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Tribuna:DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA
Tribuna
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Las mujeres y la paz

En estos días en los que, como dijo Emilio Lledó, la pestilencia de las bombas lo impregna todo, resulta muy difícil apartar la vista del obsceno espectáculo de los preparativos de una guerra. Por eso hoy, Día de la Mujer, es obligado recordar el papel tradicional de víctimas que la Historia nos ha adjudicado siempre a las mujeres. Víctimas en la guerra y víctimas en la paz. Nunca he creído en el determinismo de género; no creo que las mujeres seamos necesariamente pacíficas, y los varones violentos por naturaleza. Pero en esta materia las estadísticas son abrumadoras: por cada mujer que asume la condición de verdugo, ha habido, y si no lo remediamos seguirá habiendo, millones que sufren la de víctima.

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No es casual, por tanto, que sean femeninos muchos de los movimientos en contra de la guerra y a favor de la reconciliación entre los pueblos, como las mujeres de negro serbias, bosnias y croatas que exigían en Belgrado el fin del conflicto de los Balcanes, o los grupos de mujeres israelíes y palestinas que hacen causa común para acabar con el enfrentamiento entre sus países. Unas y otras saben muy bien que la alternativa no es emular a los varones y competir con ellos por el control del disparador. Como víctimas son conscientes de que la única opción con futuro ante la cultura de la guerra es cambiar radicalmente las reglas de juego, propiciar la creación de ámbitos de encuentro y eludir por todos los medios cualquier solución a los conflictos que no sea la pacífica. Creo que las mujeres estamos legitimadas para proponer este nuevo modelo de liderazgo, aunque sólo sea porque a lo largo de los siglos muy pocas veces hemos apretado el gatillo.

Pero, como decía, no sólo en las guerras las mujeres somos víctimas de la violencia. Incluso en los países desarrollados, una paz en cierto modo ficticia provoca cada año miles de muertas y millones de heridas, la mayoría de estas últimas no declaradas. En España, en lo que va de año, es decir en poco más de dos meses, han muerto ya 14 mujeres, y una cantidad pavorosa siguen padeciendo malos tratos, en ocasiones con la complicidad de su entorno.

Para los antiguos romanos la paz volvía femeninos a los pueblos. Yo quisiera invertir el sentido de esta afirmación, que en su tiempo fue peyorativa. Defiendo que las sociedades femeninas, aquellas en las que las mujeres intervenimos activamente en la toma de decisiones, son sociedades más pacíficas, y ello por varias causas.

En primer lugar, porque el cumplimiento de las normas de la democracia exige que todos los ciudadanos, sin distinción de género o condición, participen en términos de igualdad en la vida política. Decía Montesquieu que la medida de la libertad que tenga una sociedad viene dada por la libertad de que disfruten las mujeres en esa sociedad. Yo mantengo que las sociedades más democráticas son también más justas y libres, y, por tanto, más pacíficas. Pero el grado de participación de la mujer en la vida social y política no es sólo un síntoma de salud democrática, es también la garantía de que determinados comportamientos sean combatidos y erradicados, pues haber experimentado un problema en propia carne -en muchos casos de manera literal- ayuda mucho a la hora de afrontarlo y proponer soluciones.

Hoy, Día de la Mujer, es preciso recordar que en este planeta subsisten pautas culturales que propician la violencia contra las mujeres. Algunas atávicas, enquistadas en el seno de sociedades de corte tradicional, y otras aparentemente modernas y avaladas por la más avanzada tecnología. Estoy convencida de que en la universal oposición a la guerra preventiva contra Irak hay mucho más que el simple rechazo a una agresión injustificada e injustificable.

Indira Gandhi, una mujer a la que no se puede acusar de debilidad, lo expresó claramente cuando dijo que, si antes para ser líder había que tener buenos músculos, la condición ahora era llevarse bien con la gente, respetar a los demás. Han pasado bastantes años desde que la dirigente india pronunciara estas palabras y está claro que sigue habiendo gobernantes que, como Bush y Aznar, confían en mantener el liderazgo, o en alcanzar una sombría jefatura, por medio de la violencia. Y no parecen haber comprendido que en los millones de hombres y mujeres que salieron a la calle en Londres, Roma, Berlín, Barcelona, París o Madrid había un sentimiento global de repulsa frente a la violencia, una toma de partido radical contra una forma de entender las relaciones humanas basada en la ley del más fuerte. Y, sobre todo, la exigencia de un cambio muy profundo en la concepción de la política.

A comienzos del milenio, se perfila un horizonte, plagado de amenazas, pero también lleno de oportunidades. En este nuevo escenario, las mujeres podemos y debemos implicarnos activamente en la toma de las decisiones que nos afectan a todos y seguir tomando partido por la paz. Más que una reivindicación feminista, ésta es la condición misma para la supervivencia de una sociedad que aspira a ser civilizada.

Trinidad Jiménez es candidata socialista a la alcaldía de Madrid.

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