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Columna
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Los miserables

Rosa Montero

Ojalá el angustioso conflicto con Irak sirviera para algo. Me gustaría creer que la visión abrumadora que los medios nos muestran en primer plano, todas esas imágenes terroríficas de niños desmembrados y civiles enloquecidos por la pena, educará la sensibilidad occidental, enseñándonos los verdaderos horrores de la guerra, de todas las guerras; y que esto nos hará a todos más reacios ante las aventuras belicistas, más beligerantes para luchar contra las atrocidades, en vez de cerrar oídos y ojos como hicimos, por ejemplo, con los 200.000 muertos que los rusos causaron en Chechenia. Pero, la verdad, tampoco me fío mucho de que suceda algo así. Porque los humanos somos seres desmemoriados y acomodaticios; y, una vez pasado el primer paroxismo de miedo y de furia, todo se nos borrará plácidamente de la memoria.

De eso se aprovechan los miserables. De nuestra falta de consecuencia y de perseverancia. Por ejemplo, pensemos en los fabricantes y vendedores de bombas racimo. Resulta inconcebible que haya gente diseñando esta clase de armas (científicos que estudian sesudamente las trayectorias más dañinas y descuartizantes); y que algunos individuos se estén haciendo ahora mismo de oro por romper los cuerpos de los iraquíes con esas bombas; y que esos tipos vistan trajes cruzados, tengan abonos de ópera y pertenezcan a lo mejorcito de la sociedad occidental. Qué blando olvido el nuestro, qué flacidez moral al aceptarlo.

Por no hablar de los oportunistas que usan la crisis de Irak para cometer de tapadillo sus fechorías. Como Fidel Castro, que ha detenido a 78 opositores por el simple hecho de opinar distinto y les ha sometido a una pamema de juicio en el que se les pide 20 años de cárcel o cadena perpetua. O como los rusos, que han celebrado un referéndum en Chechenia que, según todos los indicios, ha sido una farsa. O como Marruecos, que sigue hostigando a los saharauis (el 28 de marzo impidió salir del país a un grupo de familiares de desaparecidos que iban a un encuentro en Ginebra). Los miserables nunca duermen, mientras que la perezosa opinión internacional parece que sólo puede tener un asunto grave a la vez en la cabeza. Y ni siquiera, me temo, por mucho tiempo.

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