_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Verdes moscas de la carne

En las Azores, se consumó el proyecto de exterminio y desolación del pueblo iraquí, y se repartieron papeles y deberes: Bush pondrá la última maravilla de la tecnología letal; Blair, las vistosas charreteras y el himnario decimonónico de un imperio raído de nostalgias, y Aznar, como según dice, no tiene compromiso alguno de participación militar con la pandilla, enviará miríadas de moscardas para que devoren a prisa los cadáveres de las calles de Bagdad, de Basora, de Mosul. Por higiene y para no alarmar al personal. Así es que con los artificios de la CNN y las moscardas de Aznar, los efectos colaterales no pasarán de la virtualidad de una pirotecnia inocente y de una nubada de insectos que eructan sesos de escolares e intestinos de vendedores de alfombras.

Tras la derrota moral y situados en la ilegalidad internacional, el trío se ha hecho gorros de pirata con la Carta de las Naciones Unidas, y mientras Bush distribuye plazos y amenazas, sus subordinados, se han ido: el uno a recibir las dimisiones de algunos ministros que aún saben de dignidad y principios; y el otro a coger moscas. Moscas de la carne, moscardas feroces e insaciables: la Lucilia y la Sarcophaga carnaria. La primera, verde dorada, con una mano de pintura metálica; la segunda, negra betún y con ojos rojos de tanto hematíe. Una y otra poseen una voracidad alarmante, y no dejan víscera, ni órgano, ni tejido, en pie. Qué contribución tan aséptica la de Aznar. Y cómo se las pinta para tirar la piedra y esconder la mano; la mano, porque difícilmente puede esconder la cara y la complicidad. Y a cambio de tan repugnante servicio, las promesas de un césar beodo, con el sombrero tejano envuelto en hojas de laurel, y el revólver enfundado en funda de olivo. Las promesas: te daré, muchacho, una parte de los escombros y de las ruinas de Bagdad, para que confíes al mejor postor la reconstrucción de algunos edificios, que previamente volaremos. Que apestosos negocios, que ensangrentados. Y todo fuera de la ley. Bon jour, Tribunal Penal Internacional.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_