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Entrevista:Tom Wolfe | Escritor

"La novela estadounidense sufre de anorexia"

De forma sorprendente, y únicamente para cumplir una promesa hecha a algunos amigos de su época de reportero, Tom Wolfe acepta hablar públicamente sobre el futuro de la literatura y el papel que ésta puede tener en tiempos de miedo e incertidumbre. Se presenta en el encuentro organizado por The New York Times vestido completamente de blanco (incluso los zapatos, los calcetines, hasta el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta), muestra durante toda la conversación esa sonrisa que sabe combatir con ironía los ataques construidos con seriedad y con absoluta seriedad las acusaciones cargadas de ironía. En los últimos meses, el "Balzac de Park Avenue" ha mantenido una polémica frontal con Norman Mailer, John Updike y John Irving, y en un pasado no muy lejano lanzó dardos envenenados contra Susan Sontag y todo el entorno de The New Yorker, al que describe como un lugar esnob, conspirador, petulante y, a fin de cuentas, sin influencia cultural: su definición de tiny mummies [momias diminutas] ha provocado la ira de los redactores y escritores de la revista más prestigiosa de Estados Unidos y ha hecho reír a mandíbula batiente a todos aquellos que están de acuerdo con las afirmaciones de Wolfe pero no tienen ni el valor ni la envergadura para expresarlas públicamente.

"Preparo una novela sobre una residencia universitaria"
"Hoy, la ensayística es mucho más excitante que la narrativa"

De sus novelas y de aquel modo revolucionario de concebir el periodismo que ha pasado a la historia como el "nuevo periodismo" han nacido términos como chic radical y marxista rococó. Antes de empezar a hablar sobre el posible renacimiento de la novela, dialoga con el premio Pulitzer John Darnton, quien lo invita a explicar su costumbre de vestir siempre enteramente de blanco, la única persona en el mundo que lo hace aparte del Papa. Wolfe cuenta que a Mark Twain le hicieron la misma pregunta, a la que respondió: "No se trata de ostentación o provocación, pero no puedo decir que el hecho de llamar la atención me desagrade".

El escritor realiza una larga pausa de efecto, tras la cual cuenta que su forma de vestir surgió de una situación de necesidad: cuando empezó a trabajar como cronista, era de buen tono lucir traje y corbata. Al llegar a Nueva York, compró un traje blanco como los que estaban en boga en su ciudad, Richmond, pero durante un verano tórrido descubrió que había adquirido un tejido demasiado caliente. Al no poder permitirse comprar un segundo traje, siguió llevándolo en otoño y luego en invierno, notando divertido las reacciones desconcertadas de sus colegas y de la gente por la calle. A partir de ese momento se convirtió en su señal distintiva y en la forma de definir el vestuario siguiendo un planteamiento antitético a cualquier convención.

Pregunta. Tres escritores del calibre de Norman Mailer, John Irving y John Updike han tildado Todo un hombre de "espectáculo" o "mega best-seller", pero no de literatura. En El periodismo canalla y otros textos, usted les responde llamándoles los

three stooges ...

Respuesta. No me he limitado a replicarles, sino que he tratado de explicar que la suya era una posición ideológica: Todo un hombre y, 11 años antes, La hoguera de las vanidades afirman la necesidad de novelas que surjan del realismo y, en mi caso, sus propias raíces provienen de una búsqueda cuidadosa o del reportaje. Mi principal referencia cultural es Balzac, y el éxito internacional de ambos libros ha demostrado la crisis de una situación cultural en la que los escritores en cuestión viven de las rentas, se agarran a su posición. Me ha chocado que Irving haya llegado incluso a insultarme en directo en televisión. No me gusta hacer juegos de palabras y en su caso hablo de celos y de miedo.

P. ¿Cuáles son los escritores contemporáneos que más le gustan?

R. Me ha causado una impresión muy favorable Jonathan Franzen y su ambición de escribir una novela clásica. Pero también quiero citar a Richard Price: he admirado la labor de investigación que realizó para escribir Clockers, cuando entró en contacto con traficantes y policías para reflejar fielmente el lenguaje, los gestos y la forma de pensar. Quisiera añadir que la novela estadounidense sufre de anorexia y que la época dorada de la narrativa estadounidense coincidió con un periodo en el que los escritores amaban su propio país. Hoy, la ensayística me parece mucho más excitante que la narrativa.

