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Los españoles emigran en casa

17 provincias pierden habitantes pese al auge de la inmigración y el "freno" del empleo autonómico

Los españoles también emigran, pero sin salir de España como antaño. Del interior envejecido a la pujante costa mediterránea, a Madrid y su zona de influencia. Del pueblo a la capital provincial o autonómica. Este movimiento acrecienta la despoblación de numerosas zonas que constatan los nuevos datos del censo de 2001. La España interior, sobre todo la noroeste, agoniza. Ni siquiera la inmigración, multiplicada por cinco en una década, palia el declive. Los extranjeros, como los españoles, se instalan en las zonas más prósperas. La brecha demográfica se ahonda: una España se vacía y otra se llena.

"Desde 1991, el mayor despoblamiento se ha producido en el noroeste de Castilla y León, Ourense y las zonas interiores de Lugo y Asturias", detalla Eduardo Teijeiro, subdirector adjunto de Censos Demográficos del Instituto Nacional de Estadística (INE). "Esta tendencia no es nueva, pero se ha recrudecido en los últimos años", añade. Y conforma un mapa extenso.

"La descentralización del Estado ha ayudado a fijar población", afirma un experto
Las provincias con menos residentes autóctonos ofrecen mayor bienestar

Pese a que la población española aumentó un 5% entre los años censales de 1991 y 2001 hasta alcanzar los 40,8 millones de habitantes, 17 provincias han perdido habitantes en ese lapso: siete castellano-leonesas, tres gallegas, dos aragonesas, otras dos vascas, una extremeña y otra castellano-manchega. A ellas se suma Asturias (ver gráfico). Según el INE, "también se observa bastante más emigración que inmigración en la Andalucía interior más septentrional". Sin embargo, aún no se refleja en las estadísticas por provincias.

"La pérdida de habitantes se produce por la suma de tres factores: el envejecimiento, una mortalidad mayor que la natalidad y una emigración superior a la inmigración", explica Eduardo Teijeiro. Los tres elementos actúan en sinergia, pero tienen una causa común: "la falta de perspectivas económicas".

El descenso de habitantes es especialmente relevante en zonas rurales, muy envejecidas y, por tanto, con pocos nacimientos. Los jóvenes, ya escasos, tienden a abandonarlas por la falta de expectativas. Ahora, poco más del 7% de la población reside en núcleos de menos de 2.000 habitantes y otro 16% vive en localidades de entre 2.000 y 10.000 vecinos. Sin embargo, a mediados del siglo XX, casi la mitad de la población española vivía en pueblos de menos de 10.000 habitantes. "Ahora, a un sistema de explotación del campo anticuado o en crisis se añade la falta de despegue del turismo rural, que sería la alternativa económica", explica Teijeiro.

El auge de otro turismo, el de sol y playa, la agricultura y la construcción pujantes o la proximidad a centros industriales o de servicios dibujan la otra cara de la moneda, la de la España que gana población, un fenómeno especialmente relevante en las ciudades de entre 50.000 y 100.000 habitantes. Guadalajara (por su proximidad a Madrid y al industrializado Corredor del Henares), Baleares y Canarias (auge del sector servicios, sobre todo el turismo), Almería o Murcia (agricultura pujante en ambas) son algunos ejemplos de las zonas que más han aumentado su población en una década.

Papel de las comunidades

El desequilibrio demográfico de España avanza pese a un nuevo elemento moderador: el nacimiento de las autonomías. "La descentralización del Estado ha permitido fijar población. Ha actuado como un freno a la despoblación", afirma el demógrafo Francisco Zamora, profesor del departamento de Ecología Humana y Población de la Universidad Complutense. "Las comunidades han generado empleos en su territorio. Además, todas tienen universidad, lo que reduce la salida de estudiantes", explica.

No obstante, los movimientos intrarregionales tienden a beneficiar especialmente a las sedes universitarias y a las capitales autonómicas. Excepto la uniprovincial Asturias, ninguna provincia que albergue la capitalidad regional ha perdido habitantes en la última década.

