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AMENAZA DE GUERRA
Columna
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Guerra y religión

Fernando Vallespín

En The Washington Post del pasado 2 de febrero se informaba de la inminente aparición de un libro, potencial e inevitable best seller, que lleva el tranquilizador título de Armagedón. Sus autores, el evangelista Tim LaHaye y el escritor Jerry Jenkins, tienen ya experiencia en novelar historias de personajes corrientes en el contexto del Apocalipsis y patrocinan una colección de libros -la serie Left Behind- dedicada exclusivamente a esta literatura. Hasta aquí nada anormal, en este mundo tiene que haber de todo. Lo que sí resulta de lo más turbador, sin embargo, es que los once títulos aparecidos hasta ahora en dicha colección han vendido la friolera de ¡35 millones de ejemplares! (sí, han leído bien). Y el próximo se presenta como un éxito aún más eficaz porque tiene la virtud de ubicar el Apocalipsis en la próxima guerra de Irak (seguramente coincida, además, con ella: aparecerá en las librerías el 5 de abril).

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Puede que no sea más que una anécdota, pero muestra bien a las claras cómo el fundamentalismo cristiano penetra en casi todos los poros de la sociedad americana. También, desde luego, en la misma Administración de Bush, verdadera correa de transmisión de las convicciones de extrema derecha de dicho país, dividida entre los "Neocons" o "neoconservadores laicos" y los "Theocons" o "conservadores religiosos". A partir de los acontecimientos del 11 de Septiembre se ha producido una auténtica renovación del discurso religioso en los asuntos políticos que no deja de ser preocupante. Recordemos las constantes referencias a la Biblia en las primeras apariciones de Bush después de los atentados, la posterior e increíble utilización de expresiones tales como "cruzada", "eje del mal", "misión", el ejercicio de una respuesta al terrorismo en nombre de una "justicia infinita" y destinado a lograr una escatológica "lucha final entre el bien y el mal"; o la propia definición que de sí mismos ofrecen Bush y Ashcroft como "cristianos renacidos". Todo parece indicar que se busca confrontar el desafío del terrorismo islámico radical con valores cristianos no menos radicales y asociados a un patriotismo que no es tampoco ajeno a una interpretación religiosa. Los Estados Unidos son interpretados por muchos como "el país de Dios" (Gods own country) y la "última y mejor esperanza sobre la tierra", que diría Lincoln. Obsérvese que las insistentes intervenciones del Papa bien pueden leerse en clave totalmente opuesta: no puede justificar la guerra desde una perspectiva cristiana.

Aunque la mayoría de estas expresiones estén dirigidas al consumo interno y seguramente sirvan para encubrir los intereses más banales de la Realpolitik de toda la vida, es un claro síntoma de que allí comienza a desarrollarse un discurso distinto del que está presente en la mayoría de los países occidentales. Cuando todos pensábamos que la privatización de la religión era ya algo irreversible en Occidente, nos encontramos ahora con la sorpresa de que ha aprovechado esta nueva coyuntura para hacer acto de presencia pública. (Algo a lo que, por cierto, se ha sumado también entusiásticamente nuestro propio Gobierno con su abrumadora potenciación del "hecho religioso" como alternativa (?) a la Religión). En el actual enfrentamiento dentro de Occidente en torno a la crisis de Irak hay también un conflicto entre las dos grandes almas de nuestra propia tradición. Una sería la más conservadora y esencialista, dirigida a resaltar "nuestra diferencia" a partir de las propias tradiciones religiosas y que, al modo hobbesiano, aboga por una prioridad de la seguridad y el mantenimiento de la propia identidad particularista mediante la defensa de nuestros "intereses de civilización". Y la otra, más ilustrada, kantiana, secular, cívica y universalista, que sigue afirmando la necesidad de tender puentes hacia otras culturas y modos de vida y hacer de la promoción activa de los derechos humanos, la libertad y la paz el pilar básico sobre el que construir un nuevo orden de convivencia internacional. Como puede observarse, lo que aquí está en juego es algo más que los fundamentos del actual sistema del derecho internacional, es también nuestra propia autodefinición como sociedad, que ha abierto un nuevo choque de identidades interno.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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