano.

Estamos hablando de los dos principales candidatos, pues ellos determinan teóricamente el color del próximo Gobierno. Pero sería injusto soslayar a los otros, que también llevan una vela en este entierro y que bien puede alguno constituirse en el fiel de la balanza. El error que no se debe cometer es congregarlos en una sesión única para que cada cual nos venda su cabra sin contradicción ni réplica y así depararnos un guirigay infumable. Una sugerencia ésta que ruboriza exponerla, pero no es gratuita, dados los antecedentes y hábitos de TVV, tan hábil en hacer el paripé.

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