"Sin descentralización, aún habría sido peor", sostiene Zamora. Aunque asegura que la implantación de trenes rápidos, tipo AVE, también ayuda a fijar población ("permiten trabajar en un sitio y vivir en otro"), este profesor considera "imposible" la recuperación de las zonas que han arrastrado grandes pérdidas de habitantes. Otros expertos comparten su opinión respecto a un proceso dilatado en el tiempo y cuyo único antídoto sería el auge económico.

La despoblación actual comenzó a fraguarse a partir de los años cincuenta, cuando arreció el éxodo campesino a las ciudades o al extranjero, recuerda Teijeiro. Hace ya más de dos décadas que los españoles han dejado de salir fuera, pero continúan la migración dentro, aunque a un ritmo a la fuerza menor que antaño: "En las zonas más despobladas cada vez queda menos gente en edad y condiciones de emigrar", puntualiza el experto.

El fenómeno deja su huella en las zonas más deshabitadas y en las de acogida. Un criterio para medirlo es la proporción de residentes de una provincia que nacieron en ella. Este factor, llamado autoctonía, tiene su regla de oro: a mayor autoctonía, menor bienestar. "Las provincias con menor proporción de residentes autóctonos tienen mayores niveles de empleo y de bienestar general. En las que viven más ciudadanos nacidos allí ocurre lo contrario". Lo explica Coro Chasco, investigadora del Instituto Lawrence R. Klein (Universidad Autónoma de Madrid) y coautora del Anuario social de España, un estudio que clasifica las provincias según el grado de bienestar a partir de criterios como el nivel de servicios, de empleo y de autoctonía.

Las 10 provincias con menor autoctonía son Álava, Madrid, Tarragona, Girona, Guadalajara, Baleares, Barcelona, Alicante, Castellón y Vizcaya. Esta última es la única del grupo que ha perdido población en la última década (ver gráfico). "Se caracterizan por un alto porcentaje de población urbana, buen nivel de empleo, centros productivos importantes, un índice de bienestar superior a la media nacional, mayor renta familiar y alto índice turístico", señala Chasco.

En el extremo contrario se sitúan las provincias con mayor proporción de residentes nacidos allí (85% o más), exportadoras tradicionales de mano de obra. Se trata de Jaén, Badajoz, Córdoba, Lugo, Ciudad Real, Cádiz, Albacete, Huelva, Cuenca y A Coruña. De ellas, tres han perdido población en una década (Lugo, Cuenca y A Coruña) y sólo Albacete (convertida en un importante centro logístico) ha crecido por encima de la media nacional. "En general, se trata de provincias con más emigrantes que inmigrantes. Tienen menos población urbana y padecen altas tasas de paro registrado. Todas, excepto A Coruña y Albacete, ofrecen un nivel de bienestar inferior a la media española", concluye Chasco. La posibilidad de disfrutar de mejores condiciones de vida y empleo continúa como un detonante para hacer la maleta. Aunque ahora sea para emigrar dentro de casa.

Extranjeros en zonas prósperas

La inmigración, el gran fenómeno demográfico de la última década, contribuye a rejuvenecer la población y al aumento de la natalidad (las madres extranjeras dan a luz al 8% de los bebés). Pero también acentúa el desequilibrio en el reparto de la población.

"Los inmigrantes económicos, igual que los españoles, van donde hay empleo", explica el demógrafo Joaquín Arango, director de la Fundación Ortega y Gasset.

Los extranjeros se reparten de forma desigual: unos buscan el clima, y otros, el salario. "Por una parte, los inmigrantes europeos, sobre todo los jubilados, se instalan en Baleares, Canarias, Alicante y Málaga", detalla Arango. "Ellos también arrastran mano de obra de sus países, como, por ejemplo, profesionales sanitarios", tercia el demógrafo Francisco Zamora. En España residen 360.181 comunitarios, según el último censo.

"Los inmigrantes económicos se asientan más en Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana, Murcia, Huelva, Almería y los archipiélagos", prosigue Joaquín Arango. Los extranjeros no comunitarios suman 1,2 millones.

Según Arango, en los últimos años se ha observado "una tendencia creciente a la diversificación territorial de los inmigrantes". Pese a ello, está lejos de paliar la sangría de la despoblación (ver gráfico).

"En términos generales, la llegada de extranjeros tenderá a acentuar los desequilibrios", advierte Joaquín Arango. La brecha demográfica se ahonda. Y dibuja un abismo.

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