Las razones de Andalucía
El mundo está en guerra, pero este conflicto soporta sobre sus espaldas un rechazo social unánime, idéntico de una punta a otra del planeta. Andalucía es partícipe de esa pasión contestataria, un resorte que ha empujado a la ciudadanía a tomar la calle para expresar su indignación; una reacción espontánea, alejada de la percepción de nuestro Gobierno, que se declara víctima de una conspiración judeomasónica que persigue desalojarle del poder. El aliento que lleva a la población mundial a reivindicar cada semana el fin de la guerra nace de la convicción de que aún es posible detener la masacre. Ese sentimiento anida en el análisis que hace la Junta de Andalucía.
Andalucía mira de frente a este conflicto y sigue con interés sus vicisitudes y su desenlace. La posición de Andalucía es de inquietud. Los núcleos de poblaciones en el entorno de las bases de Morón y Rota sienten de cerca cada día el movimiento que conlleva la maquinaria de esta guerra. Parece lógico que el Gobierno, como sí sucedió en la Guerra del Golfo para desalojar a Irak de Kuwait, ofreciera información a la Junta de Andalucía y a los municipios afectados. El presidente de la Junta no quiere tener acceso a secretos de Estado ni pondrá en peligro la política exterior de España. A su carta del pasado 23 de enero ha recibido una displicente respuesta del Gobierno. Un gesto que forma parte del sinfín de desplantes con que el Gobierno abona sus relaciones con Andalucía.
La posición de la Junta de Andalucía no es maximalista. Nadie pide, si es lo que el Gobierno quiere hacer creer, el desmantelamiento de las bases de Rota y Morón. El artículo 2 del Tratado Bilateral con EEUU dice con claridad que cualquier uso que se aleje de lo convencional requerirá de autorizaciones previas. Ésta es una guerra ilegal sin el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la utilización ilegal de las bases, que casi nadie discute, implica directamente a Andalucía en esta guerra devastadora e inhumana.
Nuestra ubicación geográfica, además de lazos comunes que se remontan siglos atrás, nos obligan especialmente a sentirnos concernidos en la recomposición de las deterioradas relaciones con el mundo árabe por el empeño directo de Aznar por convertir a España en un miembro activo de esta guerra.
Esta guerra, presentada como una liberación del pueblo iraquí, alimenta la cólera democrática de todos los ciudadanos del mundo, pero especialmente agrede en lo más profundo al mundo árabe y al mundo musulmán. Ese reguero de odio puede acabar sepultando sin piedad el movimiento progresista y moderado que comenzaba a afianzarse en países árabes y musulmanes. Mubarak advierte de que "vamos a tener un centenar de Bin Laden" y Siria anuncia su apoyo a Irak pese a las amenazas de EEUU.
La guerra puede sacudir los pilares de la moderación política en el norte de África. Las urnas marroquíes pueden reflejar el espíritu antiamericano y antioccidental que desgraciadamente va a aflorar entre los más jóvenes. La última manifestación en Rabat ha demostrado que los intentos de la cúpula política del país y de su rey, Mohamed VI, por la mesura y la prudencia han recibido la contestación de miles de ciudadanos que se han manifestado con rotundidad. Andalucía es la puerta natural de entrada en Europa de los ciudadanos marroquíes y nuestra proximidad nos convierte en vecinos y observadores de una situación política a la que debemos prestar mucha atención. Especial emotividad debemos sentir por nuestra ligazón familiar y afectiva con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.
Nada positivo puede nacer jamás de una guerra. Quizás lo único bueno que salga de ésta sea su rechazo, que ha sacudido las conciencias de los más jóvenes y los ha sacado a la calle. Del rechazo a la guerra surge una nueva generación de andaluces, españoles y europeos que han sabido posicionarse sin ambages, que han demostrado que tienen muy claro lo que no vale y que entienden cuáles son los derechos de los ciudadanos. El desprecio hacia quienes provocan muertes indiscriminadas apuntala las convicciones de quienes ya nacieron en democracia y nos da el respiro de saber que tenemos por detrás a gente con valores generosos. Una generación que promete una sociedad de futuro más libre y democrática. Los ciudadanos intuyen que la paz sólo llega con la vuelta a la ley y a la legislación internacional.
Sin el apoyo de la ONU la guerra contra Irak ha quedado desacreditada por ilícita, ilegal e inmoral. El capricho, la megalomanía, la industria armamentística, las reservas de petróleo, la búsqueda de una cabeza de turco que pague los efectos del 11-S nos empujan a este callejón para el que buscamos una salida: el cese de la guerra. Los caprichos de la historia están provocando que el país ya identificado como el último imperio, el más poderoso de la Humanidad, pruebe su capacidad mortífera en la vieja Mesopotamia, que hace varios miles de años fue la cuna de la civilización.
Alfonso Perales Pizarro es consejero de Gobernación.
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