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Columna
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¿Resolución?

Los hechos de las últimas semanas ponen ante un grave interrogante a quienes no concretaron en qué condiciones y el eslogan de No a la guerra era correcto sin más. Las cosas que estamos viendo corroboran que las opiniones precipitadas, o son interesadas o corresponden a un género de ignorancia poco disculpable, habida cuenta de lo que está en juego. El lunes de la semana pasada, un reportaje que no tenía vuelta de hoja emitido por TVE ponía en boca de los protagonistas (Chirac, Tarek Aziz, un antiguo director de la CIA, Jean Pierre Chevénement, un antiguo ministro de Exteriores de Alemania y un largo etcétera de comparecientes) el iter desarrollado por Francia y Alemania en sus especiales relaciones con el régimen de Husein en los últimos 30 años, datos que quienes manejamos publicaciones sobre política internacional conocíamos desde siempre, y sobre cuyas evidencias nos pronunciamos en diferentes momentos, y, especialmente, en las últimas semanas, al intentar entender y explicar las posiciones de Francia y Alemania en el Consejo de Seguridad ante la intención de EEUU de hacer cumplir la resolución 1.441 por la fuerza.

A quienes, además, les ha interesado muy poco la actitud del régimen de Bagdad sobre las obligaciones contraídas con las sanciones que la ONU le impuso por su ataque a Kuwait, les debe estar sorprendiendo que, semanas después de haber dado como buena la falaz opinión de que eran los inspectores quienes habían de probar que Irak conserva las armas que al final de su desastrosa incursión en el Estado vecino dijo tener, ahora resulta que no sólo las conserva sino que ha empezado a deshacerse de ellas.

Llama poderosamente la atención que el régimen de Husein pida ahora que no se divulguen imágenes de la destrucción de los misiles para que su población no se desmoralice, porque es el culmen de un cinismo que vuelve a dejar en manos del propio régimen el futuro de la paz.

Es evidente que si se le da nuevos plazos al tirano -al tiempo que éste comprueba que la presión militar no es sólo un dato que moviliza manifestaciones bienintencionadas en el mundo occidental-, puede producirse un desarme efectivo en la línea de lo que la Resolución 1.441 exige -y que, hoy por hoy, aun está lejos de cumplir-, evitando así a la guerra.

La presión del presidente de EEUU para que el Consejo de Seguridad vote una segunda resolución auspiciada por él y los gobiernos aliados más incondicionales (entre ellos, España) busca evitar la burla de un desarme más virtual que efectivo, a paso de tortuga, con dilaciones, y la presumible intención de ganar tiempo para que el ataque en sí se vea discutido, entorpecido o incluso evitado. Porque una colaboración entusiasta de Irak a cumplir sus obligaciones está prácticamente descartada por todos los actores; incluso los más crédulos entienden que la destrucción de misiles de los últimos días busca ganar tiempo y dejar espacio para la confusión entre sus enemigos (los hechos que afectan a la posición de Turquía son el tipo de alivios que Husein espera de su estrategia de dilación, el desacuerdo entre demócratas en Europa...).

Pero con todo, la poderosa convicción presente en buena parte de los ciudadanos del mundo libre y desarrollado de que EEUU (de todos modos), está decidido a atacar y a hacerlo en pocas semanas deja al pobre Derecho Internacional en el papel de rehén de las partes. Y digo bien, de las partes.

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