Tan, tan, tan difícil
No me explico cómo Ruiz-Gallardón no ha incluido en su lista al delegado del Gobierno en Madrid para encomendarle la concejalía de Tráfico. Ha sido tal su celo porque el ejercicio de la democracia no se anteponga a la circulación cómoda de los vehículos que por poco improvisa un manifestódromo en un polígono de las afueras, de acuerdo con la vieja iniciativa de Álvarez del Manzano, para que las masas vomitaran su No a la guerra en la vecindad de los vertederos. Bien es verdad que también podría compartir con él la concejalía el delegado de Málaga: a este simpático cargo del PP no se le ocurrió otra cosa que tomarle el pelo a las organizaciones convocantes mandándolas a manifestarse por las aceras y con respeto a los coches. Una de dos: o es un cachondo o es un tonto; en ambos casos, impresentable. Y menos mal que en la concentración de Nunca Máis el Tribunal Superior de Justicia de esta nuestra Comunidad estuvo más por el derecho constitucional a manifestarse que por el que tengan los coches a circular libremente los domingos al mediodía, porque si se atiende al amor del delegado del Gobierno por el tráfico, hubiera acabado Manuel Rivas predicando en el Retiro y en zona acotada.
Supongo que el alcalde no habrá tenido dificultad con el delegado para decidir el trayecto de la cabalgata de estas fiestas de Carnaval, en cuyo martes nos encontramos, y espero que tampoco la tenga para las procesiones de Semana Santa ni con los devotos del Cristo de Medinaceli en este su primer viernes de marzo. Pero de las manifestaciones incómodas para el Gobierno al menos ha obtenido el PP una clarificación en asunto tan complejo como es el de la circulación: la peatonalización no interesa. Una ciudad peatonalizada es un escenario fácil para las protestas y, parodiando a Fraga, que habla del dinero público como del propio, no vas a peatonalizar para que te insulten. Se entiende así que sea un hombre como este delegado del Gobierno el concejal que interesa al PP para que la calle se convierta en una carretera sin más, con el fin de que, al contrario de lo que intentan hacer en Londres, pagar por entrar en coche a la ciudad, su política sea la de retribuir a los ciudadanos de la periferia para estimularlos a que vengan a invadir el centro con sus autos y los de su familia y evitar así que cada dos por tres la gente crea que la calle es suya. Menos mal que la concejal de Asuntos Sociales en ciernes pasó un fin de semana en Tejas y no en Washington, donde dan tantas facilidades para que dejes el coche fuera, porque malo hubiera sido que con la fascinación por lo yanqui que la invade, y no sin motivos, quisiera copiar el modelo de la capital norteamericana para Madrid y complicarle de este modo al posible concejal de tráfico su hábil estrategia para aburrir manifestantes. Sin embargo, a mí lo que me interesa es oír ya una propuesta novedosa sobre lo que van a hacer los candidatos a la alcaldía con este problema, y no me importaría que entre los planes de Ana Botella para hacer de esta ciudad la mejor del mundo, según su afán, se encontrara ese proyecto de pagarnos algo cada vez que metemos el coche en la ciudad. Al fin y al cabo, nadie garantiza que la mejor ciudad del mundo, si quiere ser contemporánea, tenga que ser silenciosa y descontaminada, que es lo que le toca defender a Mendiluce, sino una perfecta ciudad caótica donde, eso sí, no se oiga una protesta contra el poder de tanto ruido. Claro que el problema es, como diría Botella al ser preguntada por el drama de la niña de Nicaragua, "tan, tan, tan difícil", que ella ni siquiera querrá planteárselo. Y quizá porque es "tan, tan, tan difícil", Inés Sabanés se conforme con peatonalizar Vallecas, como acaba de anunciarnos en nombre de IU. Lo que pasa es que después de leer en este periódico una entrevista con la futura concejal del PP por antonomasia, en la que le pregunta a su entrevistador si "de verdad cree que en España la gente está tan obesionada con esta guerra", cualquier confianza en su sentido de la realidad, se trate de los coches, de los peatones o de las niñas de Nicaragua, no deja de ser un acto de voluntarismo. Otra cosa son ciudades como Valencia, lúdica según Botella. Allí el Gobierno paga manifestaciones a su favor, como le gustan a Fraga y le encantaban al Caudillo, y alimenta a los asistentes con paellas gigantes en la calle hasta hartarlos. Pero, quizá por eso mismo, no tienen, como aquí, a un eficaz concejal de Tráfico en funciones de delegado del Gobierno.
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