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GUERRA EN IRAK | El debate parlamentario
Columna
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El último pleno

Cuánto ganaría la información parlamentaria si se hiciera siguiendo la viveza de las pautas de la información deportiva. Claro que la información deportiva tiene al final que atenerse a los resultados que suben al marcador, nunca decididos de antemano, porque el colista puede contra todo pronóstico desbancar al líder. Cuántas veces hasta el último minuto de juego nada está decidido y en tiempo de descuento se han invertido las ventajas que parecían adquiridas. En el pleno del Congreso esa emoción está descartada. Los grupos parlamentarios se atienen a la disciplina de voto y cuando el partido del Gobierno tiene suficiente mayoría, el recuento -electrónico, nominal o por papeleta secreta- puede cantarse de antemano.

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En las sesiones plenarias del Congreso está bien averiguado que la aritmética es irreversible. Por eso, la batalla dialéctica se celebra cara a la tribuna de prensa. Se trata de luchar por los titulares del día siguiente mientras llega al cabo de cuatro años la fecha de los comicios donde habrá la oportunidad de que los electores cambien la composición de la Cámara. Este proceder deriva del sistema de listas cerradas y bloqueadas para circunscripciones provinciales. Su adopción en nuestra Ley Electoral establece en la práctica una dependencia de los diputados respecto de las Ejecutivas de los partidos, que son las que tienen en su mano quiénes serán incluidos, y por qué orden, en las papeletas dispuestas para los votantes. Por eso, cualquier desafío a la disciplina del grupo es suicida y cada diputado sabe de modo indeleble que, aparte de otros méritos, son definitivos los que haga ante la dirección del propio partido.

De ahí que sean impensables actitudes rebeldes, como las observadas estos días atrás por los laboristas disconformes con Toñín Blair en la Cámara de los Comunes. Qué bien y qué extraño para nosotros suena, al comienzo de las intervenciones de los MP británicos, la apelación a my constituency, pero ellos pueden hacerla porque su emplazamiento básico es ante los electores de su distrito, de los que no pueden separarse porque le tienen siempre identificado sin que les quepa refugiarse en el conjunto de lista alguna difuminadora de perfiles y responsabilidades personales. Así las cosas, descartada la posibilidad de alterar la mayoría cuando tiene color partidario, ninguno de los oradores pretende que sus argumentos rompan esa férrea disciplina que por otra parte está expresamente excluida en el apartado segundo del artículo 67 de la Constitución, según el cual "los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo alguno".

Pero volvamos al pleno del Congreso convocado de nuevo para mañana y examinemos por un momento la sesión celebrada el 18 de marzo a la luz del Diario de Sesiones, donde se registra la comparecencia del Gobierno a petición propia para informar sobre la situación internacional en relación con Irak. Son en total 52 columnas de apretado texto que transcriben las intervenciones de los portavoces de todos los grupos y las respuestas ofrecidas por el presidente del Gobierno entre las cuatro de la tarde, en que la presidenta Luisa Fernanda Rudi abrió la sesión, y las diez y cinco minutos de la noche, en que fue levantada. Antes de descartar el análisis de lo dicho desde la tribuna por los oradores hay que resaltar el esfuerzo de Aznar para omitir el nombre de su antagonista Zapatero, que sólo dejó escapar una vez al comienzo de su primera réplica.

El asunto, por hoy, se limita a considerar la actitud de la presidenta de la Cámara y la respuesta suscitada en el hemiciclo en forma de aplausos, rumores, risas, protestas, interrupciones, peticiones de silencio y llamadas al orden. Para hacerlo con solvencia debería disponerse de un computador como el que al final de los partidos resume los números del encuentro: los tantos, los tiros a puerta, los saques de esquina, el porcentaje que a cada uno corresponde del control del esférico, las faltas en que cada uno ha incurrido y las tarjetas amarillas o rojas mostradas por el colegiado. Una primera contabilidad manual permite dar cuenta de que Aznar tuvo 7, 9 y 3 interrupciones en sus tres primeros turnos en los que se medía con Zapatero, al que interrumpieron 12 y 8 veces en las suyas. Casi todos los aplausos a favor de Aznar fueron respuesta a los rumores o protestas previos del Grupo Socialista y sirvieron para subrayar los momentos de mayor acritud o de más abierta tergiversación. Hay adhesiones que dañan. Continuará.

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