P. ¿A qué atribuye esta reticencia a enfrentarse a una narrativa clásica y realista?

R. En buena medida, al cine. Piense por ejemplo en Oliver Stone: yo soy de los que han admirado Un domingo cualquiera por la dedicación con la que el director se ha sumergido en una realidad como el deporte, que le era extraña. Sostengo que la literatura debe ocuparse con la misma pasión y cuidado de temas de máxima actualidad. Ahora se habla de fundamentalismo religioso, pero el libro que me viene a la mente sobre el tema es un viejo clásico como Elmer Gantry, de Sinclair Lewis, el novelista que al recibir el Premio Nobel exhortó a los escritores estadounidenses a "ofrecer a Estados Unidos una literatura digna de su propia grandeza".

P. Su planteamiento le lleva a realizar una labor de preparación interminable antes de la escritura definitiva de un libro...

R. Soy el primero en sufrirlo, pero, en el fondo, también el primero en disfrutar con ello. Ahora estoy preparando una novela ambientada en una residencia universitaria: mi ambición es contar la historia a través de los ojos de los estudiantes y sé que la única forma de lograr algo realista es pasar mucho tiempo con estos chicos. He investigado mucho en la Universidad de Florida y he asistido también a las fiestas, las reuniones, los cursos...

P. Sus novelas utilizan el contraste entre clases opuestas, subrayando cómo en EE UU los más humildes están constantemente explotados por los más poderosos. Parece un argumento liberal, pero sus posiciones políticas son muy diferentes...

R. Me defino como un demócrata a lo Jefferson y, desde un punto de vista cultural, reivindico de nuevo a Balzac.

P. ¿En qué sentido?

R. En su fuero interno era un conservador que deseaba la vuelta de la monarquía, pero en sus libros describía con gran pasión las clases más humildes. Desde este punto de vista, el planteamiento de Zola es muy diferente, ya que tenía unas ideas políticas que todos definiríamos como claramente liberales, pero contaba la dura vida de los desheredados con un realismo que escandalizaba a los intelectuales de la época.

P. En uno de los ensayos de La bestia humana, usted describe con ironía las vacaciones en el Caribe de la pequeña burguesía que busca un bienestar inmediato y vulgar. ¿No le parece que se trata de un mundo que ha cambiado profundamente tras el 11-S?

R. Vivimos unos momentos muy sombríos, que eran imprevisibles en la época en que escribí el libro. Pero considero que, en esencia, la situación no ha variado: hace pocos días he visto por televisión un reportaje sobre un incendio en Barbados, y los estadounidenses entrevistados eran todos tipos de vacaciones que hace un tiempo ni siquiera hubieran imaginado poder visitar esos lugares. No se trata de un juicio, sino de una constatación.

P. La realidad supera en el tiempo y en la fantasía a la ficción.

R. Constantemente. Cuando escribí La hoguera de las vanidades, imaginé que el protagonista vivía en Park Avenue, en un apartamento de dos millones y medio de dólares, por entonces una cifra desproporcionada. Cuando salió el libro, el mismo apartamento hubiese valido cuatro millones y medio. Respecto a la fantasía en la realidad en relación con el arte, piense en el caso Clinton-Lewinsky. Un escritor podría haber imaginado una relación entre el presidente y una becaria, pero ninguno hubiese podido llegar a esos detalles: el puro, el vestido manchado, el lugar del acto, los increíbles personajes que les rodeaban...

P. Usted acuñó el término chic radical tras participar en una cena ofrecida por Leonard Bernstein en honor de los Panteras Negras en su apartamento de dos plantas en Park Avenue.

R. ¿Y usted cómo lo definiría? Durante años se me ha acusado de haber escrito sobre una fiesta a la que acudí como invitado y no como periodista, pero puedo decirle que iba al salón a tomar apuntes y hacía preguntas totalmente explícitas.

P. ¿Cómo reaccionó Bernstein?

R. No le volví a ver.

P. ¿Hay una técnica para hacer buen periodismo?

R. No creo. Pienso más bien en una actitud mental. Al enfrentarme a un tema o a una noticia, me digo: "Sé que estoy ante una información importante, y la merezco".

© La Repubblica / EL PAÍS.

Tom Wolfe, fotografiado en Huntsville, Alabama, en 1999.
Tom Wolfe, fotografiado en Huntsville, Alabama, en 1999.ASSOCIATED PRESS

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