Un alarde descarado de poder imperial
La importancia histórica de las protestas contra la guerra en Irak es su tamaño, su alcance y su escala sin precedentes. Ésta es la primera respuesta verdaderamente mundial a un acontecimiento político: millones de personas han salido a las calles en Europa Occidental, América del Norte y del Sur, Europa del Este, Extremo Oriente, Australia y Nueva Zelanda; y la semana pasada, las calles árabes se desbordaban con la mayor manifestación espontánea contemplada en El Cairo desde el entierro de Nasser. ¿Cómo afectará la guerra que ahora ruge en Irak al movimiento pacifista? Los amigos de boquilla (simbolizados en el Reino Unido por la figura patética e invertebrada del líder liberal Charles Kennedy) lo abandonarán, como es lógico, pero el movimiento en sí aumentará su fuerza y determinación. La ocupación de Irak por parte de EE UU necesitará un cambio de táctica, pero la estrategia general del movimiento mundial a favor de la paz permanecerá inalterada. Ahora es obvio para una gran mayoría de la población mundial que la verdadera amenaza contra la paz y la estabilidad no procede de los arsenales diezmados de dictaduras decadentes, sino del corazón podrido del imperio estadounidense, o de sus satrapías regionales (Israel y Reino Unido). Es esta nueva conciencia de las realidades mundiales la que ha radicalizado a una nueva generación en todo el planeta. Quienes aceptan las justificaciones oficiales del conflicto simplemente no son capaces de comprender la resistencia a esta guerra. No tiene nada que ver con el apoyo a Sadam, sino que refleja la negativa a creer las falsedades proferidas por Bush, Rumsfeld, Blair y sus apologistas de los medios de comunicación. Salvo los estadounidenses, pocos ciudadanos de los demás países creen que el Partido Baaz de Irak, ferozmente laico, tenga relación con la banda de Osama. En cuanto a las "armas de destrucción masiva", el único arsenal nuclear de la región se encuentra en Israel.
"Si EE UU sigue por este derrotero, la UE tendrá que reabrir un debate público sobre su futuro"
E incluso aunque Sadam tuviese capacidad para adquirir estas armas, una princesa imperial había señalado ya que sería un acto inútil.En la edición de enero/febrero de 2000 de la revista Foreign Affaires, por ejemplo, la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, escribía: "La primera línea de defensa debería ser una declaración clara y clásica de disuasión: si adquieren armas de destrucción masiva, les resultarán inútiles, porque cualquier intento de usarlas traerá la destrucción nacional". ¿Eran inútiles en 2000, y sin embargo ahora es necesario derrocar a Sadam mediante el bombardeo de las ciudades iraquíes y una invasión terrestre antes de que las adquiera? Como muchos de los demás pretextos para esta guerra, no cuadra, y, por tanto, genera una amplia oposición. Lo que parece haber sucedido es que la facción cristiano-jacobina de la extrema derecha del Partido Republicano (respaldada por sionistas acérrimos) ha utilizado el 11-S para capturar la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Justicia. Su objetivo es llevar a cabo un programa imperialista descarado y audaz, en el que la ocupación de Irak se considera el primer paso. Irán y la península de Corea son los siguientes objetivos. Sus portavoces, comparados con la flatulenta retórica de los aduladores procedentes del Nuevo Laborismo, son refrescantemente sinceros: para conservar la hegemonía estadounidense utilizarán la fuerza donde y cuando sea necesario. No les conmueven las preocupaciones de los europeos.
Si no se puede utilizar Naciones Unidas como un instrumento del poder estadounidense, habría que deshacerse de ella sin demasiada demora. Y, se podría sostener desde el otro lado, si la Organización de Naciones Unidas es genéticamente incapaz de evitar los ataques preventivos de los Estados canallas imperialistas que infringen abiertamente su Carta (por no hablar de ratificar la ocupación de Irak y de convertirse en el servicio posventa del imperio) es hora de pensar en métodos más eficaces. La creación de organizaciones regionales o la consolidación de las que ya existen sería evidentemente el siguiente paso. Hace poco, la Organización de Estados Americanos aisló a EE UU y se negó a respaldar ningún intento de derrocar a Hugo Chávez en Venezuela (otro país rico en petróleo que se estaba planteando pasarse del dólar al euro). El movimiento antibélico recibió un tremendo espaldarazo con la decisión franco-alemana de no respaldar la guerra. Es la primera ocasión en la que un desacuerdo entre el núcleo interno de la UE y EE UU estalla en una escisión declarada y ayuda a polarizar a la opinión pública tanto de Europa como de Estados Unidos. Añádase que el Parlamento turco (al contrario que la Cámara de los Comunes británica) perturbó el esfuerzo de guerra y que el primer ministro canadiense utilizó un duro lenguaje para denunciar el conflicto. La oposición de estos países es limitada (sólo Bélgica se ha negado a permitir el uso de su espacio aéreo), pero el hecho de que exista marca un punto de inflexión en las relaciones entre Europa y EE UU. Si EE UU sigue por este derrotero, la UE tendrá que reabrir un debate público sobre su futuro. En Francia y Alemania se está llevando ya a cabo un encarnizado debate interno. Las ramificaciones del ataque a Irak tendrán consecuencias globales, y es inevitable que se produzca una resistencia al imperio. El único punto de disensión es el momento idóneo.
¿Hacia dónde llevará esto al movimiento por la paz? El modelo de lo que los disidentes actuales deben hacer se estableció el último año del siglo XIX. Mark Twain, escandalizado por la reacción xenófoba a la rebelión Bóxer en China y por la ocupación estadounidense de Filipinas, dio la alarma. El problema, sostenía, era el imperialismo. Había que oponerse a él. Su llamada condujo a una gigantesca asamblea en Chicago en 1889, que fundó la Liga Antiimperialista de EE UU. En dos años, su número de socios había aumentado hasta el medio millón, y atraía a algunos de los más dotados escritores y pensadores estadounidenses (Henry James, Charles Elliot Norton, W.E.B Dubois, William Dean Howells, Frederic Douglass Jr., etc). Hoy, cuando EE UU es la única potencia imperial, no se puede subestimar la importancia de una Liga Anti-imperialista planetaria, pero es el componente estadounidense el que resultará crucial. La resistencia sólo puede ser política. La historia del auge y caída de los imperios nos enseña que la bestia se desmorona cuando sus propios ciudadanos acaban perdiendo la fe en la eficacia de las guerras infinitas y de las ocupaciones permanentes. El Foro Social Mundial (que cada año alberga al movimiento de movimientos) se ha concentrado, hasta ahora, en el poder de las multinacionales y de las instituciones neoliberales. Pero Friedrich von Hayek, inspirador del "Consenso de Washington", creía firmemente que las guerras servirían para reforzar el nuevo sistema. El Foro Social Mundial debería pensar en hacer campaña contra la presencia militar estadounidense en 120 países. Al fin y al cabo, la economía no es más que una forma concentrada de política, y la guerra es una continuación de ambas por otros medios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.