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Reportaje:AMENAZA DE GUERRA | La zona del conflicto

Turquía exige el control del Kurdistán

Erdogan quiere que EE UU le garantice la supervisión del norte de Irak a cambio de su contribución a la guerra

Con su obsesión por Irak y sus prisas por entrar en acción, George W. Bush también ha metido en un lío a Turquía. Nadie cree aquí en la urgente necesidad de una guerra. Ni los militares que lo vigilan todo desde las sombras, ni los islamistas moderados del ya primer ministro Recep Tayyip Erdogan, ni los comunistas que se manifiestan contra el desembarco de material bélico estadounidense en Iskanderun, ni los demócratas de toda la vida como el escritor Orhan Pamuk. La consigna más visible en Estambul es Savasa hayyr (No a la guerra). Así que lo más pronorteamericano que puede escucharse es la afirmación de que, puesto que EE UU va a hacer la guerra de todas formas, Turquía debe minimizar sus daños propios.

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No es de extrañar que Erdogan no tenga prisas por presentar ante el Parlamento una segunda resolución -la primera fue rechazada el 1 de marzo- que autorice a EE UU a desplegar en el sureste de Turquía los 62.000 soldados necesarios para lanzar una ofensiva contra Irak desde el norte; o, al menos, permita que los aviones norteamericanos sobrevuelen Turquía. Erdogan, que el sábado se hizo cargo de la jefatura del Gobierno, reiteró ayer que antes debe presentar su Gobierno ante el Parlamento y someterlo al voto de confianza. Eso aplaza el debate sobre la petición norteamericana hasta finales de esta semana o comienzos de la próxima. Quizá demasiado tarde para EE UU.

Erdogan no quiere que se enfaden EE UU y, ni muchos menos, los militares turcos. El 4 de marzo, tres días después de que el Parlamento negara la autorización para el despliegue norteamericano, el general Hilmi Ozkok, jefe del Estado Mayor, declaró que Turquía "no debería quedarse al margen" de la guerra. Y Erdogan sabe muy bien que a los militares turcos hay que escucharles. Se consideran los garantes del régimen laico y autoritario fundado por Ataturk y de la relación privilegiada con EE UU en el seno de la OTAN. Ellos fueron los que deshicieron en 1997 el penúltimo experimento de Gobierno islamista, el de Necmetin Erbakan, y aquél fue el más blando de sus golpes de Estado.

Erdogan, el líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), quiere satisfacer a los militares. De hecho, su argumento para no precipitar la segunda votación parlamentaria está en sintonía con ellos. El anterior Ejecutivo del AKP, el de Abdulah Gul, que dimitió la pasada semana para cederle el paso a Erdogan, ya negoció con EE UU el recibir ayuda económica -15.000 millones de dólares en donativos y préstamos- a cambio de la cesión de su suelo y su cielo para la guerra contra Irak. Aquella negociación hirió la dignidad de los turcos, y fue una de las causas del rechazo parlamentario del 1 de marzo. Una caricatura difundida en la prensa anglosajona, en la que Turquía aparecía como una gruesa bailarina del vientre a la que EE UU iba metiendo dólares en la falda, provocó un escándalo. "Turquía no es una república bananera", se felicitó el diario Milliyet tras el rechazo parlamentario.

Erdogan esgrime ahora una segunda exigencia turca, una que preocupa mucho a los militares y es compartida popularmente. Se trata de que Turquía pueda desplegar tropas en el Kurdistán iraquí, hasta 40.000 soldados, y tenga voz propia en el futuro de un Irak sin Sadam Husein. Si hay algo que aterra a Ankara es la posibilidad de que los kurdos iraquíes se hagan con los centros petroleros de Mosul y Kirkuk, proclamen su independencia y sirvan de ejemplo a los 15 millones de kurdos de Turquía. Y si hay algo peor que Sadam para los kurdos de Irak es que Turquía lo reemplace.

Turquía no ha recibido aún garantías estadounidenses de que podrá intervenir en el Kurdistán iraquí. Una reunión entre turcos, estadounidenses y kurdos iraquíes debe celebrarse esta semana en Ankara. Entretanto, Erdogan espera ganar la votación de confianza antes de presentar una segunda resolución sobre el despliegue estadounidense. Esto irrita a EE UU. Y la impaciencia de Washington enciende a los demócratas turcos. "Es indignante que predique que van a traer la democracia a Oriente Próximo y se salga de sus casillas cuando Turquía aplica los procedimientos democráticos para decidir sobre un asunto tan trascendente", dice el escritor Orhan Pamuk.

EE UU ha planteado a Turquía un dilema dramático en el peor momento. Turquía atraviesa una pésima situación económica, que sólo puede agravarse con la guerra de Irak. En paralelo, efectúa el experimento de la cohabitación entre el régimen laico de Ataturk y el Gobierno de los islamistas moderados de AKP. Tampoco se encuentra en vías de solucionar su problema kurdo y acaba de ser desautorizada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por la detención, juicio y condena inicial a muerte del líder kurdo Abdulah Ocalan. Además, Turquía querría mejorar sus relaciones con Francia y Alemania para cumplir su sueño de entrar en la Unión Europea.

Erdogan tiene que hacer malabarismos. Arranca con una popularidad del 68%, pero también el 94% de los turcos está en contra de la guerra. Su partido tiene mayoría absoluta en el Parlamento, pero más de un cuarto de sus diputados votó contra el alquiler de su suelo y cielo a EE UU. A los islamistas turcos no les gusta que un imperio occidental invada un país musulmán. Como dijo el general Ozkok, Bush ha obligado a Turquía a "escoger entre lo malo y lo peor".

Varios manifestantes despliegan una bandera de Turquía durante una protesta contra la guerra.
Varios manifestantes despliegan una bandera de Turquía durante una protesta contra la guerra.AP

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