"El paisaje es la argamasa que lo une todo"
Discípulos de Elías Torres y José Antonio Martínez Lapeña, formados en la pluridisciplina "gracias al extenuante ejercicio de presentarse a un concurso cada mes", Enric Batlle (Barcelona, 1956) y Joan Roig (Barcelona, 1954) fueron los primeros de su generación en despegar profesionalmente. No levantaron el vuelo, despegaron. Con menos de treinta años inauguraron el cementerio de Roques Blanques en el Papiol y el parque de la Pegaso en Barcelona, que contaron con el reconocimiento inmediato de la crítica. Esas raíces los marcaron. Nunca han abandonado el paisaje. Desde la atención al terreno han construido muchas otras tipologías diseminadas por el mapa de España sin especializarse ni desentenderse del suelo. "El paisaje es la argamasa que lo une todo". Sin perder esa perspectiva han inaugurado su primer rascacielos en Sabadell.
"Para nososotros, un jardín no es nunca un relleno. Lo primero es el paisaje. Es la base en la que crece la arquitectura"
PREGUNTA. ¿Qué puede aprender la arquitectura de la naturaleza?
JOAN ROIG. Mucho. La adecuación al lugar, a la luz, al clima, a la topografía. Hay edificios preciosos fatalmente colocados y hay otros cuya forma resuelve una implantación difícil. El palacio de Versalles, por ejemplo, es el resultado de un problema topográfico. El terreno tenía un desnivel que en lugar de convertirse en un obstáculo fomentó la creatividad del arquitecto provocando soluciones como las famosas escaleras de la Orangerie o la espléndida balaustrada sobre el paisaje. Hay implantaciones de edificios que además de asentarlos sirven para desarrollarlos. Otra lección a aprender es la del movimiento. Las personas, con su manera de circular, acaban construyendo el paisaje. En la ciudad deportiva del Barça que estamos construyendo en Sant Joan Despí podíamos haber diseñado edificios aislados para resolver el programa de necesidades, pero optamos por levantar un proyecto que es la suma de la topografía, el paisaje y el edificio formando una nueva unidad.
P. ¿Esa ciudad deportiva para el Barça, qué es, paisajismo, urbanismo, arquitectura?
ENRIC BATLLE. Todo a la vez. Trabajar el paisaje nos ha enseñado que los proyectos son un todo con su lugar y a afrontarlos en su totalidad. En el caso del rascacielos Milenium, el paisajismo, por ejemplo, es una cuestión de urbanismo. El edificio está en la trama urbana. De estar en el parque sería distinto. Los lugares deciden sobre la vegetación y sobre la arquitectura. Por eso, nuestra apuesta lo abarca todo. Muchos de los proyectos nos llegan por tener instrumentos para trabajar todas las escalas.
P. ¿Como estrategia cultural o empresarial?
E. B. Las dos cosas. No tiene sentido vestir a alguien y dejarlo despeinado. Nos sentimos bien proyectando un espacio y decidiendo el árbol que va en cada sitio.
P. Batlle da clase de paisajismo, una titulación muy reciente en las escuelas de arquitectura españolas.
E. B. Frederick Law Olmstead, que hizo el Central Park, acuñó el término "arquitecto del paisaje" en 1850. La tradición anglosajona es muy antigua. Pero aquí hace apenas una década que impartimos esta asignatura. Antes se estudiaba jardinería. El paisaje son más cosas que los árboles: la topografía, el agua, los sistemas que organizan la vegetación. Hay arquitectos que colocan sus edificios y rellenan los huecos con jardines. Para nosotros, un jardín no es nunca un relleno. Lo primero es el paisaje. Es la base en la que crece la arquitectura. Cuando miras el lugar como un sitio físico y no como un problema de metros cúbicos de construcción aparecen los paisajes.
