El encanto sin freno
A la tercera debería ir la vencida. Quizá conscientes de ello, los editores que vuelven a editar a Leskov en España lo han apoyado con un sugestivo estudio de Walter Benjamin y han acompañado su Lady Macbeth de Mtsensk -en la que Shostakóvich basó su ópera Lady Macbeth en Siberia- con otros siete relatos representativos de las diversas etapas creativas de su autor. Si el público lector español sigue sin aceptar a Leskov como uno de los grandes autores rusos del XIX será una pena, porque lo es, pero tampoco se diferenciará tanto del de otros países. Leskov no ha obtenido aún todo el reconocimiento que merece; también le ocurre algo semejante, en el siglo XX, al Chevengur de Platónov (Cátedra, 1998).
LADY MACBETH DE MTSENSK. Y OTROS RELATOS
Nikolái S. Leskov.
Traducción
de Fernando Otero Macías
Alba. Barcelona, 2003
488 páginas. 28,87 euros
Leskov, además, es un escritor para lectores modernos porque es una curiosa mezcla de hombre culto y popular a la vez. Es un hombre que, por sus viajes y ocupaciones, conoce bien el mundo popular ruso, sus leyendas y costumbres, pero su formación y educación es excelente. Quizá esa mezcla sea la que da como resultado una escritura que va directa al grano, que no se adorna, pero que no pierde de vista lo verdaderamente importante: lo significante de cada escena, de cada movimiento, de cada personaje de sus relatos. Sabe mirar en las costumbres de la gente, mas no es costumbrista; para ejercer su arte pone los pies sobre el costumbrismo, pero, bien asentado, las manos hacen hermosos y seductores juegos malabares con vidas e historias. Y además utiliza el humor con toda eficiencia: desde el tono satírico que impera en la historia de la celestinesca protagonista de La mujer belicosa hasta el humor contagiado de elementos legendarios como en El zurdo. Leskov se dirige al lector, lo trata de usted y le propone historias que son mucho más que simples historias; en ese trato, en ese reconocimiento cordial y en esa escritura llana, precisa, un punto maliciosa y muy actual, está una parte de su encanto.
Lady Macbeth es un relato singular y es un relato trágico, de una desnudez increíblemente expresiva en su primer desarrollo y de una brutalidad estremecedora en el segundo. Bajo la falta de apariencia de matices -ese psicologismo que uno se espera, rebosante de apreciaciones- surge una presencia descarnada de escenas y personajes que parecen desdeñar la morosidad y el rodeo y dirigirse en línea recta a su destino. ¡Pero qué línea recta! Lo formidable de esta nouvelle es su capacidad de selección de los elementos que conducen la tragedia y de los personajes que la encarnan; nada sobra y nada falta y menos que nada la sutileza, lo que es milagroso. Lady Macbeth es la historia de una pasión desenfrenada y de cómo, una vez que ésta se desata, nada, ni las circunstancias más adversas, ni la propia negación del objeto de la pasión, es bastante para detenerla. Pondré un ejemplo: cuando el amante de la señora, el rústico joven Serguéi, hasta entonces un alma simple, descubre que existe un competidor por la herencia, es cuando brota en él la codicia; no antes, pues antes está bajo el dominio de ella y de la relación que mantienen. Pues bien, esta aparición de la codicia no es gratuita o simplemente fácil; muy al contrario: por vez primera él tomará una posición activa y ése es el primer paso hacia un movimiento de carácter que acabará sacando al exterior todo el rencor y la ruindad propias de la verdadera relación social entre Lady Macbeth y su amante. Serguéi convertido en un tipo chulesco y ella embrutecida por su pérdida de la realidad formarán un dúo que la lleva hasta uno de los finales más secos, dramáticos e impactantes de la literatura del XIX.
Además, Leskov hace algo
muy moderno también por su lector: le deja espacio para que entre en el relato, lo cual, tratándose de un narrador de corte omnisciente, no deja de tener un extraordinario atractivo. Su último cuento, A propósito de la 'Sonata a Kreutzer' es, en este sentido, portentoso, además de serlo en sí. La misma historia semifantástica de culpa y expiación recogida con el título Exorcismo es una representación consciente de serlo, y la distancia que crea esa consciencia coloca al lector en una perspectiva insólita para el tiempo en que fue escrita. Y qué decir de El artista del tupé, otro relato de corte trágico que se aúpa sobre sí mismo para establecer un clima casi de leyenda. En un texto así es donde podemos ver con todo esplendor la capacidad de Leskov para mostrarse un escritor culto y popular a la vez; una combinación irresistible en estos tiempos donde el columpio de la literatura va del barroquismo enmascarador de simpleza a la simpleza de la banalidad. Leskov es grande, hay que hacerlo nuestro. Aprovechemos esta tercera oportunidad.
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