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AMENAZA DE GUERRA | Los argumentos de la oposición
Columna
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El misterio de la guerra humanitaria

Soledad Gallego-Díaz

Para el presidente del Gobierno español no existe la guerra. José Maria Aznar se comportó ayer en el Congreso de los Diputados como si esa palabra y esa realidad no existieran, y como si la tormenta de fuego que está a punto de desencadenarse sobre Irak fuera una operación humanitaria destinada a llevar la prosperidad y la riqueza a los iraquíes. Ni una sola vez en su discurso pronunció la palabra guerra y ni una sola vez aludió a la tragedia que se avecinaba, ni tan siquiera para hacer responsable de ella a Sadam Husein. Simplemente, no existía.

Oyéndole daba la impresión de que España, y los otros miembros de la coalición de las Azores, sólo se preparan para participar en un programa internacional de reconstrucción de un país que sufre una lamentable catástrofe humanitaria y para arrimar el hombro en la inmediata, y sin duda milagrosa, pacificación de Oriente Próximo. Por eso los diputados del PP acogieron con una gran ovación el anuncio de que España enviaría a la zona equipos de descontaminación y desminado y un hospital, un "centro de coordinación de emergencias" que casi, casi, sonaba como el equipo que se trasladó a Centroamérica después del huracán Mitch. Y por eso Aznar pareció quedarse tan sorprendido cuando los portavoces de los otros grupos no entraron a discutir los detalles de tan humanitaria aportación.

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Aznar no es el inventor de esta conocida técnica de márketing: la paternidad corresponde al premier británico Anthony Eden, que en 1956, y dado que no tenía tampoco el apoyo de la ONU, fue el primero en decir que Gran Bretaña hacía frente a "un conflicto" en Egipto. La oposición le dijo que se trataba de una guerra, la de Suez, y así ha pasado a los libros de historia, pero la gran idea de disimular la palabra maldita ha seguido teniendo buenos defensores. Ayer fueron muchos entre los propios diputados del Partido Popular: llevados por el entusiasmo de la paz acogieron con grandes aplausos la noticia de que el Gobierno no enviaría tropas de combate a Irak. ¿Y por qué iba a hacerlo, si nadie había hablado de guerra?

El segundo gran objetivo del presidente del Gobierno parece ser convencer a los ciudadanos de que la coalición de las Azores (que calificó ayer de "coalición política") cuenta con el respaldo de la ONU para invadir Irak. Sus repetidos esfuerzos en este sentido no encontraron, sin embargo, el menor eco en la oposición. "Ésta es una guerra inmoral e ilegal", le espetó el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, "un ataque contrario a la Carta de Naciones Unidas que no respeta la legalidad internacional". Zapatero, en un discurso casi indignado, le reprochó que no hubiera sido capaz de luchar para conseguir que Washington diera un plazo mayor para lograr el desarme pacífico. "¿Acaso las miles de víctimas que va a haber no merecían siquiera esperar 30 días?". El portavoz de CiU, Xavier Trias, tampoco aceptó el envite de Aznar: estamos, dijo, ante una guerra no justificada y ante una coalición militar que desprecia el orden internacional.

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Una cosa ha quedado ya clara en los cuatro debates que se han celebrado en el Congreso desde que comenzó la crisis de Irak: Aznar ha salido siempre del Parlamento tan aislado como había entrado, incapaz de convencer a uno solo de los distintos grupos parlamentarios, (excepción hecha, claro está, del suyo propio), de que su posición es la que conviene a los intereses de España. El presidente del Gobierno se mostró muy satisfecho del apoyo que encuentra en Bush y en Blair pero ayer, posiblemente, su partido, hubiera agradecido mucho más el simple voto de Coalición Canaria. Algo que rompiera su arriesgada soledad.

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