Dejen hablar a mis representantes
Tengo un enorme respeto por el palacio de Benicarló. Antes de que fuera sede de las Cortes Valencianas, mi padre me enseñó que lo había sido del Gobierno de la II República y que él, poco amigo de guerras, pero sí de los ideales que defendía la República asediada, había hecho guardia a la puerta. No es un sitio para montar algaradas, como dijo ayer la señora presidenta Miró. Ni tampoco para montar, desde la mesa de la presidencia, ejercicios de severidad, ya ni escolar, incompatibles con la libertad de expresión de cada ciudadano y a mayor abundamiento todo representante público. Por ello, cuando ayer fuimos expulsados por gritar "no a la guerra" amigos actores y escritores, me sentí en paz con mi conciencia democrática, con mi respeto a un edificio nacional valenciano que estaba siendo mancillado por la represión de los derechos de los diputados y con mi condición de hijo de un trabajador vencido que estuvo en armas, defendiendo la legalidad a la puerta del edificio. Curiosamente, se estaba hablando de patrimonio histórico valenciano y una de las cosas que no se debe hacer en ningún sitio, pero menos en un edificio de patrimonio histórico es impedir, como reiteradamente se estaba haciendo, expresarse a representantes del pueblo.
Las guerras remueven muchas cosas. Ese día recordaba a mi tía Rosita, carnicera de la calle de Santa Teresa, vecina a Ca Revolta, al tío Enrique e imaginaba al bisabuelo Vicent, todos ellos carniceros del barrio del Mercat y los veía bajo la bomba o el misil, me armo un lío con estas cosas, del mercado de Bagdad. Los vendedores y compradores de mercado iraquíes, valencianos o finlandeses se parecen mucho.
En la tribuna recordaba a mi catedrático de Derecho Internacional don Adolfo Miaja, un buen jurista aterrorizado por la guerra de la que también era víctima, en cuyo seminario me hizo conocer el pensamiento de los países no alineados. Don Adolfo, que nos explicó las esperanzas que creaba en los pueblos oprimidos la ONU se hubiera estremecido de que un gobierno constitucional se hubiera lanzado a esta guerra de más que dudosa legalidad internacional. En la tribuna recordaba la floja oposición a la cátedra de Madrid de don Torcuato, el genio maravilloso de la transición. Yo era entonces profesor ayudante de Derecho Político y me sabía muy bien su tema: el derecho parlamentario. "Qué flojo", le dije al profesor Ferrando Badia, sin saber que, como me diría Amando de Miguel, quizás le había hecho él el tema. ¿A qué escuela de derecho parlamentario pertenece la señora Miró? Algunos, yo mismo, aprendimos a moderar empíricamente echándole el ojo a la ventana por si venían los grises. ¿Por qué no aceptó ella o su partido un pedacito de tiempo de debate, permitir una pregunta sobre la guerra que dejase a los socialistas y similares derrotados pero desahogados? ¿No sólo quieren, si es que alguien sabe lo que quieren, destrozar a Sadam, a los iraquíes o a los moros mundiales del mundo mundial y llenar gratis el coche, sino destrozar la conciencia de haber hecho su trabajo de la oposición? A su admirado Cánovas le reprochaban querer ser en los entierros el muerto y en las bodas la novia, los populares quieren que sólo les conteste el eco. Por ejemplo, el señor Aznar dice que ellos buscan la paz facturando un barco de guerra y la oposición debe decir: "Perdone usted, señor Aznar, ¡cuán errado anduve!, deben ser mis perniciosas lecturas marxistas las que me han hecho creer que los barcos de guerra no son pacíficos. ¿En qué estaría yo pensando?". Es sorprendente lo que les sorprende a ustedes que estemos sorprendidos por lo que nos sorprende su sorpresa.
Esto o algo parecido pensaba después de ver cómo -¿la señorita Rottenmeyer?- iba quitando el micrófono a los diputados de la izquierda y el señor ujier iba velozmente sacando vasos de agua para los nuevos oradores. Quizás para intentar justificar la raja del Plan Hidrológico, pero a mí no me harán creer que esto es separación ni división ni matización de poderes. Uno tiene sus estudios. Si cuando mis representantes intentan criticar al Gobierno, cuestionar la legitimidad de combatir a supuestos culpables, haciendo mas víctimas, exponernos a represalias y locuras simétricas, viene la seño y les corta el micrófono, mi país no es libre. Un asunto que me preocupa desde hace muchos años.
Josep-Vicent Marqués es sociólogo y escritor.
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