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Columna
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Más allá de las estrellas

Tampoco tiene nada de raro que a uno le atraiga el espacio. Lo digo por la nave Pioneer 10, que acaba de despedirse de nosotros desde más allí del allá. Se ha ido tan lejos y está tan debilitada -ya no tiene batería- que no puede enviarnos ninguna señal, lo que no quita para que siga hundiéndose en el vacío cósmico. Porque ésa es otra, cuando la imaginación empieza a pintarle parajes extraños, luces nuevas, ángulos distintos desde los que contemplar lo que va dejando atrás resulta que no hay nada, sólo negrura y frío: la nave avanza en medio del vacío más riguroso y del silencio más completo. ¡Con lo que nos hubiera gustado que se cruzara con algún planeta aunque no tuviese habitantes! Pero no, aún tendrá que viajar durante dos millones de años para alcanzar la primera estrella alrededor de la cual, quién sabe, podrían gravitar algún pedrusco. Y aunque dentro de dos millones de años no estemos aquí para contarlo y ni siquiera puedan, quienes estén, recibir mensaje alguno de la sonda, el hecho de saberla progresando nos conforta mientras fertiliza nuestra imaginación.

Cosa que no ocurre siempre. Mientras la Pioneer 10 lleva 31 años abriéndose a lo nuevo, hay quienes llevan otros tantos años o más buceando en sí mismos. Pero no para buscar novedad alguna, sino para encontrar lo que mejor saben de sí y que no es más que autocomplacencia. Resulta de lo más chocante, por no decir inane, que alguien pueda progresar hacia el inmovilismo más absoluto con tanta alegría y tan poca comprensión hacia quien no quiera hacerlo. Aterra pensar que, dentro de dos millones de años, en vez de encontrar la primera estrella encuentren los tacones de sus zapatos, pero por dentro. Aunque lo más terrible es que seguro que disponen de pilas suficientes como para encima contárnoslo, por mucho que suene a disco más que rayado.¿Cabe imaginar algo más aburrido? Pues sí, que quieran convertir el Universo en lo suyo. ¿A ver si después de tanto viajar la Pioneer cree que está llegando a su primera estrella y va y resulta que le obligan a llegar al ombligo de alguno?

Al ombligo o a los dragones. "Como sabemos, los dragones no existen. Esta constatación tan simplista", nos advierte el cosmólogo Stanislav Lem, "es, tal vez suficiente para una mentalidad primaria, pero no lo es para la ciencia. La Escuela Superior de Neántica no se ocupa de lo que existe; la banalidad de la existencia ha sido probada hace demasiados años para que valiera la pena dedicarle una palabra más. Así pues el genial Cerebrón atacó el problema con métodos exactos descubriendo tres clases de dragones: los iguales a cero, los imaginarios y los negativos". Desde luego, los iguales a cero y los imaginarios no existen, "pero de manera menos interesante que los negativos", constata Cerebrón o puede que alguno de Azkoitia, porque si se multiplican dos dragones negativos entre sí se obtiene "un infradragón en la cantidad 0,6 aproximadamente". Y en esas estamos. Cuando se multiplica, verbigracia, el dragón negativo del acoso genocida al euskera por el dragón negativo del acoso genocida a un pueblo que estaría siendo pisoteado masivamente en unos derechos ya satisfechos para todos menos para quienes viven escarbando el imaginario, se obtiene un infradragón en la cantidad 0,6. Aproximadamente.

Molestia que se cura viajando. Aunque no seguramente a las islas Äaland, sino más lejos: a la oscuridad. Hace falta perderse, sentir frío, experimentar el silencio de los vacíos siderales, moverse teniendo presente el infinito o eso que se le parece, la velocidad de la luz. Porque por mucho que la Pionner haya viajado desde hace 31 años sólo ha recorrido lo que la luz recorrería en 12 minutos. Y eso confiere perspectiva. Por no decir modestia. El mismo Stanislav Lem habla del inventor de cierto producto llamado Altruicina, un preparado que introduciría en la sociedad la felicidad general, quien después de haber realizado un extenso viaje por los resultados de su producto se confiesa curado de las ganas de dar felicidad a su prójimo con métodos acelerados. Pues lo dicho, menos farmacopeas y más horizonte.

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