P. Son barceloneses, diseñan espacios públicos y siempre han apostado por la vegetación y nunca por las plazas duras.
E. B. Si analizamos los proyectos de plazas barcelonesas desde los ochenta hasta ahora, veremos que la tendencia ha sido clara: cada vez hay más vegetación. Siendo clásicos nos adelantamos. Nosotros también hemos aprendido mucho y hemos ido cambiando la manera de distribuir la vegetación. En el Nudo de la Trinitat utilizamos criterios más agrícolas que de jardinería. La vegetación y la topografía son los instrumentos básicos de los jardines y son, como otras herramientas de las que dispone un arquitecto, perfectamente controlables: los puedes formalizar más o menos. Un jardín puede ser geométrico, tener referencias agrícolas o artísticas. Un árbol es como un muro, lo puedes colocar de muchas maneras.
P. ¿Respetamos más la naturaleza que la arquitectura?
J. R. La gente de ciudad no ve los árboles. Por eso tenemos que ayudarlos a tener más presencia, agrupándolos o poniéndolos en hilera. Cuando la vegetación consigue tener presencia, la gente lo agradece de una forma muy natural: sentándose a la sombra, por ejemplo. Por lo demás, ha habido jardines arrasados. Pero no es un problema de respeto, sino de buen uso. Los que han sufrido más vandalismo han sido los más difíciles de entender. La gente necesita entender los espacios, si no los redefine con otros usos. Con los edificios ocurre lo mismo. En los que equivocan la posición de la puerta de entrada, al cabo de los años, el cliente acaba abriendo la puerta en el sitio natural.
P. ¿Qué hay que hacer para que se entienda un jardín?
J. R. Que el usuario sepa dónde puede hacer cada cosa: dónde pasear, dónde ir en bicicleta y dónde sentarse. Los recorridos organizan los jardines y los cuidan. Al pasear por la calle, la gente va por un lado de la acera y regresa por el contrario. Un parque debe permitir también esa otra visión, ofrecer caminos de ida y vuelta distintos separados por la topografía, o por el agua.
P. ¿Qué factura pasa el tiempo a los jardines? ¿Pasan de moda?
J. R. Una factura maravillosa. El brasileño Roberto Burle Max decía que para trazar sus jardines se inspiraba en las esculturas de Jean Arp porque el día de su inauguración tenían que parecerse a algo, pero que al cabo de veinte años la forma la decidiría la propia vegetación. En los jardines no hay moda que pase de moda. Hay una apuesta por la vegetación y una comprensión del jardín 10 años después.
P. ¿Cómo puede anticiparse una década?
J. R. Con humildad. La mayoría de arquitectos tendemos a poner demasiados árboles sobre un terreno, cuando el tiempo hará que los árboles crezcan y al crecer se espesará su presencia. También nos gusta plantar árboles grandes cuando sólo es cuestión de esperar. Pero el problema no es sólo nuestro. Un buen jardín alcanza la excelencia cuando cumple 30 años, pero los políticos quieren inaugurar jardines con cara y ojos, no campos sembrados. Un paisaje es todavía algo muy frágil. Se piensa dos veces antes de demoler un edificio, pero un parque puede convertirse en cualquier momento en un aparcamiento. Por eso, rara vez llegamos a conocer lo mejor de un jardín. Los treinta años que deberíamos esperar para conocer su esplendor rara vez llegan a cumplirse.
Del suelo al techo
EL PADRE de Enric Batlle tenía viveros y construyó jardines para el Ayuntamiento de Barcelona. "Era de una generación que lo hacía todo: cultivaba, diseñaba y levantaba los jardines", dice su hijo. Pero ha sido el hijo quien trabajando desde el suelo ha conseguido llegar hasta el techo de la arquitectura levantando un rascacielos. En Sabadell, y frente a un parque proyectado por su estudio, Batlle y Roig han coronado el Edificio Milenium, un inmueble de 90 metros que figura ya entre los diez más altos de Cataluña. Trabajando desde el paisaje estos proyectistas han cuajado una retahíla de proyectos (cementerios, bibliotecas, edificios de vivienda, rehabilitaciones, centros de asistencia, puentes o paseos marítimos) que hibridan las posibilidades de la arquitectura. En Zaragoza, y en un meandro a orillas del Ebro, preparan el paisaje que deberá acoger los pabellones, los puentes y, si hay suerte, la futura Expo 2008. Todo está por hacer, pero para ellos todo es lo mismo. Entienden los proyectos desde la propia tierra, mucho antes que desde donde arrancan los cimientos.
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