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Columna
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Participación ciudadana

¿Está la participación ciudadana en crisis? Desde hace una decena de años, la literatura sociológica y politológica abunda en análisis que advierten sobre la preocupante extensión de síntomas de desafección política en las sociedades más desarrolladas. Esta desafección, especialmente extendida entre los sectores más jóvenes, estaría en la base de una creciente desvalorización de lo público y, en consecuencia, de la despolitización de la vida social. En opinión de algunos autores, el declive de la participación es mucho más profundo que lo que lo dicho hasta ahora puede hacer creer. Lo que estaría ocurriendo es un declive generalizado de la energía ciudadana indispensable para sostener una sociedad democrática.

Sin embargo, ¿cómo hablar de debilitamiento de la participación en los tiempos de las multitudinarias manifestaciones contra la guerra, en los tiempos de Porto Alegre y el movimiento antiglobalista? Aunque es muy cierto -los datos son inapelables- que la participación política tradicional se encuentra sumida en una profunda crisis de legitimidad, no es menos cierto que en los últimos años nuestras sociedades están conociendo una diversa y colorida manifestación de formas no tradicionales de movilización, participación y protesta. Hoy lo político irrumpe y se manifiesta al margen o más allá del sistema político formalizado, configurando un nuevo espacio donde se plantean las grandes cuestiones de futuro. ¿No estaremos sucumbiendo a la tentación de suspirar por un tiempo pasado considerado siempre mejor? ¿Acaso estamos buscando lo político en el lugar equivocado?, ¿tal vez lo que parecía ser una retirada de la vida política puede significar, contemplado desde otro punto de vista, la lucha por una nueva dimensión de lo político?

Las nuevas generaciones, ciertamente, rechazan la política y, en general, la participación tradicional. Pero no son apolíticos, mucho menos inactivos. Son los hijos de la libertad, que huyen de toda participación que suponga imposición, coerción, que se esfuerza por encontrar un equilibrio más adecuado y duradero entre los intereses individuales y las acciones colectivas. Si así fuera, nos encontraríamos en los albores de una nueva generación cívica que, por el momento, sólo encuentra espacios y estructuras de participación en la periferia de los sistemas democráticos, invisible para aquellos que siguen aproximándose a la participación desde claves tradicionales. Evidentemente, la nueva realidad participativa no es totalmente luminosa; y sus zonas oscuras no se explican, sólo, por su carácter todavía emergente y, por lo mismo, incierto. Existen aspectos en la nueva cultura participativa -su inconstancia, su esteticismo, su informalización, su voluntarismo, su fragmentación, su base individualista, su furor anti institucional- que han de ser revisados y, en su caso, depurados. Pero no parece adecuado seguir argumentando, sin matices, sobre la despolitización privatista cuando miles de personas a lo largo y ancho de todo el planeta, una mayoría de ellas jóvenes, se están movilizando cada día al grito de ¡Otro mundo es posible!

Si el problema es de desafección participativa (sin más), poco podremos hacer además de suspirar por los buenos-viejos-tiempos salvo, tal vez, confiar en que algún día pasen estos malos tiempos y el caprichoso flujo de la historia vuelva a ponernos en una situación tal que, por las razones que sean, la participación ciudadana vuelva a ponerse de moda. Pero, ¿y si el problema no es que la participación, sin más, esté en crisis, sino que lo que está en crisis es una determinada manera de entender la participación? Encontramos aquí un formidable reto a las organizaciones que buscan la participación ciudadana. El problema de la participación puede estar no (tanto) en la gente, cuanto en las organizaciones. Nos encontramos en los albores de una nueva era de participación ciudadana. Están cambiando las formas de esta participación, así como los temas que la motivan. Cambian las estructuras y las actitudes.

Quien, añorando un tiempo pasado, pierda contacto con esta nueva realidad, perderá también la posibilidad de impulsar la construcción de una sociedad más participativa.

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