"Los jóvenes dan las mejores lecciones"
Carlos López-Otín lleva en los últimos años una racha de premios importantes, como el de la Federación Europea de Biólogos Moleculares (1998), el Carmen y Severo Ochoa (1999), el de la Fundación Ciencias de la Salud (2001) y el de la Fundación Francisco Cobos en 2002, año en el que entró en la Real Academia de Ciencias. Nacido en Sabiñánigo (Huesca), en 1958, hizo químicas en Zaragoza porque "sabía lo que me interesaba, pero no cómo se llamaba", así que después estudió bioquímica en Madrid. Más tarde estuvo en Suecia, en la Universidad de Lund, y después otra vez en Madrid, en el Centro de Biología Molecular, "con el grupo de Eladio Viñuela, donde tuve una formación extraordinaria". Desde hace 15 años vive en Oviedo, donde es catedrático del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular. La entrevista se hizo durante una reciente visita suya a Madrid.
Pregunta. ¿A qué se deben todos esos premios?
Respuesta. Hace 10 años empezamos una línea de trabajo muy poco explorada en ese momento, pero que ha crecido mucho desde entonces. Se centra en el estudio de un conjunto de proteínas, llamadas proteasas, que desarrollan unas funciones de destrucción controlada en muchos procesos fisiológicos, por ejemplo en la digestión. Sin embargo, estas funciones se ven profundamente alteradas en múltiples enfermedades. Entonces se conocía muy poco de ellas y de los genes que las codifican, pero ahora hemos identificado y caracterizado más de 30 nuevas proteasas humanas y en algunos casos hemos podido definir sus funciones con cierta precisión.
P. ¿Y lo han relacionado con el cáncer?
R. Las proteasas están muy controladas en el organismo, en el tiempo y en el espacio, y sabemos que, en tumores, los niveles de alguna de ellas aparecen multiplicados hasta miles de veces. En estos años hemos aprendido que los distintos tumores producen distintos conjuntos de proteasas, para lograr sus fines destructores e invasivos. Ello nos ha llevado a introducir conceptos como el degradoma tumoral, que intentan definir el repertorio específico de proteasas producidas por cada tumor de cada paciente.
P. ¿Su investigación se dirige a la obtención de terapias?
R. La farmacología hoy trata de identificar nuevas dianas terapéuticas y las proteasas son una buena diana, aunque aún queda mucho trabajo básico por hacer antes de obtener buenas respuestas, al menos en el cáncer. Casi todas las multinacionales farmacéuticas tienen ya inhibidores de proteasas en ensayos clínicos, aunque la mayoría no ha dado buen resultado. En mi opinión eso se debe a que las estrategias de diseño de inhibidores no han sido las mejores. En mi equipo cada vez tratamos de ir más atrás, dentro de las rutas bioquímicas, para comprender mejor los procesos en los que intervienen las proteasas; hacemos investigación muy básica, aunque hace un par de años vendimos una patente a Bristol Myers y también hemos colaborado con Glaxo y con empresas japonesas.
P. ¿Qué les falta a los inhibidores de las proteasas para ser más eficaces?
R. Creo que tienen que ser más específicos. Los inhibidores, si no son muy específicos, pueden bloquear la acción de proteasas benefactoras y paradójicamente contribuir a la progresión tumoral, así que lo que debemos hacer es investigar aún más, para intentar comprender mejor estos procesos. En este afán ayuda mucho el hecho de que ya hay otros inhibidores de proteasas con mucho éxito, como los utilizados frente al virus del sida o para el tratamiento de la hipertensión. En todo caso, la complejidad biológica de los procesos mediados por proteasas es fascinante, un reto enorme.
P. ¿Trabajan con modelos animales propios?
R. Los modelos animales permiten recorrer el camino que separa una observación correlativa de un hecho causal. El hecho de que en un tumor se incremente la proporción de ciertas proteasas se puede deber indirectamente al caos biológico producido en el cáncer o puede ser un componente básico de ese proceso. Los ratones transgénicos que creamos nos permiten decidir entre estas posibilidades e identificar aquellas proteasas más importantes para el desarrollo del cáncer o de enfermedades como la artritis, en la que las proteasas también desempeñan papeles muy importantes.
P. ¿Es gracias a su grupo que la Universidad de Oviedo aparece en el mapa científico?
R. Desde antes había grupos muy buenos trabajando, por ejemplo en química y en otras áreas. De todas formas, creo que ahora se pueden hacer contribuciones a la ciencia desde cualquier sitio, no hay que estar en la capital. Incluso creo que a mí me ha venido bien estar aquí, donde he tenido mucho apoyo. Y en los sitios pequeños tienes un contacto más directo con los estudiantes, lo que para mí es básico.
P. Usted ha estado muy próximo a los becarios y sus protestas constantes ¿por qué?
R. En Oviedo nuestro grupo pudo desarrollarse gracias al trabajo de los becarios que tras completar su tesis y trabajar en el extranjero varios años, pasaron grandes dificultades para proseguir su trabajo. Creo que son la pieza más importante de un laboratorio, y sin ellos ningún científico es capaz de hacer nada. Por eso no concibo que no se les preste más atención, que no tengan un trabajo y un sueldo dignos, que no estén en los foros oficiales de discusión, porque tienen un peso intelectual enorme. Las mejores lecciones son las de los investigadores más jóvenes.
P. ¿Ha cumplido el Ministerio de Ciencia y Tecnología las expectativas que había creado?
R. No, y es una pena, porque es una buena idea que no ha cristalizado, pero los científicos somos muy pacientes por nuestro trabajo así que seguimos esperando.
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