Políticas de desestabilización masiva
El promedio de crecimiento de la economía mundial en los dos últimos años ha sido 1,9%, el menor desde 1982. Desde mucho antes que en el horizonte aparecieran las "incertidumbres geoestratégicas", la economía global ha estado luchando por aplicar las políticas económicas más adecuadas para relanzar su crecimiento. Pese a la diversidad de enfoques, nadie ha conseguido dar en el clavo y la mayoría de las economías han cerrado el año creciendo por debajo de su potencial, lo que ha puesto en marcha la muy humana búsqueda del correspondiente chivo expiatorio de sus infortunios. Ilustres representantes del establishment americano han sugerido que las incertidumbres creadas por la amenaza terrorista mundial y las Armas de Destrucción Masiva de Sadam Hussein son responsables de la ineficacia hasta hora mostrada por la también masiva inyección de estímulos fiscales, monetarios y cambiarios que ha recibido la economía norteamericana desde el 11 de septiembre de 2001.
El escenario de guerra es asimétrico: en el mejor caso añade poco más de 0,25 puntos al crecimiento mundial; en el peor, provoca una recesión
Aunque no hay duda de que aquellos luctuosos sucesos han afectado la confianza de los consumidores e inversores y, por tanto, han incidido en la senda de recuperación de la economía americana, un buen número de economistas se sienten más inclinados a pensar que la lenta, volátil y triste recuperación está también relacionada con el número, la magnitud y la naturaleza de los desequilibrios acumulados por la economía norteamericana a lo largo de su largo ciclo expansivo, y por la heterodoxa orientación adoptada por la política económica norteamericana para hacerles frente. Buena prueba de la desconfianza académica en la robustez de la tesis que culpa plenamente a las incertidumbres geoestratégicas del decepcionante e incierto crecimiento norteamericano es que las previsiones sobre las consecuencias de la guerra sugieren que en el mejor escenario posible la economía mundial crecería en el 2003 un 2,8% frente al 2,5% que se alcanzaría si no hubiese conflicto bélico.
La única concesión que los analistas atribuyen a los factores geoestratégicos es que si la guerra diese paso a una postguerra caracterizada por la inestabilidad política, el crecimiento mundial se situaría los dos próximos años por debajo del 1% y el promedio de crecimiento anual del periodo 2002-2007 estaría entre medio y tres cuartos de punto por debajo del 3,2% de media histórica. En otras palabras, el escenario de guerra es asimétrico: en el mejor caso añade poco más de un cuarto de punto al crecimiento mundial, y en el peor sumiría a la economía mundial en una recesión, todo ello sin tomar en cuenta los daños colaterales generados por los destrozos institucionales que se han producido en los últimos meses en la arquitectura política y económica de la economía global. Lo que no es poco, ya que lo que realmente el mundo necesita para salir de la actual situación de incertidumbre son mecanismos aceitados de coordinación de las iniciativas políticas y de potenciación de los efectos de las políticas económicas instrumentadas.
Si realmente las incertidumbres geoestratégicas no son las culpables del bajo crecimiento mundial, y poco puede esperarse de la forma en la que parece en la que EE UU y sus aliados están empeñados en acabar con ellas, el nuevo ciclo expansivo depende críticamente de que funcione la magia de las políticas fuertemente expansivas ensayadas por EE UU. De que los ciudadanos no se desconcierten porque lo que fue anunciado como un superávit fiscal permanente se convirtiese en un déficit fiscal temporal y ahora haya dado paso al anuncio de que los déficit no importan. De que los contribuyentes sigan creyendo que las rebajas de impuestos ya realizadas y las que están anunciadas son permanentes pese a que el gasto público siga creciendo. De que los endeudados consumidores anticipen que pese a los déficit y el aumento del riesgo, los tipos de interés van a seguir permanentemente bajos. De que los ahorradores no presten atención a la perdida de riqueza inducida por el stockalipsis bursátil. De que el resto del mundo siga confiadamente financiando con su ahorro el déficit de balanza corriente americano pese a que el dólar siga cediendo valor frente al euro y restando crecimiento a Europa.
Puede que la magia funcione. Pero como mínimo hay el riesgo de que la victoria -que no la paz- no sea suficiente para anular el efecto de políticas que parecen diseñadas para ser masivamente desestabilizadoras.
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