Aznar proscribe a Sadam Husein el 25 mayo
Según Zaplana, el Gobierno puede haber atinado o errado. Aznar admite, de hecho, que erró
Entre una y otra visita a instalaciones militares en Estados Unidos, el presidente norteamericano, George W. Bush, explicó a José María Aznar el pasado 2 de abril -40 minutos al teléfono, según los datos facilitados por los servicios de La Moncloa- que en pocas horas las tropas estadounidenses estarían a las puertas de Bagdad. El presidente del Gobierno se apresuró a compartir la información de Bush con una delegación de empresarios madrileños, una forma de enviar el mensaje a los grupos parlamentarios que le esperaban esa tarde.
"Vamos a vivir en el día de hoy y en los próximos días, horas muy importantes, muy cruciales para que ese conflicto termine y termine cuanto antes. Espero que eso sea así", vaticinó, esperanzado, Aznar.
La conducta de Aznar en Irak proyecta sombras sobre su política antiterrorista
Aznar ha vinculado en la semana que ha transcurrido, en dos oportunidades, las consecuencias de la invasión de Irak con el terrorismo de ETA. Tanto en una entrevista con Radio Nacional de España, el pasado jueves, como en su catilinaria de ayer sábado en el acto del Partido Popular celebrado en Santiago de Compostela, el presidente del Gobierno vino a lamentar que se hable tanto de las víctimas iraquíes de los bombardeos y ataques norteamericanos y, mucho menos, o nada, de las víctimas de ETA. Esta asociación de ideas plantea un asunto que hubiera merecido un debate mayor en este país.
El presidente del Gobierno ha sido promotor, junto con Bush y Tony Blair, del uso de la fuerza en Irak, posición que no fue aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU por no haberse agotado la posibilidad de un desarme pacífico.
Aznar ha dicho una y otra vez -y con razón- que las ideas independentistas pueden ser planteadas en el País Vasco siempre y cuando se utilicen los cauces y métodos democráticos. Lo que nunca será aceptable, ha señalado, es que se pretenda defender las ideas políticas con la violencia, las bombas y los asesinatos.
Aquellos que compartan este principio no pueden dejar de considerar el hecho de que Aznar, sus candidatos a sucesores y su grupo parlamentario al completo, han apoyado el uso de la fuerza en Irak -es decir, el bombardeo y la invasión militar en Irak- para conseguir un objetivo político: provocar el derrocamiento del régimen de Sadam Husein.
Las razones invocadas han sido diferentes en cada etapa. Pero al argumento de las armas de destrucción masiva presuntamente acumuladas por Irak y a las nunca probadas relaciones entre el dictador iraquí y los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha seguido el más crudo y directo: el cambio del regimen dictatorial. Aznar y sus candidatos nunca cayeron en la cuenta, entre 1996 y 2002, que Sadam Husein había atentado contra los derechos humanos. Tarek Aziz, viceprimer ministro iraquí, visitó España en misión de Estado. El 22 de junio de 1998, por ejemplo, Aznar lo recibió en La Moncloa.
La utilización de la violencia militar en Irak para promover el cambio de régimen supone, pues, un desmentido del principio invocado por Aznar en el País Vasco. Aquél, dispuesto a impulsar una invasión a través de bombardeos sistemáticos, por más inteligentes que se pretendan, sobre poblaciones civiles -el Gobierno español no se limitó a apoyar a Estados Unidos y al Reino Unido, sino que impulsó la operación como copatrocinador- se deslegitima a sí mismo cuando se trata de combatir el terrorismo en su propio país.
¿Fue la nueva ley de partidos políticos y la posterior solicitud de ilegalización de Batasuna la base sobre la que más tarde, a partir del 1 de enero, se desplegó la estrategia belicista, en la que España copatrocinó el ataque contra Irak?
Una cosa no debía llevar, necesariamente, a la otra. La ilegalización de Batasuna fue el resultado de una propuesta política sometida al Parlamento. Tampoco la dura política de seguridad interior del ministro francés Nicolas Sarkozy se trastrocó, en política exterior, en respaldo de Francia a la Administración Bush en Irak. Todo lo contrario.
La conducta de Aznar en Irak proyecta sombras sobre la credibilidad de su política antiterrorista en el País Vasco. Cuando exhorta estos días a no olvidar a las víctimas de ETA y afirma que todas las víctimas son iguales, está cuestionando, de hecho, su propio apoyo al uso de la fuerza en Irak. El punto en común de unas y otras es ser víctimas de la violencia. De la que aplican los terroristas y de la que desencadena la invasión y el bombardeo de un país.
Es verdad que, como dice Aznar, hay gran crispación en este país. Vijay Prashad, profesor asociado del Trinity College, acaba de publicar un libro donde analiza la situación. Advierte: "No hay más argumentos. Las posiciones se han endurecido al tiempo que las defensas iraquíes se debilitan. Tenemos a los realistas. Dicen que sí, que, en efecto, en la guerra muere gente, pero que eso ocurre por un objetivo bueno. Otros afirman que nada bueno puede venir de la muerte y la conquista, que el daño será inmenso. No hay margen para mantener un debate o, incluso, acordar el lenguaje en una conversación. La guerra hace estas cosas. Disminuye la civilidad y nos hace renunciar a nuestras premisas, incapacitándonos en nuestra relación con el otro". Así es. Y la mala política puede hacer las cosas todavía peores.
El ministro Eduardo Zaplana dijo el pasado jueves en Alicante que el Gobierno hizo lo que creyó que debía hacer en el conflicto de Irak.
"Ha podido acertar o equivocarse, pero nadie podrá decir que lo hizo buscando un beneficio político", dijo.
Ayer, Aznar decretó en Santiago que Sadam no puede convertirse en el gran elector de los comicios del próximo 25 de mayo y lo proscribió.
"Sadam Husein no va a participar en las elecciones en España. No se le va a dar esa alegría", vociferó.
Pero el presidente del Gobierno y sus candidatos saben que los electores pueden tener en cuenta a la hora de votar los instintos guerreros -lo que le ha pedido el cuerpo a Aznar- exhibidos en Irak. Hay que profundizar en lo que dijo Zaplana, a saber, ¿ha acertado o errado el Gobierno? Por lo que el presidente dijo ayer, se intuye que ya sabe que ha perdido su órdago político.
Con todo, lo peor no es eso. Aznar está irritado por haberse equivocado -Francia y Alemania, pensaba, nunca llegarían a bloquear la propuesta de EE UU en el Consejo de Seguridad- y también por otra razón que hiere su narcisismo. Porque el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, se arriesgó a guiarse por su instinto político, tomó la apuesta de oponerse a la guerra -aun en el caso de que contara con la autorización del Consejo de Seguridad- y acertó.
Ahora al PP sólo le queda confundir al personal.
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