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Reportaje:AMENAZA DE GUERRA | La zona del conflicto

La gran oportunidad de los kurdos

El mayor pueblo sin Estado del mundo confía en esta guerra para articular por fin un modelo federal

Juan Carlos Sanz

Bigote cerrado, ojos azul pálido, turbante y pantalones bombachos. Es kurdo. Con su kefiye o pañuelo ajedrezado, Jalal, de 63 años, vive en la ciudadela de Erbil, uno de los pocos lugares de la capital del Kurdistán iraquí que escapó a la destrucción desencadenada por las tropas de Sadam Husein tras la revuelta nacionalista de 1992. "Ojalá que haya guerra. La independencia del Kurdistán es nuestro sueño, pero nuestra realidad es seguir unidos a un Irak federal", afirma este antiguo peshmerga (combatiente) en la rebelión de los años setenta con una argumentación compartida por la mayoría de los kurdos de Irak. "Los que se manifiestan contra la guerra en Europa no tienen ni idea de lo que ocurre aquí", asegura el viejo Jalal, que dice haber conocido las cárceles y las torturas de la dictadura iraquí.

"Los que se manifiestan contra la guerra no tienen ni idea de lo que ocurre aquí", dice un viejo kurdo
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Más de cinco millones de turcos viven en el norte de Irak, y una cifra similar habita en la zona noroccidental de Irán. En Turquía, la población kurda, que se concentra en el sureste de Anatolia, supera los 12 millones de habitantes; mientras en el norte de Siria esta comunidad de tribus de las montañas identificada por una lengua común apenas suma un millón de personas. En total, 25 millones de kurdos, en un territorio repartido por cuatro países que en total es similar al de España, constituyen el mayor pueblo sin Estado del mundo.

En un gesto sin precedentes, la oposición al régimen de Sadam se ha reunido esta semana en el interior de Irak, en el Kurdistán autónomo desde la guerra del Golfo, para sentar las bases de un Estado democrático y federal tras la caída del régimen. Los dos principales líderes kurdos iraquíes, Masud Barzani, que controla la región de Erbil, y Yalal Talabani, que controla la de Suleimaniya, se han garantizado sendos lugares en el comité nacional de líderes formado como embrión de un Gobierno de transición de unidad nacional en un Irak sin Sadam. El relativo éxito de su fórmula de autogobierno en el norte iraquí marca un camino de esperanza para el resto de los kurdos.

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Aunque la geografía les sitúa como nación-eje entre Oriente Próximo y Asia, la historia les condenó al fracaso. Agrupados bajo el Imperio Otomano, los nacionalistas kurdos colaboraron con franceses y británicos, que prometían "la liberación de los pueblos oprimidos", en la I Guerra Mundial. Pero sus esperanzas se vieron defraudadas por el Tratado de Lausana de 1923. En aquel texto, los aliados reconocieron el territorio de la moderna Turquía y formalizaron la división del Kurdistán.

Tras la II Guerra Mundial los kurdos reclamaron de nuevo sus derechos nacionales, pero la recién creada Organización de Naciones Unidas se limitó a acusar recibo de su memorando en 1945. Desde entonces la historia de los kurdos se ha visto salpicada de revueltas, represión, desplazamientos de población y guerras. De hecho, los kurdos de cada país mantienen sus propias reivindicaciones y el sueño de construir un Gran Kurdistán parece abandonado.

Los kurdos de Irán se alzaron contra el poder de Teherán y proclamaron en 1946 una república independiente en Mahabad, región fronteriza con Irak. Las tropas iraníes aplastaron entonces la rebelión. De igual forma hicieron en 1979 los guardias de la revolución islámica cuando los kurdos aprovecharon la caída del sha para exigir de nuevo autogobierno.

En Turquía, donde se concentra la mayor comunidad kurda de la región, el centralismo del Estado unitario fundado por Mustafá Kemal, Atatürk, tras la descomposición del Imperio Otomano, anuló los derechos de los kurdos, llamados por el régimen de Ankara "turcos de las montañas", que hace 20 años aún tenían prohibido hablar en público en su lengua y cantar sus canciones.

Pero sólo han pasado seis meses desde que, en septiembre del año pasado, una reforma de la Constitución turca autorizó la enseñanza en lengua kurda y su uso en los medios de comunicación. Y el Estado de excepción impuesto en las provincias del sureste de Turquía se levanto apenas hace tres meses por el nuevo Gobierno islamista.

Tras la detención en 1999 de Abdalá Ocalan, líder de la guerrilla independentista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), los kurdos del sureste turco parecen respirar con mayor libertad. De los más de veinte puestos de control que jalonaban hace ocho años la carretera de Diyarbakir, la capital del Kurdistán turco, a la frontera iraquí de Habur, apenas quedan hoy tres o cuatro controles rutinarios.

La puerta de la sede del Partido Democrático Popular (Dehap) está abierta de par en par en Cizre, 50 kilómetros al sur de Habur. En su interior, una decena de militantes beben té mientras esperan la llegada de los ejemplares del diario Ozgur Gunden, nacionalista kurdo. "Queremos que Sadam se vaya, pero sin guerra", asegura en nombre de todos Ismail, de 49 años. Todos están en paro, como 35.000 de los 70.000 habitantes de Cizre, según datos del ayuntamiento. El tránsito de mercancías y los servicios aduaneros son la principal industria de esta ciudad, arruinada desde 1990 por el embargo internacional a Irak.

Pero la política de tierra quemada del Ejército durante 15 años de lucha con el PKK también ha sembrado la desolación en el sureste turco: 3.500 aldeas kurdas fueron destruidas y sus habitantes fueron forzados a vivir en las ciudades. Cizre, por ejemplo, sólo tenía 20.000 habitantes en 1985. "Sí, tuvimos problemas con el Ejército", se limita a admitir Ismail. "Pero a pesar de que se ha levantado el Estado de excepción no puedo volver a mi aldea. No tengo dinero para reconstruir mi casa", añade.

En la misma línea de frontera con Irak, no lejos de Cizre, un cartel saluda al viajero: "Bienvenido al Kurdistán".

Manifestantes kurdos queman una bandera de Turquía ayer en Erbil, en protesta por una posible intervención turca en Irak.
Manifestantes kurdos queman una bandera de Turquía ayer en Erbil, en protesta por una posible intervención turca en Irak.REUTERS

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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