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Reportaje:

Afganistán: la otra guerra sigue

EE UU lanza la tercera operación militar desde enero mientras el clima de seguridad en el país sigue degradándose

Guillermo Altares

La operación Ataque Valiente, que ayer continuaba en el sureste de Afganistán, es la tercera ofensiva estadounidense contra talibanes renegados, antiguos señores de la guerra y efectivos de Al Qaeda en los rincones más indómitos del país en el año 2003. Más de mil soldados, con amplio apoyo aéreo, batían una zona de cuevas y pequeños pueblos. El coronel Roger King, portavoz de las fuerzas de EE UU, señaló en la base de Bagram que la operación "se desarrolla en un área muy amplia".

No es una casualidad que el ataque empezase apenas una hora antes del comienzo de la guerra en Irak. El mensaje era claro: el comienzo de las hostilidades no significa que Washington vaya a abandonar Afganistán. En el terreno diplomático, el coordinador de la Administración estadounidense para la zona, David Johnson, dijo lo mismo en Viena el jueves: "Nos quedaremos tanto tiempo como sea necesario. La guerra no ha terminado". Pero los temores a que la guerra en Irak empeore la situación en Afganistán son compartidos por ONG y diplomáticos.

"El Estado no tiene la capacidad para hacer llegar la ayuda a la población afgana"
No es una casualidad que el ataque empezase apenas una hora antes de la guerra en Irak

Cuando EE UU reabrió su embajada en Kabul, en diciembre de 2001, prometió que no volvería a abandonar el país a su suerte y se comprometió con el futuro de los afganos. Pero, por ahora, el futuro sigue formando parte del pasado: violencia, caos, señores de la guerra inmensamente poderosos y tropas internacionales, ya sea la ISAF -con mandato de la ONU- o los soldados estadounidenses, sometidas a constantes ataques. "En los últimos meses se ha degradado mucho el contexto de seguridad", asegura Antoine Foucher, responsable para Afganistán de Acción contra el Hambre. Esta ONG ha sufrido ataques con granadas contra su oficina en Kandahar, aunque la lista de incidentes es interminable.

"La guerra en Afganistán, que llegó a ser un éxito para las fuerzas estadounidenses, parece cada vez más insostenible. Los extremistas, tanto afganos como paquistaníes, están protagonizando un claro incremento de la violencia", escribió recientemente la revista Jane's, especializada en temas militares. La prensa estadounidense habla de reagrupamiento de antiguos talibanes. El propio presidente del Afganistán, Hamid Karzai, durante una visita a Washington en febrero, señaló que el combate contra el terrorismo en Afganistán "todavía no ha finalizado" e instó tanto a la Casa Blanca como al Congreso a no dejar que la guerra con Irak desvíe la atención de las necesidades de su país.

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Pocas semanas antes del inicio de la ofensiva en Irak, el ministro de Defensa alemán, Peter Struck, aseguró que "no excluía" un aumento de los ataques contra la ISAF. Y sabe de qué habla: durante la ceremonia en la que Alemania asumió el mando de la ISAF, el pasado 10 de febrero en Kabul, tuvo que refugiarse en un búnker tras un ataque con cohetes.

Pero los problemas de seguridad no sólo están causados por la guerra contra los talibanes o por la búsqueda de Osama Bin Laden, acelerada desde la captura en Pakistán del número tres de Al Qaeda, Jalid Sheik Mohamed. La violencia es generalizada y sólo Kabul, la capital del país controlada por la ISAF, parece segura, a pesar de los atentados y de los robos contra ONG. Un ejemplo resume muy bien la situación: los alrededores de la base de Bagram, donde se encuentra el comando central estadounidense fueron durante días el escenario de violentos combates entre facciones rivales. Los soldados de EE UU llegaron a escuchar 14 rondas de morteros en una sola noche. El problema está en que no saben ni por qué se enfrentan, ni siquiera quién está luchando. El portavoz militar estadounidense, Roger King, no fue demasiado preciso: habló de "algunos comandantes milicianos" que de vez en cuando se cruzan duelos de artillería. Ayer, tres bases estadounidenses en diferentes puntos del país sufrieron "el peor ataque con cohetes desde noviembre de 2002", según señaló King a la agencia France Presse. Doce proyectiles cayeron en sólo 24 horas.

En el norte, los combates entre dos señores de la guerra -el uzbeko Abdul Rashid Dostum y el tayiko Atta Mohamed- causaron seis muertos durante un solo fin de semana. Lo malo es que Dostum y Atta llevan peleándose desde antes de la toma de Mazar-i-Sharif, en noviembre de 2001. El último acuerdo de paz, alcanzado en febrero, apenas duró una semana.

"El Estado no tiene capacidad para hacer llegar a la población afgana la ayuda internacional que se canaliza a través de Kabul", asegura Thomas E. Gouttiere, director del Centro de Estudios Afganos de la Universidad de Nebraska. "Los afganos están frustrados. Y la influencia de los señores de la guerra se produce por eso: controlan totalmente las zonas a las que no llega el Gobierno, que son la mayoría".

El gran viajero que fue Bruce Chatwin, que conoció muy bien Afganistán, escribió en 1980, meses después de la invasión soviética, que cuando los afganos despertasen, su reacción iba a ser terrible. Veintitrés años después, aquel horror continúa. De aquel caos surgieron los talibanes y los campos de entrenamiento de Al Qaeda. Ahora las perspectivas no son nada halagüeñas. La revista The Economist resumió la situación en el título de un reportaje sobre Afganistán: "No empieces lo que no puedas terminar".

<i>Marines</i> de EE UU reunidos cerca de Kandahar, al sur de Afganistán.
Marines de EE UU reunidos cerca de Kandahar, al sur de Afganistán.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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